domingo, 14 de noviembre de 2010

El hijo pródigo................y el Padrenuestro!!!!

Nuestro Dios es el Dios de la reconciliación entre los hermanos.

Si Dios, es nuestro Padre, y por lo tanto, somos hermanos en Cristo, por qué no nos comportamos como tales?

Por qué no nos amamos como hermanos?

Si vamos a la casa de Dios, la casa de todos, por qué no damos la satisfacción a Dios, nuestro Padre, y nos comportamos como hermanos? O acaso es que recitamos y NO ……rezamos el Padrenuestro?.

Dios es el Pastor que se alegra al encontrar la oveja perdida. Él es el Padre misericordioso que espera a su hijo perdido con grandes ansias, le perdona cualquier falta cuando ve un verdadero arrepentimiento y lo llena de su amor. Digamos a Cristo: “Señor Tú lo sabes todo tu sabes que te quiero”

Sabiendo que somos hijos de Dios pensamos que lo merecemos todo. A veces no somos ni capaces de agradecer a nuestro Creador por el gran don de la vida. Y, mucho menos, nos esforzamos por corresponder a su amor infinito.

¿Cuánto hemos recibido de Dios? ¡Todo! Sin embargo lo vemos como una obligación de parte de Él.

Podríamos llegar a quejarnos cuando no recibimos lo que queremos y tal vez hasta hemos llegado al punto de exigirle.

Dios, en su infinita bondad, no cesa de colmarnos de sus gracias y hasta cumple con nuestros caprichos.

No importa si le agradecemos o no.

Lo más hermoso es ver que Dios no se cansa y por mucho que nos alejemos de Él, cuando deseamos volver, ahí está con los brazos abiertos esperándonos con un corazón lleno de amor.

El Hijo Pródigo.

“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.

Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."

Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta.

Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.

"El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!"

Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado."….. ( Evangelio San Lucas 15, 1-3.11-32 )


Reflexionemos.


Hemos escuchado el precioso evangelio del Hijo Pródigo, tan conocido por todos nosotros.

¿Con cuál de los personajes que aparecen en el mismo nos podríamos identificar cada uno de nosotros?

- Habitualmente lo hacemos con el hijo menor, que pide la parte de su herencia para irse, quiere autonomía, vivir la vida por sí mismo sin intromisiones de nada ni de nadie. En principio esa aspiración es loable. Todos debemos aspirar a tener una personalidad fuerte e independiente, capaces de valernos por nosotros mismos. El problema del hijo menor no es tanto ese deseo de autonomía, sino su autosuficiencia, su alejamiento del padre y el derroche de todo lo suyo. Al principio se cree feliz, pero pronto llegan los problemas y las necesidades; en cuanto lo pierde todo ya no es querido ni acogido por sí mismo, su lugar en el mundo se vuelve oscuro y lúgubre. El vacío, la desesperanza, la soledad empiezan a hacer meya en él.

El hijo menor lo identifica Jesús en la parábola con los pecadores y publicanos con los que come. Hoy es una buena imagen de la mentalidad moderna, que ha querido independizarse de Dios. Es lo que actualmente se llama laicismo: vivir como si Dios no existiera; crearnos a nosotros mismos sin referencias trascendentales. La consecuencia la vemos cada día: el vacío y el sinsentido de nuestros contemporáneos, de nuestro prójimo. Pero queda una esperanza: deshacer el camino y volver a Dios, como aquel joven.

- Podríamos identificarnos también, quizás, con el hijo mayor. Ojo. Esto es más propio de los que nos consideramos religiosos y nos movemos en el entorno de la Iglesia. El hijo mayor siempre ha vivido al lado del padre, es fiel y cumplidor, responsable, ama al padre y se siente feliz en su trabajo honrado y en su vida cotidiana; es de los que no fallan… en principio. Pero tiene un problema: su autosatisfacción. Considera que, precisamente por ser tan bueno, tiene más derechos que los demás. Llega incluso a no valorar la cercanía que siempre ha tenido con el padre. Y no se alegra del bien del hermano, por lo que ya no quiere entrar en el banquete. No lo valora.

En la parábola es identificado con los escribas y fariseos. A nosotros nos puede pasar algo parecido cuando nos consideramos los mejores y los únicos verdaderamente capaces de todo sin dar oportunidad a otros a los que despreciamos. En la Iglesia en general esto se da bastante en muchos movimientos. Debemos de estar siempre alertas y ser capaces de rectificar el rumbo, tal como le pide el padre, para valorar y entrar en la fiesta de los hijos de Dios. Eso también es conversión.

- Podríamos identificarnos, también con el padre bueno y misericordioso de la parábola. Muchos de vosotros me contáis las dificultades que tenéis con vuestros hijos y os recuerdo esta parábola precisamente. El padre es bueno, ha conseguido una casa y un trabajo dignos para sus hijos donde puedan ser felices. Les deja esa sana autonomía para que se desarrollen personalmente. Por eso, aun con tristeza, deja marchar al menor, pero siempre atisba el horizonte por si vuelve. Cuando lo ve venir sale a su encuentro, lo abraza y le hace fiesta. Con el mayor también es bueno: sale de casa cuando este no quiere entrar en la fiesta y con palabras de cariño quiere atraerlo. Sus dos hijos son lo más importante para él. Los respeta en su libertad. Ama el amor, el perdón, la reconciliación, la verdad. Así es Dios con nosotros. Y así deberíamos ser nosotros con todos. Especialmente pienso que esto es instructivo para los padres que a veces os veis con tantas dificultades a la hora de educar a vuestros hijos.

No quiero terminar sin al menos recordar las palabras de san Pablo que vienen muy bien a propósito. Todos los cristianos estamos lla¬mados a hacer presente en nuestro mundo la obra de la reconciliación como aquel padre de la parábola, pero de un modo particular los sacerdotes, que actuamos en medio de la comunidad haciendo las veces de Jesucristo, cabeza y pastor de la Iglesia.

Lo dice así:

”Dios por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar… Dios mismo estaba en Cristo recon¬ciliando al mundo…, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro” (2 Cor 5,18ss).

Nuestro Dios es el Dios de la reconciliación entre los hermanos. Esa fue la tarea de Jesucristo y debe ser siempre nuestra tarea. Dejémonos reconciliar con él… seamos instrumentos de reconciliación.

Aprovechemos, la próxima fiesta de San García Abad y que con su intercesión y nuestras voluntades, seamos un ejemplo de feligresía hermanada y guía a seguir,en el día a día para los niños y niñas que nos acompañan en las actividades parroquiales.

Si lo conseguimos, seguro que...............Dios, nuestro Padre, se sentirá orgulloso de nosotros, sus hijos.

Recordemos.........." .....y perdona Señor, nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden......".

Así sea.










Fuentes:
Catholic net.
Ángel Corbalán


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