domingo, 28 de octubre de 2012

"Jesús, hijo de David, ten compasión de mí" (Evangelio dominical)



La Primera Lectura nos trae un texto del Profeta Jeremías (Jer. 31, 7-9)   referido al regreso del pueblo de Israel del exilio y entre ellos vienen también “los ciegos y los cojos”.  

Nos habla el Profeta de “torrentes de agua”  y de “un camino llano en el que no tropezarán”.  Sin duda se refieren estos simbolismos a la gracia divina que es una “fuente de agua viva” que calma la sed, que fortalece y que allana el camino hacia la Vida Eterna.

Sabemos que es Dios quien guía a su pueblo de regreso a su patria.  Y cuando Dios es el que guía, los cojos pueden caminar y los ciegos tienen luz.  Es una figura muy bella sobre la conversión interior, que nos lleva a poder ver la luz interior, aunque fuéramos ciegos corporales.

Es el caso del Evangelio de hoy (Mc. 10, 35-45), el cualnos narra la curación del ciego Bartimeo, ciego de sus ojos, pero vidente en su interior;  ciego hacia fuera, pero no hacia dentro; ciego corporal, mas no espiritual;  ciego de los ojos, mas no del alma.
 
Este nuevo milagro de Jesús nos ofrece bastante tela de donde cortar para extraer enseñanzas muy útiles a nuestra fe, nuestra vida de oración y nuestro seguimiento a Cristo.


Un día este hombre ciego estaba ubicado al borde del camino polvoriento a la salida de Jericó.  Pedir limosna era todo lo que podía hacer para obtener ayuda humana, y eso hacía.  

Pero Bartimeo había oído hablar de Jesús, quien estaba haciendo milagros en toda la región.  Sin embargo su ceguera le impedía ir a buscarlo.  Así que tuvo que quedarse donde siempre estaba. 
Pero he aquí que un día el ciego, con la agudeza auditiva que caracteriza a los invidentes, oye el ruido de una muchedumbre, una muchedumbre que no sonaba como cualquier muchedumbre. 

Y al saber que el que pasaba era Jesús de Nazaret, “comenzó a gritar”  por encima del ruido del gentío:  “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”.    Trataron de hacerlo callar, pero él gritaba con más fuerza.  Jesús era su única esperanza para poder ver.  

Ciertamente Bartimeo era ciego en sus ojos corporales:  no tenía luz exterior.  Pero sí tenía luz interior, sí veía en su interior, pues reconocer que Jesús era el Mesías, “el hijo de David”,  y poner en El toda su esperanza, es ser vidente en el espíritu.  

Su fe lo hacía gritar cada vez más y más fuertemente, pues estaba seguro que su salvación estaba sólo en Jesús.  Y tal era su emoción que “tiró el manto y de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús”,  cuando éste, respondiendo a sus gritos, lo hizo llamar.

Y como viene siendo habitual, traemos tres reflexiones de otros tantos religiosos que lo hacen en nuestro idioma y relacionado con La Palabra de Dios, en este domingo XXX del Tiempo Ordinario.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,46-52):


En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí.»
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo.»
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver.»
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor.



“Maestro, que pueda ver”


He aquí una típica situación de marginación: al borde del camino se encuentra un hombre que, por ser ciego, es pobre y dependiente y, a diferencia de los demás, no puede caminar por sí mismo. La marginación de cualquier tipo es un fenómeno siempre incómodo. Y no sólo para quien la sufre, sino también para los demás, para los “normales” que pasan de largo por el camino mirando hacia otra parte. Los marginados de cualquier tipo, gritan y molestan. Imploran ayuda y nos ponen en cuestión. El propio confort y seguridad se hacen molestos ante el rostro inquietante de la marginación. Una forma de esquivar esta incomodidad es hacerse sordo a sus gritos, hacerlos callar, como hacen “muchos” de los que caminaban alrededor de Jesús, que tratan de que, además de ciego, el pobre se haga mudo. Una forma de acallar esos gritos es, por ejemplo, convertirlos en “un problema” abstracto, anónimo, sin nombre y sin rostro.

El primer detalle significativo del Evangelio de hoy es que, a diferencia de lo que sucede en otros pasajes de curación, aquí se nos dice el nombre y algo de su procedencia: es el hijo de Timeo, Bartimeo, esto es, alguien concreto, con nombre, con una historia y unas relaciones, con sentimientos, deseos y esperanzas, frustrados precisamente por su situación de marginación. Es normal que gritara en cuanto percibiera la más mínima esperanza de curación.

Desde Jericó Jesús se prepara para subir a Jerusalén, donde consumará su destino mesiánico. La salvación está cerca. El ciego sentado al margen del camino, sabiendo que pasaba Jesús de Nazaret, implora piedad al tiempo que lo confiesa como el Mesías, “Hijo de David”.


Jesús no percibe en el grito del ciego la molestia que ocasiona la marginación, sino la angustia y el sufrimiento de la persona concreta. El sufrimiento, de hecho, no le es ajeno en absoluto, lo conoce en primera persona pues por su encarnación “está él mismo envuelto en debilidades”, y puede compadecerse de los que sufren. Es la vía del sufrimiento hasta la muerte la que realiza su realeza, su filiación davídica, su mesianismo. Así que, a diferencia de los demás, Jesús se detiene, y llama al ciego, y entabla con él un diálogo, se abre a sus necesidades y se dispone a escuchar sus deseos. Es interesante que le pregunte: «¿Qué quieres que haga por ti?», como si no fuera evidente. Pero es que a la hora de acoger y ayudar es importante (tal vez, lo más importante) dejar que la persona se exprese y pueda exponer sus necesidades y deseos. A veces la ayuda social puede hacerse de manera profesional y especializada: “sabemos” mejor que el necesitado lo que necesita, y  podemos hacer de él “objeto” de una caridad burocratizada, que no da lugar al encuentro personal, al diálogo con la persona, a que ésta pueda ejercitar el mínimo de autonomía de que todavía disfruta: siquiera decirnos su nombre (“no soy sólo un ciego, sino yo, Bartimeo”), exponer su necesidad y su pobreza, expresar sus deseos y manifestar sus sueños. Hay formas de ejercer la “caridad” que pueden ser modos encubiertos de hacer callar el grito de los marginados. Jesús, como vemos hoy, actúa de otra manera: oye el grito, llama, escucha, deja al otro ser sí mismo, y sólo desde ahí actúa curando.

Sanar la marginación no significa necesariamente hacer milagros, ni siquiera resolver problemas. No siempre está en nuestras manos, desde luego, lo primero, ni tampoco siempre lo segundo. Pero sí que podemos escuchar, acoger, respetar al otro en su idiosincrasia y en su concreción, reconocerlo como persona dotado de esa mínima pero fundamental autonomía que consiste en expresarse, en decirnos su nombre, su procedencia, sus deseos, sus esperanzas y, por tanto, también su fe.



No ser sordos a este grito y este clamor es una primera forma de curar la ceguera, la causa de la marginación. Jesús, que atribuye la curación de Bartimeo a su propia fe, tal vez nos esté diciendo justamente que para superar la marginacion hay que prestar atención y ayuda, pero también dejar al otro poner su parte y ejercer su margen de autonomía, por pequeña que esta sea.

El milagro que Jesús ha obrado con la cooperación de la fe del ciego no consiste sólo en la recuperación física de la vista, sino también en el hecho de que Bartimeo abandona su situación de marginación y se integra al camino por el que marchaban todos, y lo hace además en el seguimiento de Jesús: “lo seguía por el camino”. Descubrimos que la llamada de Jesús, guiada por la compasión, era además una llamada al seguimiento. Responder a la llamada exige fe y también generosidad. Como los primeros apóstoles dejaron sus redes, Bartimeo, para responder a la llamada, dejó su escasa riqueza, su manto, que era su casa y su abrigo.

Cada uno de nosotros puede reconocerse en el ciego Bartimeo. Todos tenemos nuestras cegueras, nuestras limitaciones (físicas, intelectuales, psicológicas, morales), nuestras dependencias, que nos marginan de un modo u otro. Podemos conformarnos con resignación e imponernos silencio a nosotros mismos. Pero Jesús pasa a nuestro lado y tenemos que tener el valor de dirigirnos a él, de gritarle nuestra necesidad. Quién sabe la cantidad de “curaciones” que nos hemos perdido en nuestra vida por no haber sido capaces (por temor a las reacciones de los demás, o por parálisis interior, o por orgullo o pereza…) de dirigirnos a Cristo con fe. Bartimeo nos invita hoy a orar con insistencia, a acudir a Jesús y gritarle nuestra necesidad, a no conformarnos con nuestras cegueras, nuestros horizontes estrechos y limitados. Jesús nos escucha, nos deja hablar y expresarnos: ¿por qué perder la oportunidad de abrir ante él, sin temor, con confianza, esto es, con fe, nuestro corazón, nuestras necesidades, nuestros deseos y nuestras esperanzas, para que él, escuchándonos, nos ponga en pie y nos cure, dándonos la oportunidad de caminar por nosotros mismos y en su seguimiento?


Si sentimos que, de un modo u otro, Jesús ya nos ha tocado y curado, si estamos ya en camino, Bartimeo nos invita a examinar la calidad de nuestro seguimiento. Puede ser que, como los apóstoles en estos últimos domingos, seamos todavía ciegos para ciertos aspectos del mensaje evangélico. Vivir en el seguimiento de Jesús significa haber sido curado de la ceguera que nos impide caminar con libertad, pero también de las sorderas que nos impiden escuchar los gritos de los que todavía se sientan al borde del camino y nos importunan pidiendo ayuda. Ser seguidor de Jesús implica estar dispuesto a pararse, a acoger, a escuchar, a ayudar en la medida de nuestras posibilidades (unas veces personalmente, otras, junto con otros, uniendo fuerzas en organizaciones adecuadas). Es un género de ayuda que auna, por otro lado, acción social y anuncio del evangelio, solicitud por la necesidad y llamada a la fe y al seguimiento. Se trata de dos dimensiones inseparables pero autónomas en cierto sentido. La ayuda es incondicional: su motivación no puede ser otra que el sufrimiento ajeno. Pero, por ser una ayuda realizada por y desde el seguimiento de Cristo, no puede no remitir, desde el pleno respeto a la libertad y la autonomía ajena,  a la fuente de la que brota nuestra capacidad de acogida y ayuda.

A este respecto, hay otra forma de marginación que podemos entrever en el evangelio de hoy. La dimensión religiosa está cada vez más ausente de los modos de vida y de pensamiento del mundo en el que vivimos, que se ha hecho en gran medida ciego para la fe y se va situando al margen de la experiencia cristiana. Pero también esta forma de marginación y de ceguera grita de múltiples formas. También a estos gritos tenemos los creyentes que prestar atención, escuchándolos y tratando de darles una respuesta respetuosa y firme. Hay formas de necesidad y de ceguera a los que sólo la fe en el Dios Padre de Jesucristo puede responder. Los que tenemos fe debemos reconocer sin complejos que somos ricos de una riqueza que no es nuestra y que hemos de compartir, somos depositarios de una luz que quiere iluminar a todos. Por medio del testimonio de fe, que se expresa en el amor y en la atención a las necesidades ajenas, Jesús mismo quiere hacerse cercano también a esta forma de marginación y, dirigiéndose a cada uno, preguntarle con solicitud: «¿Qué quieres que haga por ti?»


“El ciego y el camino”



Después de habernos exhortado en los tres últimos domingos a revisar nuestras actitudes ante el placer, el tener y el poder, la liturgia nos presenta la imagen de los ciegos. A lo largo de las páginas bíblicas son con frecuencia la metáfora de la pobreza y el desvalimiento. En este día son como un grito de esperanza en medio de la oscuridad.
El profeta Jeremías pone en boca de Dios un oráculo de esperanza dirigido al pueblo de Israel, deportado en Babilonia (Jer 31, 7-9). El Señor de la historia se acordará de él y lo guiará de nuevo hasta su tierra. Al ir iban llorando, pero ahora regresarán entre consuelos.
Se anuncia la hora del retorno. Se anuncia un nuevo Éxodo. Dios traerá a los suyos y los congregará de los confines de la tierra. En ese resto de Israel, recobrado y liberado del exilio habrá ciegos y cojos y habrá preñadas y paridas.
Dios se presenta a sí mismo como el protector de los enfermos y de las débiles. Él es el Señor de la vida. Es más, Dios quiere ser reconocido por Israel como un padre.

LOS CONTRASTES HUMANOS


Dedicado a revisar las actitudes humanas más profundas, este capítulo del evangelio de Marcos se cierra con un relato profundo. Una especie de evangelio dentro del evangelio. Un resumen del itinerario de los que han sido alcanzados por la bondad del Señor (Mc 10,46-52). Un relato en el que, una vez más, se agrupan al menos tres contrastes.
- En primer lugar, también aquí aparece la figura de un ciego. Es ciego y pobre, como ocurría generalmente en aquel tiempo. Pero es uno de los pocos enfermos curados por Jesús que tiene nombre propio. Se llama Bartimeo, es decir, “el hijo de Timeo”. Es claro que para el evangelio el pobre tiene dignidad.

- Es ciego, pero el oído le lleva a descubrir el paso de la gente. Y, sobre todo, el paso de Jesús. Mientras los que acompañan al Maestro quieren hacerle callar, el ciego lo invoca a gritos con un título mesiánico: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Evidentemente ése puede ser un verdadero discípulo.

- Hay un tercer detalle. Antes del encuentro con Jesús, el ciego es un mendigo sentado al borde del camino y pidiendo limosna. Después del encuentro es un hombre que ha recobrado la vista y sigue a Jesús por el camino. Mendigar al borde del camino y seguir por el camino al que se reconoce como el Maestro: he ahí la diferencia que marca la fe.

LAS PALABRAS DEL MAESTRO


 
El relato evangélico recoge tres frases de Jesús que reflejan lo que Él es y lo que aporta a quien se acerca a Él.

• “Llamadlo”. Esa es la voluntad de Jesús. Él vino a buscar a los pobres, a los enfermos y marginados. Y vino a buscar colaboradores para esa misión de sanación y salvación. Todos los cristianos somos invitados a hacer llegar esa llamada a los que buscan al Señor.

• “¿Qué quieres que haga por ti?” Es la misma pregunta que Jesús dirigió a Santiago y Juan, hijos del Zebedeo. Ellos querían que Jesús les concediese honores y poder. Bartimeo sólo quiere la luz que puede conceder el que es la luz del mundo.

• “Anda, tu fe te ha curado”. La sanación viene del Señor. Es absolutamente gratuita. Pero el Señor valora la fe de los que se acercan a él con humildad y confianza. La que lo confiesa como hijo de Dios es la que lleva a descubrirlo como guía del camino.

- Señor, Jesús, tú conoces bien nuestra ceguera y nuestra pobreza. Ayúdanos a reconocerte cuando pasas a nuestro lado. Que no nos domine la cobardía. Y que, en medio de las tinieblas, podamos invocarte diciendo: “Maestro, que pueda ver”. Amén.

San Judas Tadeo.... ruega por nosotros!!

 
San Judas Tadeo es uno de los santos más populares, a causa de los numerosos favores celestiales que consigue a sus devotos que le rezan con fe. En Alemania, Italia, América y muchos sitios más, tiene numerosos devotos que consiguen por su intercesión admirables ayudas de Dios, especialmente en cuanto a conseguir empleo, casa u otros beneficios más. 

Santa Brígida cuenta en sus Revelaciones que Nuestro Señor le recomendó que cuando deseara conseguir ciertos favores los pidiera por medio de San Judas Tadeo.

Judas es una palabra hebrea que significa: "alabanzas sean dadas a Dios".
Tadeo quiere decir: "valiente para proclamar su fe".


Simón significa: "Dios ha oído mi súplica". A San Simón y San Judas Tadeo se les celebra la fiesta en un mismo día, el 28 de octubre, porque según una antigua tradición los dos iban siempre juntos predicando la Palabra de Dios por todas partes.

San Judas Tadeo estaba íntimamente relacionado con nuestro Señor por su parentesco con San Joaquín y Santa Ana, padres de la Santísima Virgen. Sobrino nieto de estos dos santos, es a la vez sobrino de María y José, de donde resulta ser primo de nuestro Señor Jesucristo.

San Judas es hermano del Apóstol Santiago el Menor. Tenía otros dos hermanos a quienes llama el Evangelio "hermanos" de Jesús. Cuando nuestro Señor regresó de Judea a Nazaret, comenzó a enseñar en la sinagoga. Las gentes que le oían estaban asombradas y decían: "¿ De dónde le ha llegado tanta sabiduría y ese poder de hacer milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?" (Mt 13,54).


La palabra "hermanos" en hebreo comúnmente significa un pariente próximo. El padre de San Judas era Cleofás. El nombre de su madre era María, que era pariente próxima de la Virgen Santísima. Ella también permaneció junto a la Cruz cuando murió nuestro Señor Jesucristo. "Cerca de la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre , María, esposa de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19,25).
Durante su adolescencia y juventud, Judas fué compañero de Jesús. Cuando Jesús comenzó su vida pública, Judas dejó todo por seguirle. A San Judas se le llama Tadeo para diferenciarlo de Judas Iscariote que fue el que vendió a Jesús. En la noche de la Última Cena le preguntó a Jesús: "¿Por qué revelas tus secretos a nosotros y no al mundo?". Jesús le respondió que esto se debía a que ellos lo amaban a Él y cumplían sus mandatos y que a quien lo ama y obedece, vienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y forman habitación en su alma (Jn. 14, 22).

Como Apóstol, trabajó con gran celo por la conversión de los paganos. Fue misionero por toda la Mesopotamia durante diez años. Regresó a Jerusalén para el Concilio de los Apóstoles. Después se unió a Simón en Libia, donde los dos Apóstoles predicaron el Evangelio a los habitantes de aquel país.
Refiere la tradición que San Judas y San Simón sufrieron martirio en Suanis, ciudad de Persia, donde habían trabajado como misioneros. A San Judas le dieron muerte con una cachiporra. Por eso se le representa con una porra sobre la cabeza. Luego, le cortaron la cabeza con un hacha. Trasladaron su cuerpo a Roma y sus restos se veneran ahora en la Basílica de San Pedro.


San Judas es conocido principalmente como autor de la Carta de su nombre en el Nuevo Testamento. Carta probablemente escrita antes de la caída de Jerusalén, por los años 62 al 65. En ella, San Judas denuncia las herejías de aquellos primeros tiempos y pone en guardia a los cristianos contra la seducción de las falsas doctrinas. Habla del juicio que amenaza a los herejes por su mala vida y condena los criterios mundanos, la lujuria y "a quienes por interés adulan a la gente". Anima a los cristianos a permanecer firmes en la fe y les anuncia que surgirán falsos maestros, que se burlarán de la Religión, a quienes Dios, en cambio, les tiene reservada la condenación .


A la soberbia de los malos contrapone la humilde lealtad del Arcángel San Miguel. Anima a los cristianos a levantar un edificio espiritual llevando una vida fundada en la fe, el amor a Dios, la esperanza y la oración. Alienta la práctica del amor al prójimo; exhorta a los cristianos a que sean pacientes y con sus vidas virtuosas conviertan a los herejes.

San Judas concluye su carta con una oración de alabanza a Dios por la Encarnación, pues por ella Jesucristo, Palabra eterna de Dios, tomó sobre sí nuestra naturaleza humana para redimirnos.



ORACIÓN



¡ Santo Apostol, San Judas, fiel siervo y amigo de Jesús !.

El nombre del traidor que entregó a tu amado Maestro en las manos de sus enemigos, ha sido la causa de que tú hayas sido olvidado por muchos; pero la Iglesia te honra e invoca universalmente, como el patrón de los casos difíciles y desesperados. 

Ruega por mí, estoy sin ayuda y tan solo. Haz uso, te imploro, del privilegio especial a ti concedido, de socorrer pronto y visiblemente cuando casi se ha perdido toda esperanza. 

Ven en mi ayuda en esta gran necesidad, para que pueda recibir el consuelo y socorro del cielo en todas mis necesidades, tribulaciones y sufrimientos, particularmente (haga aquí su petición), ...y para que pueda alabar a Dios contigo y con todos los elegidos por siempre. 

Prometo, glorioso San Judas, nunca olvidarme de este gran favor, honrarte siempre como a mi especial y poderoso patrono y, con agradecimiento, hacer todo lo que pueda para fomentar tu devoción.   Amén.


sábado, 27 de octubre de 2012

Hoy celebramos a los santos... Santos Vicente, Sabina y Cristeta !!


Hoy  en memoria de los santos que celebramos, aprovecho de forma muy personal para recordar a otro santo abad, San García de Arlanza. Que celebramos anualmente cada 25 de Noviembre, habiendo tenido la suerte y el honor, de haber escrito algunas páginas sobre su historia y milagros, nada mejor que este día para recordarlo.


Fue a través de un sueño, por Iluminación Divina, como San García Abad, nuestro Patrón, pudo indicar a su rey y amigo a quien asesoraba, el rey Fernando I de Castilla, donde estaban enterrados los restos mortales de estos tres santos, víctimas del perseguidor y asesino de cristianos, Deocleciano. Martirizados, 7 siglos antes. De esta manera, el rey mismo, encabezó una comitiva hasta el lugar señalado y una vez recuperados los restos de estos santos mártires, se les dió cristiana sepultura y los honores que les correspondian.


Santos Vicente, Sabina y Cristeta 



Vicente, Sabina y Cristeta son hermanos. Han nacido y viven en Talavera (Toledo). Los tres disfrutan de su juventud —Cristeta, casi niña- y, como en tantos hogares después del fallecimiento de los padres, hace cabeza Vicente que es el mayor.

Manda en el Imperio la tetrarquía hecha por Diocleciano con el fin de poner término a la decadencia que se viene arrastrando a lo largo del siglo III por las innumerables causas internas y por las rebeliones y amenazas cada vez más apremiantes en las fronteras. Diocleciano, augusto, reside en Nicomedia y ocupa la cumbre de la jerarquía; su césar Galerio reside en Sirmio y se ocupa de Oriente; Maximiano es el otro augusto que se establece en Milán, con su césar Constancio, en Tréveris, gobiernan Occidente.

El presidente en España es Daciano hombre cruel, bárbaro y perverso, que odia sin límites el nombre cristiano y que va dejando un riego de mártires en Barcelona y en Zaragoza. Llega a Toledo y sus colaboradores buscan en Talavera seguidores de Cristo.

Allí es conocido como tal Vicente, que se desvive por la ayuda al prójimo y es ejemplo de alegría, nobleza y rectitud.

Llevado a la presencia del Presidente, se repite el esquema clásico, en parte verídico y en parte parenético de las actas de los mártires. Halagos por parte del poderoso juez pagano con promesas fáciles, y, por parte del cristiano, profesiones de fe en el Dios que es Trinidad, en Jesucristo-Señor y en la vida eterna prometida. 

Amenazas de la autoridad que se muestra dispuesta a hacer cumplir de modo implacable las leyes y exposición tan larga como firme de las disposiciones a perder todo antes de la renuncia a la fe nutriente de su vida que hace el cristiano. De ahí se pasa al martirio descrito con tonos en parte dramáticos y en parte triunfales, con el añadido de algún hecho sobrenatural con el que se manifiesta la complacencia divina ante la fidelidad libre del fiel.

Bueno, pues el caso es que a Vicente lo condenan a muerte por su pertinacia en perseverar en la fe cristiana. 

Lo meten en la cárcel y, en espera de que se cumpla la sentencia, es visitado por sus dos hermanas que, entre llantos y confirmándole en su decisión de ser fiel a Jesucristo, le sugieren la posibilidad de una fuga con el fin de que, sin padres que les tutelen, siga él siendo su apoyo y valedor. 

La escapada se realiza, pero los soldados romanos los encuentran en la cercana Ávila donde son los tres martirizados, en el año 304.
El amor a Dios no supone una dejación, olvido o deserción de los nobles compromisos humanos. Vicente, aceptando los planes divinos hasta el martirio, hizo cuanto legítimamente estuvo de su parte para sacar adelante su compromiso familiar.










Fuentes:
Iluminación Divina
Martiriologio Cristiaano
"San García Abad, el gran santo desconcido"(Ángel Corbalán)






domingo, 21 de octubre de 2012

"... el que quiera ser grande, sea vuestro servidor. " (Evangelio dominical)


Las Lecturas de hoy se refieren al sufrimiento, en comparación con los deseos de reconocimiento y de honra que -equivocadamente- alimentamos y promovemos los seres humanos.

En la Primera Lectura del Antiguo Testamento se anuncian los sufrimientos de Cristo y su finalidad.  “El Señor quiso triturar a su siervo con el sufrimiento”,  anunciaba el Profeta Isaías. “Cuando entregue su vida como expiación ... con sus sufrimientos justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos” (Is. 53, 10-11).
 
En efecto, nos dice el Evangelio (Mc. 10, 35-45): “Jesucristo vino a servir y a dar su vida por la salvación de todos”.

Y el sacrificio de Cristo, anunciado desde el Antiguo Testamento y realizado hace 2012 años menos 33 (hace 1979 años), se re-actualiza en cada Eucaristía celebrada en cada altar de la tierra.  ¡Gran milagro!

  “El más grande de los milagros”, lo proclamaba el Papa Juan Pablo II en una de sus Catequesis de los Miércoles del año 2000, dedicada a la Eucaristía.



Y nos comentaba Juan Pablo II en su Encíclica sobre la Eucaristía («Ecclesia de Eucharistia») que los Apóstoles, habiendo participado en la Última Cena, tal vez no comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo en el Cenáculo.  Aquellas palabras vinieron a aclararse plenamente al terminar el Triduo Santo, lapso que va de la tarde del Jueves Santo hasta la mañana del Domingo de Resurrección.

Nos dice el Papa que la institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, comenzando con la agonía de Jesús en el Huerto de Getsemaní. 

Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto habían árboles de olivo muy antiguos, que tal vez fueron testigos de lo que ocurrió aquella noche, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal.
 
La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación al instituir la Eucaristía durante la Ultima Cena, comenzaría a ser derramada con los azotes, la corona de espinas, y su efusión, hasta la última gota, se completaría después en el Gólgota.  Y entonces su Sangre se convierte en instrumento de nuestra redención.

“En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa «contemporaneidad» entre aquel Triduo y el transcurrir de todos los siglos” (JP II-Ecclesia de Eucaristía).

 Y como viene siendo habitual, traemos tres reflexiones de otros tantos religiosos que lo hacen en nuestro idioma y relacionado con La Palabra de Dios, en este domingo XXIX del Tiempo Ordinario.


Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,35-45):


En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Lo somos.»
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.» Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

Palabra del Señor




COMENTARIO


1.- SERVIR
 
1.- Vino a servir a todos y dar su vida por todos.

Es lo que piden los hijos de Zebedeo. No sabían lo que pedían, pues precisamente poco antes había hecho Jesús el anuncio de su pasión y muerte. Sospechaban, pues habían visto los signos que realizaba, que Jesús era el Mesías, el rey esperado para liberar a Israel del dominio romano, pero no lo entendían bien. Jesús es verdad que era rey, "pero su Reino no era de este mundo", tal como le dijo a Pilato. El predicó el Reino, su mensaje fundamental. Y vino a anunciar y a establecer el Reino de Dios. Hoy podemos llamarlo "la civilización del amor" de la que hablaba Pablo VI. El Reino de Dios, sin embargo comienza en este mundo, aunque todavía no había llegado a su plenitud. Es el "ya, pero todavía no". En el Reino de Jesús es primero el que es el último, es decir el que sirve, no el que tiene poder. Los hijos del Trueno" buscaban el poder. En los evangelios vemos cómo muchas veces quisieron hacer rey a Jesús, pero Él lo rechazó, porque había venido a servir y no a ser servido. Su mesianismo no es político ni espectacular, sino silencioso y humilde. En este sentido, San Agustín recuerda que "no dice que su Reino no está en nuestro mundo, sino no es de este mundo. No dice que su Reino no está aquí, sino no es de aquí".

 
2.- Hemos de trabajar para construir el Reino de Dios en este mundo.


Esto significa establecer unas condiciones de vida en las que reine la justicia, la paz y la fraternidad. Mientras esto no se consiga, todavía no podemos estar contentos. No debemos huir del mundo, sino implicarnos en su transformación aquí y ahora, sin esperar que llegue pasivamente "el Reino de los cielos". Esto es lo que pide Jesús a Santiago y Juan: "beber el cáliz que Él ha de beber". Contestan que sí, pero en ese momento no se dan cuenta de lo que estaban diciendo. Lo comprobarán cuando contemplen la muerte de Jesús y experimenten que ha resucitado. Santiago llegará el momento en que dará la vida por Cristo, cuando Herodes lo "hizo pasar a cuchillo". No sabemos si fue sometido previamente a un proceso judicial o si su muerte fue fruto del capricho de aquel déspota. En aquel momento sí que fue capaz de beber el cáliz de Cristo.
 
3.- Jesús debe reinar en nuestro corazón.



Solo así le seguiremos con todas nuestras fuerzas y podremos gozar de su amor. Un rey existe para servir al pueblo. Es su espíritu de servicio a la comunidad lo que justifica su ser. Así lo hizo Jesús, que tuvo como trono la cruz, como cetro una simple caña, como manto real una ridícula túnica de color púrpura y coronó su cabeza con una corona de espinas. Él es el “siervo de Yahvé, que entregará su vida en expiación, como nos dice el profeta Isaías en la primera lectura. Será triturado por el sufrimiento, pero justificará a muchos, “porque cargó con los crímenes de ellos”. Así alcanzaremos la misericordia y la gracia como sugiere la Carta a los Hebreos y pedimos en el Salmo 32: “Que tu misericordia, Seños, venga sobre vosotros, como lo esperamos de ti”. Indudablemente, su Reino no era de este mundo, pero sí para este mundo. Y sus seguidores deben tener también su espíritu de servicio, pues el primero será el que más sirva.
 

4.- Lo que importa es servir a Jesucristo y estar dispuesto a beber el cáliz con El. 


Lo que importa de verdad es servir como Jesús, amar como Jesús y entregarnos como El a la misión de transformar este mundo y anunciar su mensaje de Amor. Ahora, como entonces, hay una inmensa tarea ante nosotros, pero la necesidad de la “eficacia” no debe dejar lugar a los intereses particulares, a los primeros puestos, a los lugares de honor. Ser cristiano es mucho más que un título. Venimos a ser y a servir, y somos fuertes porque Él ha puesto su mirada de amor en cada uno de nosotros para que seamos sal de la tierra y luz del mundo. Somos vasijas de barro, pero con un gran regalo, con un gran tesoro en nuestro interior. La vasija puede estropearse, tal vez el calor y la dificultad hasta la resquebraje, puede que los golpes del camino rompan cualquier esquinilla, pero tenemos que recordar que somos portadores de algo grande, ser testigos, de Aquél que ha dado la vida por nosotros.

2.- REDESCUBRIR LA ALEGRÍA DE CREER
 


1.- En este día del DOMUND, me gustaría comenzar esta celebración con unas palabras de Benedicto XVI escritas para este día. Dice así el Papa: “Necesitamos retomar el mismo fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que, pequeñas e indefensas, fueron capaces de difundir el Evangelio en todo el mundo entonces conocido mediante su anuncio y testimonio”. Y es que el Día de las Misiones nos recuerda que la Iglesia, y cada uno de nosotros, tenemos la misión de anunciar el evangelio, es la razón de nuestra existencia. Y nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias y grupos, han de mirarse en esas primeras comunidades que, con muchas dificultades, fueron capaces de difundir el evangelio en todo el mundo, como dice el Papa, y lo hicieron con su testimonio de vida y con el anuncio de Jesús Salvador. Y también con mucha alegría, porque no se vosotros, pero yo nunca he visto, ni he conocido a un misionero triste. ¿Por qué será?
 

2.- Yo creo que es porque esa alegría nace de la entrega de la propia vida por Jesús y su evangelio. Y esa misma entrega, aquí y ahora, nos ha de llevar a redescubrir la alegría de creer. En el fondo, es eso mismo lo que Jesús hoy les dice a sus discípulos, y mira que a ellos les costó entenderlo porque, una vez más, les vemos peleando y disputando por ocupar cargos de poder. Y todo esto en medio de los anuncios que Jesús va haciendo de su pasión y muerte durante el camino a Jerusalén.
 
3.- Este camino es un itinerario geográfico, pero también espiritual y de aprendizaje para los discípulos (que lo entenderán todo más tarde, con el Espíritu Santo). Jesús ha anunciado, por tercera vez, su pasión, muerte y resurrección en Jerusalén, a donde se dirigen, pero los discípulos siguen sin comprender nada. Y para muestra, la petición de los Zebedeos.
 


4.- Santiago y Juan se acercan a Jesús (la madre no aparece aquí, sólo lo hace en la versión de Mateo) y le hacen una petición, que va en consonancia con esos deseos de los primeros puestos que los discípulos tenían y por los que se peleaban. La petición es tener poder. Pero el poder en el Reino de Jesús es servicio y ellos aún no lo han entendido. Jesús les explica que ese “poder” a su lado implica dar la vida por los demás, como Él va a hacer: “¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Aun así, los dos discípulos contestan afirmativamente, aunque sin entender bien esas palabras de Jesús. A pesar de todo, esa petición no está en manos de nadie más que del Padre: “no me toca a mi concederlo; está ya reservado”, dice Jesús. Y Jesús, como siempre hace, va a transformar esos deseos de poder en capacidad de entregar la vida por los otros.

5.- Sin embargo, el mero hecho de acercarse a Jesús a pedirle esto, ha dividido al grupo. “Los otros diez, al oír aquello, se indignaron”. Era una indignación lógica y normal. Aunque también es verdad que aquellos tampoco habían entendido nada. Entonces Jesús plantea una enseñanza que va a ser norma general para cualquier comunidad que quiera ser cristiana, y para cualquier persona que se considere discípula de Jesús: la enseñanza sobre el servicio.
 
6.- Esta actitud de servicio nace de una gran indignación, y es ver como los “grandes” oprimen y tiranizan a los “pequeños”. Y en el grupo de Jesús no puede ser así: “Vosotros, nada de eso”. Aquí la grandeza se demuestra poniéndose a lavar pies, y los primeros puestos son puestos de servicio a los demás. Y Jesús es el que va a dar ejemplo de todo esto con su propia vida, con su entrega en la cruz y con su resurrección. Así enseña Jesús, con su vida y con su ejemplo: “el hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Y cuando uno se ve en las mismas de Jesús, dando la vida, en el tercer mundo o en el primero (porque aquí también hay vida que dar y gente que la necesita), eso da una alegría que nadie nos puede quitar.
 
7.- Habrá que mirarse al espejo. Si nuestra cara no está alegre es que quizás no lo estamos haciendo como Jesús, nos falta vida que dar, nos reservamos, nos la guardamos. El Papa Benedicto XVI termina su carta del DOMUND diciendo que “la fe es un don que se nos ha dado para ser compartido; es un talento recibido para que dé fruto; es una luz que no debe quedar escondida, sino iluminar toda la casa. Es el don más importante que se nos ha dado en nuestra existencia y que no podemos guardarnos para nosotros mismos”. Que este Año de la Fe nos ayude a no reservarnos nada y a darlo todo por Jesús y por el evangelio, como Él lo hizo, como lo vemos en la Eucaristía que cada domingo celebramos.



3.- NO SALVA EL PODER; SALVA EL SERVIR
 


1. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor. No cabe duda que los hijos del Zebedeo, Juan y Santiago, eran dos personas valientes y decididas: estaban decididos a aceptar todos los riesgos y sufrimientos que hiciera falta, con tal de estar en la gloria del Señor, uno a su derecha y otro a su izquierda. Estaban seguros de su Maestro: vencería a todos sus enemigos y establecería en Israel un reino de paz, de justicia y de amor. Ellos querían ser los primeros en ese reino y su amigo Jesús sabía de sobra que ellos no le iban a fallar. Pero también es verdad que los hijos del Zebedeo actúan, en esta ocasión, con una prepotencia desmedida y con muy poco respeto y caridad hacia los otros diez discípulos. Los otros diez discípulos tenían motivos de sobra para “indignarse contra Juan y Santiago”. Por eso les contesta Jesús, sin rodeos, que no saben lo que piden. Jesús no había venido a salvarnos desde la prepotencia social, política y militar, de ningún reino; él había venido a salvarnos desde la humildad y la cruz, desde el servicio. Esto es lo primero que ellos debían aprender. Debían saber además que no eran ellos los que tenían que decidir quién entre ellos era el más santo, o el más digno de sentarse a la derecha o a la izquierda del Maestro; eso sólo lo decidiría Dios a su debido tiempo. Dios no nos salva por ser más o menos importantes social y políticamente, Dios nos salva por nuestra humildad ante él y por nuestro amor hacia los hermanos. Dios nos salva por nuestra capacidad de servir, no por nuestra capacidad de mandar, porque “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

 
2.- Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

 
Estos versículos pertenecen al cuarto cántico del Siervo de Yahveh que encontramos en el llamado “Segundo Isaías”, compuesto muy probablemente en el exilio de Babilonia. No hay duda de que en este breve texto está condensado el mismo mensaje que nos dará, bastantes siglos después, el apóstol Pablo cuando habla de la misión de Cristo, nuestro Salvador y Redentor. Cristo es el siervo de Yahveh, porque quiso entregar su vida como expiación por los pecados de muchos. El Cristo que nos salva no es, preferentemente, el Cristo de los milagros, ni el Cristo de los grandes mensajes morales que nos dio, el Cristo que nos salva es, en primer lugar, el Cristo de la cruz, del servicio y del amor. Esto es lo que, según nos dice San Pablo, era escándalo para los judíos y escarnio para los griegos. Los discípulos de Cristo, los de antes y los de ahora, debemos tener presente siempre esto: no nos van a salvar nuestros títulos, ni nuestros espectaculares éxitos sociales, religiosos, o políticos; nos salvaremos por nuestra capacidad de sufrir y amar, en servicio a los demás. En la tarde de nuestra vida nos examinarán de nuestro amor.
 
3.- No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado.

 

Es la misma idea, con palabras distintas, que nos vienen diciendo las lecturas anteriores. Dios Padre constituyó a Cristo, después de su muerte en cruz, en sumo sacerdote, un sacerdote que comprende nuestras debilidades porque él mismo fue probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Él sabe lo que es la debilidad humana y su corazón compasivo y misericordioso está siempre pronto a suplir nuestra debilidad con su amor y su gracia. No tenemos los cristianos a un Dios lejano e inaccesible, sino a un Dios cercano y misericordioso; por eso, con palabras del autor de esta Carta a los Hebreos: “acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”.