domingo, 28 de diciembre de 2014

Llevaron a Jesús al Templo para presentarlo al Señor!! (Fiesta de La Sagrada Familia)





Hoy, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Nuestra mirada se desplaza del centro del belén —Jesús— para contemplar cerca de Él a María y José. El Hijo eterno del Padre pasa de la familia eterna, que es la Santísima Trinidad, a la familia terrenal formada por María y José. ¡Qué importante ha de ser la familia a los ojos de Dios cuando lo primero que procura para su Hijo es una familia!

Juan Pablo II, en su Carta apostólica El Rosario de la Virgen María, vuelve a destacar la importancia capital que tiene la familia como fundamento de la Iglesia y de la sociedad humana, y nos ha pedido que recemos por la familia y que recemos en familia con el Santo Rosario para revitalizar esta institución. Si la familia va bien, la sociedad y la Iglesia irán bien.


El Evangelio nos dice que el Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría. Jesús encontró el calor de una familia que se iba construyendo a través de sus recíprocas relaciones de amor. ¡Qué bonito y provechoso sería si nos esforzáramos más y más en construir nuestra familia!: con espíritu de servicio y de oración, con amor mutuo, con una gran capacidad de comprender y de perdonar. ¡Gustaríamos —como en el hogar de Nazaret— el cielo y la tierra! Construir la familia es hoy una de las tareas más urgentes. Los padres, como recordaba el Concilio Vaticano II, juegan ahí un papel insubstituible: «Es deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, y que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos». En la familia se aprende lo más importante: a ser personas.

Finalmente, hablar de familia para los cristianos es hablar de la Iglesia. El evangelista san Lucas nos dice que los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. Aquella ofrenda era figura de la ofrenda sacrificial de Jesús al Padre, fruto de la cual hemos nacido los cristianos. Considerar esta gozosa realidad nos abrirá a una mayor fraternidad y nos llevará a amar más a la Iglesia.




Lectura del Santo Evangelio según san Lucas (2,22-40):



Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones". Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»


Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.


Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»


Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. 


Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor





COMENTARIO.





A medida que se acercaba el día pautado para la ceremonia de la purificación de la madre y la presentación del Niño recién nacido en el Templo de Jerusalén, la Madre de Dios, aun siendo inmaculada y purísima, y aun sabiendo que su Hijo era Dios, no dudaba en someterse a los requerimientos de la Ley Hebrea. Cuando llegó el momento partió la Sagrada Familia hacia Jerusalén (Lc. 2, 22-40).

El Evangelio nos habla de dos personas que pudieron reconocer al Salvador:  Simeón y Ana.
¿Qué nos dice de Simeón?  “Era justo y piadoso y esperaba la consolación de Israel;  en él moraba el Espíritu Santo”.   ¿Y de Ana? “No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones”.

Simeón era un santo varón, a quien el Espíritu Santo le había revelado que no moriría sin conocer al Mesías prometido,“movido por el Espíritu Santo fue al Templo cuando José y María entraban con el Niño Jesús para cumplir lo prescrito por la Ley”.
Asimismo, una santa mujer llamada Ana, fue favorecida de conocer al Niño y de reconocerlo como el Salvador, por lo que“daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la liberación de Israel”.



El devoto Simeón no pudo contener su emoción, y al saber quién era el Niño, nos dice el Evangelio que “lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:  ‘Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto al Salvador”.

Luego Simeón los bendijo y se dirigió a la Virgen María, diciéndole:  “Mira, este Niño ... será puesto como señal que muchos rechazarán (signo de contradicción)  ¡y a ti  misma una espada te atravesará el alma!”

¿Qué significado tiene esta profecía del anciano Simeón?  Notemos que el Evangelio nos traslada repentinamente de la cueva de Belén al Templo de Jerusalén, cuarenta días después del Nacimiento del Niño Jesús.  Y aún en plena celebración navideña nos pone una nota de advertencia y de dolor.  Nos anuncia que el Salvador prometido provocará oposición de muchos y, además, que su misión será en dolor -para El y para su Madre- pues el Niño que ha nacido es el Cordero que deberá ser inmolado para la salvación del mundo.

¿En qué consiste ser “signo de contradicción”?  En que muchos aceptarían la salvación que nos trae este Niño recién nacido, pero muchos la rechazarían. 


La Santísima Virgen y San José, Simeón y Ana son modelos de lo que Dios requiere de nosotros para realizar su obra de salvación:  docilidad a Dios y entrega a su Voluntad, que nos son dadas especialmente en el recogimiento y oración.  Si los imitamos, el Espíritu Santo nos hará saber que Jesús es nuestro Salvador y así El podrá cumplir en nosotros su obra de salvación.

Poco tiempo después de la Presentación en el Templo y de la visita de los Reyes Magos tiene lugar un suceso ligado a los hechos de Navidad, al que no le damos demasiada importancia.  Es la Huída a Egipto de Jesús, María y José, que nos trae el Evangelio de la Fiesta de la Sagrada Familia.

Después de marchar los Magos, el Ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al Niño para matarlo.»  José se levantó; aquella misma noche tomó al Niño y a su Madre, y partió hacia Egipto, permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes (Mt 2, 13-15).

La Sagrada Familia tenía todo el auxilio del Cielo, pero a pesar de eso, este exilio abrupto era una adversidad.  Imaginemos la  incertidumbre en salir apurados en medio de la noche para huir sin ser notados.  La angustia de pensar que el cruel Herodes, con todo el cruel poder de sus soldados, estaba buscando al Niño para matarlo.  Hacer un viaje por el desierto desconocido con frío y pocos bastimentos.  Luego llegar de extranjeros a un sitio desconocido, sin conocer el idioma y las costumbres, todos problemas típicos de cualquier exilado, al que se añadía la dificultad de tratar de trabajar allí para mantenerse.

A todas estas incertidumbres se agrega la impresión y el dolor al conocer el terrible crimen cometido por Herodes contra los niños inocentes.  Pensar que por el Hijo de Dios había() sucedido este asesinato masivo.  Jesús había venido para salvar al mundo y ya comenzaba a ser signo de contradicción.  Así lo había anunciado el anciano profeta Simeón cuando el Niño fue presentado en el Templo(cf. Lc. 2, 34). 

Y signo de contradicción ha seguido siendo Jesús para todo aquél que no desee aceptar la salvación que El nos vino a traer.

Porque … ¿qué significa esa profecía de Simeón? ¿En qué consiste ser “signo de contradicción”?  Como hemos visto, significa que el Salvador prometido provocaría oposición de muchos, y que muchos aceptarían la salvación que nos trae este Niño recién nacido, pero muchos la rechazarían.

La salvación fue realizada por Jesús, pero somos libres de aceptarla o de rechazarla.  Es el misterio de la libertad humana.  Jesús lo ha hecho todo y desea que todos aprovechemos la salvación que El nos ha regalado, pero requiere que respondamos a ese gran regalo con algo muy pequeño e insignificante.

Lo que sucede es que eso tan pequeño que se nos pide, a veces nos parece muy grande e importante.  Es nuestra voluntad, otro regalo que también Dios nos ha dado.
Pero, ¿por qué nos cuesta tanto entregar nuestra voluntad y renunciar a nuestra libertad? ¿Por qué no imitamos a María y José en todos estos eventos navideños?

La Virgen entrega su voluntad en cuanto recibe el anuncio del Ángel Gabriel de que el Hijo de Dios sería concebido en su seno.  Ella  se hizo y se reconoció “esclava del Señor” (Lc. 1, 38),  y siguió siéndolo toda su vida.  Así, gracias a Ella y a su entrega, Dios realizó su obra de salvación de la humanidad.

San José no duda ni por un momento lo que le anuncia el Ángel a él también:  que María ha concebido por obra del Espíritu Santo (cf. Mt. 1, 20).  Tampoco titubea al recibir este otro anuncio de huir a Egipto.  Confía en Dios y se lanza de inmediato a lo desconocido del exilio inesperado.

Por cierto, la crueldad de Herodes no quedó sin castigo en la tierra.  Dios a veces castiga aquí también, como a veces podemos constatar.  El historiador Flavio Josefo describe con todo detalle la horrible muerte que sufrió poco después de estos terribles hechos.  Acabó consumido por una enfermedad intestinal putrefacta que despedía un hedor insoportable.  Murió unos tres años después del nacimiento de Jesús.

Después de la muerte de este tirano, la Sagrada Familia se estableció en Nazaret posiblemente cuando Jesús tenía unos 3 a 4 años de edad.



Como nos recuerda la Gaudium et Spes, nº 5: “La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión, se requiere un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos”
Que esta fiesta nos ayude a pensar en lo que tenemos en casa.








Fuentes:
Sagradas Escrituras.
Homilias.org.
Ángel Corbalán


viernes, 26 de diciembre de 2014

Hoy es... San Esteban, el Protomártir, diácono y mártir!!





Fiesta de san Esteban, protomártir, varón lleno de fe y de Espiritu Santo, que fue el primero de los siete diáconos que los apóstoles eligieron como cooperadores de su ministerio, y también fue el primero de los discípulos del Señor que en Jerusalén derramó su sangre, dando testimonio de Cristo Jesús al afirmar que veía al Señor sentado en la gloria a la derecha del Padre, al ser lapidado mientras oraba por los perseguidores.


La Biblia es tan consecuentemente «antibiografista» que de ninguno de sus personajes -incluido Jesús- nos cuenta ni un trazo que no sea estrictamente en función de lo que va a relatar sobre él, y así nos quedamos habitualmente con el deseo de saber un poco más: edad, procedencia, etc. San Esteban no podía ser una excepción, y a pesar de la enorme importancia que tuvieron los hechos relacionados con él en la primera Iglesia, apenas si se nos presenta en Hechos 6,5 y ya quedamos abocados a la situación de su martirio y las consecuencias para la comunidad cristiana.

Su nombre, Stephanos, es griego (significa «Corona»), y también están relacionadas con «los griegos» las funciones que cumplirá, tanto él como sus seis compañeros diáconos. El relato dirá que en la Iglesia «los helenistas» se quejaron contra «los hebreos» (Hech 6,1); lamentablemente, ya no tenemos forma de saber a qué se referían con exactitud las dos categorías, pero, aunque hay otras, la hipótesis más plausible sigue siendo la habitual: «los hebreos» designaría a los judeo-cristianos «tradicionales», típicamente de Jerusalén (aunque Pablo es «hebreo, hijo de hebreos», Flp 3,5, y no es de Jerusalén), caracterizados metonímicamente porque sabían hebreo (quizás leían la Biblia en hebreo normalmente, o rezaban las oraciones en hebreo, o hablaban mayoritariamente arameo, que para quien no conociera la diferencia le podía sonar como hebreo); mientras que los «helenistas» serían judeo-cristianos de habla griega, no gentiles ni procedentes de la gentilidad, a lo sumo judíos de la diáspora. Los siete nombres, el de Esteban y los demás, son todos griegos. 

Cuando comienza el pasaje da la impresión de que tan solo se va a dividir la comunidad en dos, al menos a los efectos administrativos, pero lo que en realidad ocurre es algo bien distinto: por un lado estos «siete hombres de buena fama» no se dedican sólo al «servicio de la mesa» sino que tienen funciones de predicación como «los Doce», que las vemos claramente en Esteban y Felipe (el diácono); por el otro, hay un reacomodamiento en el conjunto de las «funciones jerárquicas», y estos «diakonoi» (es decir, servidores) no serán un parche ni un añadido para sufragar las necesidades de un sector de la comunidad, sino que de a poco tendrán relación con toda la Iglesia.

Lo cierto es que acto seguido, inmediatamente después de la escena de la elección, vemos a Esteban en plena acción apostólica: hace milagros, polemiza, predica. No tarda en aparecer la acusación: «le hemos oído decir que Jesús, ese Nazoreo, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido». (Hech 6,14); sólo en parte se trata de una calumnia, porque efectivamente la predicación de Esteban era abiertamente antitemplo, como tenemos ocasión de leerlo por nosotros mismos en Hechos 7,2-53; la calumnia no está en el hecho de que él predicara contra el templo, sino en que él pretendiera la abolición de la religión tradicional: la primitiva Iglesia se sentía en completa continuidad con el judaísmo y de ninguna manera podía aceptar la acusación de pretender «cambiar de raíz» la fe judía; aunque unas décadas después, ya en la generación de san Lucas, no en la de san Esteban, ese panorama se había modificado, y la Iglesia tomado más conciencia de su autonomía y originalidad respecto de la fe judía.

Naturalmente, la predicación de Esteban no fue registrada por taquígrafos, sino que sobre la base de testimonios orales Lucas recibió el contenido, y dio -al igual que en los demás casos de discursos que hay en gran variedad en Hechos- forma literaria a esa predicación, de modo que quedara no sólo como recuerdo de lo predicado por Esteban, sino como modelo de predicación para toda la Iglesia. Es un discurso, entonces, que vale la pena leer con minuciosidad, porque nos muestra no sólo un conjunto de ideas propias de los comienzos de la fe, sino un modo concreto de cómo la Iglesia desarrolló su forma de recibir lo que llamamos el Antiguo Testamento (y que para ese momento eran simplemente «Las Escrituras»); el discurso de Esteban sólo secundariamente tiene un valor «arqueológico», para que sepamos «lo que dijo», lo principal es su valor como modelo de acercamiento al Antiguo Testamento: enseña a «leer» la historia -los hechos que ocurren en la historia, en este caso, la historia del pueblo de Israel- como anticipo, como siempre encaminada hacia la revelación del reinado de Dios.



Y sobreviene la lapidación -castigo de la blasfemia, y ejemplo para los demás- que, al igual que el discurso es modelo de recepción del AT, es modelo de martirio cristiano, con todos aquellos elementos que no faltarán en la «Passio» de los mártires, tal como se nos recopilarán luego en las historias martiriales hasta nuestros días: la valentía e intrepidez que provienen, no de sí mismo sino del Espíritu Santo, la presencia de Cristo (visión, voz, consuelo, ángeles, etc), en el momento de la tortura, y sobre todo un elemento fundamental que hace del mártir el imitador perfecto de Jesús: el perdón a los verdugos. Y como todo martirio, da mucho fruto, e incluso lo da inmediatamente: ya en Hechos 11,19 se nos dirá que «los que se habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía...» Todo es ocasión para el crecimiento de la Iglesia.

La cuestión de las reliquias merece un tratamiento propio, ya que el 3 de diciembre del 415, unos 350 años después de la lapidación, un sacerdote de Gámala de Palestina encontró las reliquias de Esteban, junto con las de Nicodemo, Gamaliel (el rabino, que la leyenda supone que se convirtió y murió mártir), y Abib, hijo de Nicodemo. Acorde con las costumbres de la hagiografía antigua, no bastó con que el sacerdote «encontrara» (si es que es cierto) las reliquias, sino que en torno a ese hecho se fue tejiendo una leyenda, que pudo haberla iniciado él mismo. Supuestamente, al mismo tiempo Luciano y un monje, Migesio, tuvieron un sueño, o quizás una visión, en el que se le aparecía Gamaliel, vestido litúrgicamente, se presentaba comno el maestro de san Pablo, y reprochaba que él y sus compañeros, Esteban, Nicodemo y Abib, hubieran sido enterrados sin honores. Les indicaba el lugar de las reliquias y les instaba a que fueran descubiertas y veneradas. Con el acuerdo del obispo de Jerusalén se procede a la excavación y descubrimiento de las venerandas reliquias, que son trasladadas solemnemente el 26 de diciembre a la iglesia de Sión, en Jerusalén; otra parte queda con el sacerdote Luciano, que a su vez reparte entre sus conocidos. 

Ocurre entonces una primera dispersión, pero en el siglo XIII, los cruzados traen esas reliquias a Occidente, y a partir de allí la dispersión es total: un brazo de Esteban en Roma, en San Ivo alla Sapienza, otro brazo de Esteban en San Luis de los Franceses, y otros brazo de Esteban (!) en Santa Cecilia; el cráneo en San Pablo extramuros, y muchos más fragmentos en Venecia, Constantinopla, Nápoles, Besançon, Ancona, Ravena, etc. Llegaron a ser tan famosas, y tan detallada la leyenda del descubrimiento, que tuvieron una fiesta litúrgica propia; efectivamente, además de celebrarse el 26 de diciembre al mártir, el 3 de agosto se celebraba la «Inventio Sancti Stephani» («inventio» en latín significa descubrimiento), aunque se pierde en la noche de los datos el motivo por el cual se celebraba el 3 de agosto en vez del 3 de diciembre, que hubiera sido más lógico. Esta fiesta fue suprimida por un breve de SS Juan XXIII en 1960, poco antes de que la atinada reforma litúrgica del Concilio Vaticano II barriera con muchos otros abusos en las celebraciones de los santos.



La celebración de Esteban el día 26 de diciembre es antiquísima. El protomártir forma parte de los «comites Christi», es decir los «escoltas de Cristo», que se celebran junto con la Natividad: Juan (identificado tradicionalmente con el Discípulo Amado del cuarto evangelio), los santos inocentes, y el propio Esteban.



miércoles, 24 de diciembre de 2014

ESTA NOCHE ES NOCHE BUENA Y MAÑANA NAVIDAD!! Y JESÚS NACIÓ EN BELEN!!



El primer anuncio del Nacimiento de Dios-Hombre fue hecho a los Pastores -a los campesinos de la época- que cuidaban sus rebaños en las cercanías de Belén.  De toda la humanidad, Dios escogió a estos pobres, humildes y sencillos hombres para ser los primeros en llegar a conocerlo.

Un Ángel se les apareció la noche de la Primera Navidad anunciándoles: “Vengo a comunicarles una buena nueva ... hoy ha nacido el Salvador que es Cristo Señor” (Lc. 2, 11).




El tiempo iba pasando y cada día estaba más cerca el nacimiento del hijo de María y de Dios.

José ya tenía lista la cunita y María había tejido con sus propias manos la cobija, los pañales, y las camisitas. Las vecinas, muy amables, les habían dicho que no tenían por qué preocuparse de nada, porque ellas estaban allí para ayudarles en todo, cuando llegara el momento.

Pero ocurrió algo inesperado. El gobernador romano tuvo la gran idea de mandar que todos los que vivían en Israel tenían que ir a la ciudad de donde era su familia, para inscribirse en el censo, porque quería saber cuántas personas habitaban el país. José y su familia eran de Belén, una ciudad muy lejos de Nazaret, y hasta allá tuvo que irse con María, que ya estaba próxima a dar a luz. Nos lo cuenta el Evangelio de San Lucas:

“Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronara todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta” (Lucas 2, 1-5)

Como pudo, con la ayuda de los vecinos y vecinas, que se pusieron muy tristes, José organizó todo lo que necesitaban para el viaje, subió a María en su burrita, y emprendió el largo camino hacia Belén. Tenía que ir muy despacio para que María no se cansara y para que no le fuera a suceder nada malo al niño que llevaba en su seno.

Durante el viaje, ¡gracias a Dios!, no ocurrió nada especial. María y José estaban tranquilos porque sabían que Dios los protegía; caminaban un rato largo, y luego descansaban a la sombra de una palmera, o a la orilla de un manantial; por las noches José hacía un cambuche para protegerse del frío, y al amanecer, con los primeros rayos del sol, reiniciaban el recorrido. En el trayecto se iban encontrando con otras familias, y poco a poco iba creciendo el número de viajeros. Así fue hasta que llegaron a su destino: Belén de Judá, la ciudad del Rey David.

Cuando estaban ya muy cerca de Belén, María sintió que iba a nacer Jesús, y en secreto, sin que nadie la oyera, se lo dijo a José, que se puso muy nervioso. Entonces apuraron un poco el paso, y se fueron a buscar dónde hospedarse, pero no pudieron encontrar ningún lugar adecuado para quedarse, porque era un momento muy especial, que los dos querían vivir en gran intimidad con Dios, lejos de la curiosidad de la gente.



Tuvieron que salir de nuevo de la ciudad, para dirigirse al campo, donde los pastores llevaban las ovejas a pastar. Allí José encontró una gruta amplia y resguardada del frío; la limpió lo mejor que pudo, y organizó todo para que María pudiera estar tranquila y cómoda.

¡Y Jesús nació!… Nació y lloró como nacen y lloran todos los niños del mundo… ¡Era un niño hermoso, frágil y tierno… necesitado de calor y de protección… necesitado de amor y de cuidados…! José y María, muy emocionados, se los dieron todos… lo acariciaron y lo besaron, le pusieron las ropitas que María había tejido, y lo colocaron en el pesebre… Después, muy felices, dieron gracias a Dios Padre por todo lo que había hecho con ellos y por haberles dado un hijo tan maravilloso.




Gloria a Dios en las alturas, Jesús nació y está entre nosotros!!




Fuentes:
Iluminación Divina
quevivalanavidad.wordpress
Ángel Corbalán


domingo, 21 de diciembre de 2014

"Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús" (Evangelio dominical)




Hoy, el Evangelio tiene el tono de un cuento popular. Las rondallas empiezan así: «Había una vez...», se presentan los personajes, la época, el lugar y el tema. Ésta llegará al punto álgido con el nudo de la narración; finalmente, hay el desenlace.

San Lucas, de modo semejante, nos cuenta, con tono popular y asequible, la historia más grande. Presenta, no una narración creada por la imaginación, sino una realidad tejida por el mismo Dios con colaboración humana. El punto álgido es: «Vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,31).

Este mensaje nos dice que la Navidad está ya cercana. María nos abrirá la puerta con su colaboración en la obra de Dios. La humilde doncella de Nazaret escucha sorprendida el anuncio del Ángel. Precisamente rogaba que Dios enviara pronto al Ungido, para salvar el mundo. Poco se imaginaba, en su modesto entendimiento, que Dios la escogía justamente a Ella para realizar sus planes.


María vive unos momentos tensos, dramáticos, en su corazón: era y quería permanecer virgen; Dios ahora le propone una maternidad. María no lo entiende: «¿Cómo se hará eso?» (Lc 1,34), pregunta. El Ángel le dice que virginidad y maternidad no se contradicen, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, se integran perfectamente. No es que Ella ahora lo entienda mejor. Pero ya le es suficiente, pues el prodigio será obra de Dios: «A Dios nada le es imposible» (Lc 1,38). Por eso responde: «Que se cumplan en mi tus palabras» (Lc 1,38). ¡Que se cumplan! ¡Que se haga! ¡Fiat! Sí. Total aceptación de la Voluntad de Dios, medio a tientas, pero sin condiciones.

En aquel mismo instante, «la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Aquel cuento popular deviene a un mismo tiempo la realidad más divina y más humana. Pablo VI escribió el año 1974: «En María vemos la respuesta que Dios da al misterio del hombre; y la pregunta que el hombre hace sobre Dios y la propia vida».


Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,26-38):



En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» 
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. 
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» 

Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.» 

María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» 

Y la dejó el ángel.

Palabra del Señor



COMENTARIO




Ya llegamos a la Navidad.  Pero ¿de veras nos damos cuenta de lo que estamos celebrando? 

El hecho más relevante de la historia de la humanidad es, sin duda, el Nacimiento de Dios-Hombre.  Tan importante fue este acontecimiento que la historia se divide en “antes” y “después” de Cristo.  Sin embargo, ese hecho fue antecedido por el misterio más grande nuestra fe cristiana: la Encarnación de Dios, es decir, Dios hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María.
Así describe este Misterio el máximo poeta de la Mística, San Juan de la Cruz: “Entonces llamó a un arcángel que San Gabriel se decía, y enviólo a una doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía, en el cual la Trinidad de carne al Verbo vestía; y aunque Tres hacen la obra, en el Uno se hacía; y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María.  Y el que tenía sólo Padre, ya también Madre tenía, aunque no como cualquiera que de varón concebía, que de las entrañas de ella El su carne recibía; por lo cual Hijo de Dios y del hombre se decía”.  (Romance 8)

¿Qué significa este gran misterio, el más grande acontecimiento de la humanidad…tan grande que la historia se divide en antes y después de Cristo?
Veamos: si no fuera por lo que celebramos en Navidad, nuestra meta final sería el Infierno.  Así de grave.  Debido al Pecado Original y a los pecados que hemos ido añadiendo a éste, los seres humanos tendemos de manera natural a la condenación.  Tenemos un cierto sentido del bien, un eco en nuestro interior de lo que nuestro Creador desea para nosotros.  Pero nuestra naturaleza humana caída lucha, porque su sensibilidad tiende a preferir el pecado.

La Encarnación de Dios en el vientre virginal de María y su nacimiento en Belén no cambió esa tendencia que tenemos los seres humanos.  Tampoco la cambió su Pasión y Muerte, ni su Resurrección, ni su Ascensión a lo Cielos.  ¿Y entonces?  ¿Cómo quedamos?  ¿Qué es lo que ha cambiado?

Ahhh!  Es que la gloria de la Encarnación y del Nacimiento de Jesús consiste en que ya no tenemos que quedar excluidos del Cielo.  Después de la primera Navidad –aquélla en que nació Jesús en Belén- tenemos Esperanza.  ¡Eso es lo que celebramos en la Navidad!  ¡Nada menos!

El problema es que la bulla y la agitación de estos días nos hace perder la perspectiva de lo que significan estos misterios infinitos que celebramos en Navidad.  Y si no nos damos cuenta de la gravedad de nuestra situación de pecado y de nuestra tendencia al pecado, no podemos concientizar la necesidad que tenemos de ser salvados.

Si pudiéramos comparar la situación de los seres humanos con un ejemplo físico gráfico, pensemos que nuestro estado natural es como si estuviéramos hundiéndonos en un pozo de arena movediza.  Y, como hemos visto en películas, de un sitio así es imposible salir uno por su propia fuerza.  Sólo alguien que esté fuera de la arena movediza puede tender una mano al que se está hundiendo. Y éste tiene que agarrarse de manera fuerte y continua para poder salir de allí.

Ese ejemplo nos da una idea de cómo sin Cristo, nuestra salvación no es posible.  Ese ejemplo nos indica por qué Dios vino a salvarnos.  De no ser por El, nuestro destino automático sería el Infierno: hundirnos para siempre en ese pozo terrible.  A eso se refería Jesús cuando los Apóstoles le preguntaron:«Entonces, ¿quién podrá salvarse?» Jesús los miró fijamente y les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios.» (Mc 10,26- 27).

La alegría de la Navidad es que el Infierno no es inevitable, el Infierno no tiene que ser nuestro destino automático, porque Jesús nos ha extendido su Mano para sacarnos del pozo en que estamos hundidos.Dios ha nacido entre nosotros para salvarnos.  Por eso el Hijo de Dios hecho Hombre se llama Jesús, que significa Salvador.   Por eso Jesús es el Emanuel que significa Dios con nosotros.

Por eso es que nos damos regalos en Navidad.  Nuestros regalos son una imitación muy deficiente del gran regalo que Dios nos ha dado al nacer entre nosotros.



Este es el Mensaje de la Navidad: Aprovechar la salvación que se nos ofrece, aferrándonos –sin soltarnos- de la Mano de Dios que nos salva.


lunes, 15 de diciembre de 2014

Celebración XXV Aniversario Consagración templo San García Abad!!




Los más antiguos del lugar, ya lo comentaban ayer tarde; “llueve igual que cuando se bendijo e inauguró este templo”. Así fue, una tarde gris y de lluvia que,  no impidió que numerosos feligreses se dieran cita al penúltimo de los actos que en conmemoración del 25º Aniversario de la consagración del templo parroquial de San García, que da nombre a esta barriada algecireña y las fiestas del día del citado patrón, se están llevando a cabo en estos días.




Se comenzó con la inauguración del busto del santo abad que se encuentra en los jardines de entrada a la parroquia. El acto fue dirigido por el Reverendísimo Señor Obispo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta, don Rafael Zornoza Boy,  que estuvo acompañado por el párroco de dicha parroquia, reverendo Juan Ángel García,  varios sacerdotes, antiguos párrocos y por parte de las autoridades civiles, acudió el Alcalde de Algeciras, el Ilustrísimo Señor José Ignacio Landaluce, que estaba acompañada de su señora y algunos miembros del gobierno municipal.  




No faltaron cientos de feligreses que arroparon con devoción dicho acto y el resto de la jornada.

A continuación, se celebró una solemne Misa Concelebrada y dirigida por el Obispo Zornoza, acompañado de 8 sacerdotes, entre ellos, el párroco de esta parroquia. 


El templo, a pesar del mal tiempo climatológico reinante, se llenó de feligreses. Amenizaron la ceremonia, un macro coro, formado por componentes de los tres coros que suelen acompañar las eucaristías de esta parroquia. Sonaron muy bien y como un solo coro.


Al finalizar las ceremonias religiosas, todos acudieron al claustro parroquial, donde se sirvieron unos refrescos y un servicio de catering. Momento este para compartir momentos de convivencia entre feligreses y autoridades religiosas y civiles que nos acompañaron en este gran momento histórico para esta parroquia algecireña y gaditana



Viva San García Abad!!


domingo, 14 de diciembre de 2014

"En medio de vosotros está uno a quien no conocéis" (Evangelio dominical)




Hoy, en medio del Adviento, recibimos una invitación a la alegría y a la esperanza: «Estad siempre alegres y orad sin cesar. Dad gracias por todo» (1Tes 5,16-17). El Señor está cerca: «Hija mía, tu corazón es el cielo para Mí», le dice Jesús a santa Faustina Kowalska (y, ciertamente, el Señor lo querría repetir a cada uno de sus hijos). Es un buen momento para pensar en todo lo que Él ha hecho por nosotros y darle gracias.

La alegría es una característica esencial de la fe. Sentirse amado y salvado por Dios es un gran gozo; sabernos hermanos de Jesucristo que ha dado su vida por nosotros es el motivo principal de la alegría cristiana. Un cristiano abandonado a la tristeza tendrá una vida espiritual raquítica, no llegará a ver todo lo que Dios ha hecho por él y, por tanto, será incapaz de comunicarlo. La alegría cristiana brota de la acción de gracias, sobre todo por el amor que el Señor nos manifiesta; cada domingo lo hacemos comunitariamente al celebrar la Eucaristía.




El Evangelio nos ha presentado la figura de Juan Bautista, el precursor. Juan gozaba de gran popularidad entre el pueblo sencillo; pero, cuando le preguntan, él responde con humildad: «Yo no soy el Mesías...» (cf. Jn 1,21); «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí» (Jn 1,26-27). Jesucristo es Aquél a quien esperan; Él es la Luz que ilumina el mundo. El Evangelio no es un mensaje extraño, ni una doctrina entre tantas otras, sino la Buena Nueva que llena de sentido toda vida humana, porque nos ha sido comunicada por Dios mismo que se ha hecho hombre. Todo cristiano está llamado a confesar a Jesucristo y a ser testimonio de su fe. Como discípulos de Cristo, estamos llamados a aportar el don de la luz. Más allá de esas palabras, el mejor testimonio, es y será el ejemplo de una vida fiel.



Evangelio según San Juan 1,6-8.19-28.


Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. 
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: "¿Quién eres tú?".
El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: "Yo no soy el Mesías".
"¿Quién eres, entonces?", le preguntaron: "¿Eres Elías?". Juan dijo: "No". "¿Eres el Profeta?". "Tampoco", respondió.
Ellos insistieron: "¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?".
Y él les dijo: "Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías".
Algunos de los enviados eran fariseos,
y volvieron a preguntarle: "¿Por qué bautizas, entonces, si tu no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?".
Juan respondió: "Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen:
él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia".
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba. 

Palabra de Dios.



COMENTARIO:




El Evangelio de este Domingo vuelve a presentarnos a San Juan Bautista, esta vez desde el Evangelio de San Juan.

San Juan Bautista, era primo de Jesús, pero no lo conocía, según nos dice él mismo.  Fue su Precursor, apareció en el desierto para anunciar la llegada del Mesías.  Por todo esto San Juan Bautista es un personaje central del Adviento, este tiempo de preparación que la Liturgia nos ofrece antes de la Navidad.

Por ello es útil revisar el relato que de San Juan Bautista hacen los cuatro Evangelistas (Mt. 3, 1-12; Mc. 1, 1-8; Lc. 3, 1-17; Jn. 1, 6-28).  Allí podemos ver varias cosas importantes a tener en cuenta en preparación para la venida del Señor.

San Juan Bautista predicaba un bautismo de arrepentimiento.  Pedía con su predicación que la gente se convirtiera de la vida de pecado y se resolviera a vivir una nueva vida de acuerdo a la ley de Dios.  Es lo que nosotros debemos hacer en preparación a la venida del Señor.

San Juan Bautista hablaba de preparar el camino del Señor rellenando lo hundido, aplanando lo alzado, enderezando lo torcido y suavizando lo áspero.  Se trata esto de reformar nuestros modos equivocados de comportamiento y de costumbres:  por ejemplo, rellenando las bajezas de nuestro egoísmo y envidia;  rebajando las alturas de nuestro orgullo y altivez;  enderezando los caminos desviados y equivocados que no nos llevan a Dios;  suavizando las asperezas de nuestra ira e impaciencia.  En general, corrigiendo, nuestros defectos, vicios y pecados.La Primera Lectura es del Profeta Isaías, el cual desde el Antiguo Testamento también anunciaba a Cristo (Is. 61, 1-2 y 10-11).   Isaías fue el Profeta que más claramente describió por adelantado la vida, pasión y muerte de Jesucristo.

En este trozo de Isaías vemos la descripción de la misión del Mesías.  Un día Jesús leyó ese pasaje de Isaías en la Sinagoga de Nazaret, el sitio donde vivía, y agregó al final de la lectura que esa profecía se refería a El mismo.   Y vemos en este mismo episodio que, a pesar de lo admirados que estaban de los milagros de Jesús y de sus enseñanzas, no pudieron aceptar que Jesús, el de Nazaret, el hijo del carpintero, fuera el Mesías esperado. (cfr. Lc. 4, 16-30.)
Veamos con detalle la misión del Mesías, anunciada por Isaías y ratificada por Cristo mismo:

“Anunciar la buena nueva a los pobres”:    la Buena Nueva es el anuncio de salvación que Jesucristo, el Salvador del mundo nos vino a traer.  Y la anuncia a los pobres.  Pero ¿quiénes son estos pobres?  ¿Serán los económica y socialmente pobres?  Y si esto fuera así ¿cómo quedan los que tienen medios económicos y pertenecen a las clases medias o altas?  ¿No es para ellos la Buena Nueva del Señor?  Claro que sí es.  Es para todos:  pobres y ricos, considerados desde el punto de vista económico y social.  Pero todos los que reciban la Buena Nueva de salvación sí deben ser pobres en el espíritu.  Son los mismos a quienes Jesús se refiere en las Bienaventuranzas (Mt. 5, 3).   Pobres en el espíritu son aquéllos que se saben nada sin Dios, que saben que nada pueden sin Dios, que en todo dependen de El.  Esos están listos para recibir la Buena Nueva que Cristo trae.  En cambio, los ricos en el espíritu, los que creen que pueden por sí solos, los que se creen gran cosa ante Dios, ésos no están listos para recibir el mensaje de Jesucristo. 

“Curar a los de corazón afligido”:   Jesucristo vino a sanar a los que sufren.  También esta parte de su misión la menciona en las Bienaventuranzas:  “Dichosos los que sufren, porque ellos serán consolados” (Mt. 5, 4).   Jesús cura los corazones afligidos.  Pero los cura mostrándonos que el sufrimiento, bien aceptado y bien llevado, es una gracia muy especial.  

Los cura mostrándonos con su sufrimiento, que nuestro sufrimiento, unido al suyo, tiene valor redentor.  Los cura mostrándonos que todo sufrimiento aceptado en Cristo, es la cruz que el Señor nos regala para poder imitarlo y para poder “ser consolados”,  como nos promete esta bienaventuranza.


“Proclamar el perdón a los cautivos y la libertad a los prisioneros”:    Jesucristo nos trae el perdón de los pecados.  Ese perdón nos libera del cautiverio del pecado.  El que está hundido en el pecado, necesita ser liberado.  Y Cristo nos trajo esa liberación.  Podemos decir que los seres humanos nos encontrábamos prisioneros en situación de secuestro:  estábamos secuestrados por el Demonio, a causa del pecado original de nuestros primeros progenitores.  Pero Cristo pagó nuestro rescate con su muerte en cruz y su resurrección gloriosa.  Ya somos libres; ya se nos ha borrado el pecado original con el Sacramento del Bautismo; y se nos perdonan los demás pecados cometidos, con nuestro arrepentimiento y con el Sacramento de la Confesión.

“Pregonar el Año de Gracia del Señor”.  La aparición de Cristo en nuestra historia fue el Año de Gracia del Señor anunciado desde el Antiguo Testamento por Isaías.  Año de Gracia en nuestra época fue el aniversario número 2.000 de ese gran acontecimiento, cuando la Iglesia, recordando lo anunciado por el Profeta Isaías, proclamó un nuevo Año de Gracia, el del Gran Jubileo del 2.000, el cual fue “año de perdón de los pecados y de las penas por los pecados, año de reconciliación entre los adversarios, año de múltiples conversiones y de penitencia sacramental y extra-sacramental ... y de la concesión de indulgencias de un modo más generoso que en otros años” (TMA # 14).


El Salmo nos trae el Magnificat (Lc. 1, 46-55)  esa oración de alabanza que la Santísima Virgen María recita al ser saludada como la Madre de Dios por su prima Santa Isabel.
Y de este Canto de María es bueno resaltar su coincidencia también con lo expresado por el Profeta Isaías:  “A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos”.    Se refieren estos hambrientos a los que necesitan de Dios y de los bienes de Dios.  Y se refieren estos ricos a los que creen no necesitar de Dios y de los bienes de Dios.  Por ello, a los que necesitan del El, Dios los colma de bienes, y a los que se bastan a sí mismos, los despide vacíos.  

En la Segunda Lectura (1 Ts. 5, 16-24), San Pablo nos recuerda lo mismo que San Pedro el pasado domingo sobre nuestra preparación para la venida del Señor:  “que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo”.  Y, además, nos habla San Pablo de la acción del Espíritu Santo en los mensajes proféticos, instruyéndonos sobre la correcta actitud al respecto:  “No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía;  pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno”.   

Vemos en la narración de los Evangelios sobre San Juan Bautista, cómo éste cumplió con su misión de anunciar al Mesías y de preparar su camino.  Y cuando lo vio venir pudo reconocerlo por una íntima revelación que Dios le dio, la cual él hace pública:  “Yo no lo conocía, pero Dios, que me envió a bautizar con agua, me dijo también:  ‘Verás al Espíritu bajar sobre Aquél que ha de bautizar en Espíritu Santo y se quedará en El.’  ¡Y yo lo he visto! Por eso puedo decir que Este es el Elegido de Dios” (Jn. 1, 33-34).




Al ser preguntado por qué bautizaba si no era el Mesías, San Juan Bautista dice que ciertamente él ha estado bautizando con agua, pero que el que viene después de él, bautizará con el Espíritu Santo. 

Jesucristo confirmará este anuncio de San Juan Bautista.  En el diálogo nocturno que tuvo con Nicodemo, le dice a este buen fariseo:  “En verdad te digo, nadie puede ver el Reino de Dios sin no nace de nuevo, de arriba”.  Y, ante el asombro de Nicodemo, Cristo le explica:  El que no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios ... Por eso no te extrañes que te haya dicho que necesitas nacer de nuevo, de arriba” (Jn. 3, 3-7).

Y ¿qué es nacer de nuevo, de arriba?  Para entender esto, no hay más que ver a los Apóstoles antes y después de Pentecostés (cfr. Hech.  2 y 5, 17-41).   Antes eran torpes para entender las Sagradas Escrituras y aún para entender las enseñanzas que recibieron directamente del Señor.  También eran débiles en su fe, deseosos de los primeros puestos y envidiosos entre ellos.  Eran, además, temerosos para presentarse como seguidores de Jesús, por miedo a ser perseguidos. 


Pero sí hicieron algo:   creyeron y obedecieron el anuncio del Señor: “No se alejen de Jerusalén, sino que esperen lo que prometió el Padre, de lo que Yo les he hablado:  que Juan bautizó con agua, peroustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hech. 1s, 4-5).Y ¿cómo se nace de nuevo, de arriba?  ¿Cómo se nace del Espíritu Santo?  Para esto también hay que ver a los Apóstoles muy especialmente en los días  entre la Ascensión del Señor y Pentecostés y también a lo largo de todos los acontecimientos narrados en losHechos de los Apóstoles:   Nos dice la Escritura que perseveraban en la oración junto con María, la Madre de Jesús (Hech. 1, 14).

Quien ha nacido del Espíritu Santo se da cuenta de que Dios es lo más importante en su vida, se da cuenta que vive para Dios, que Dios es el que manda en su vida (es el Señor, ¿no?).  Eso es estar preparados.  ¿Preparados para qué?  Pues para cuando vuelva el Señor, que volverá en el momento que nos toque morir o en su Segunda Venida al fin de los tiempos.