domingo, 12 de febrero de 2023

«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas» (Evangelio Dominical)

 


Hoy, Jesús nos dice «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). ¿Qué es la Ley? ¿Qué son los Profetas? Por Ley y Profetas, se entienden dos conjuntos diferentes de libros del Antiguo Testamento. La Ley se refiere a los escritos atribuidos a Moisés; los Profetas, como el propio nombre lo indica, son los escritos de los profetas y los libros sapienciales.

En el Evangelio de hoy, Jesús hace referencia a aquello que consideramos el resumen del código moral del Antiguo Testamento: los mandamientos de la Ley de Dios. Según el pensamiento de Jesús, la Ley no consiste en principios meramente externos. No. La Ley no es una imposición venida de fuera. Todo lo contrario. En verdad, la Ley de Dios corresponde al ideal de perfección que está radicado en el corazón de cada hombre. Esta es la razón por la cual el cumplidor de los mandamientos no solamente se siente realizado en sus aspiraciones humanas, sino también alcanza la perfección del cristianismo, o, en las palabras de Jesús, alcanza la perfección del reino de Dios: «El que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19).






«Pues yo os digo» (Mt 5,22). El cumplimiento de la ley no se resume en la letra, visto que “la letra mata, pero el espíritu vivifica” (2Cor 3,6). Es en este sentido que Jesús empeña su autoridad para interpretar la Ley según su espíritu más auténtico. En la interpretación de Jesús, la Ley es ampliada hasta las últimas consecuencias: el respeto por la vida está unido a la erradicación del odio, de la venganza y de la ofensa; la castidad del cuerpo pasa por la fidelidad y por la indisolubilidad, la verdad de la palabra dada pasa por el respeto a los pactos. Al cumplir la Ley, Jesús «manifiesta con plenitud el hombre al propio hombre, y a la vez le muestra con claridad su altísima vocación» (Concilio Vaticano II).

El ejemplo de Jesús nos invita a aquella perfección de la vida cristiana que realiza en acciones lo que se predica con palabras.


 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-37):

 



EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:


«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas:
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».

Palabra del Señor

  

 

COMENTARIO

 


En el Evangelio de hoy continuamos con el Sermón de la Montaña, que comienza con el discurso de las Bienaventuranzas.  El Sermón de la Montaña lo predicó Jesucristo en los primeros meses de su Vida Pública y en él da la pauta de lo que sería la enseñanza que Él venía a dar.   El centro de esta predicación del Señor es el Amor y la primacía de éste sobre la Ley.

Por eso deja claramente establecido que no ha venido a abolir la Ley antigua, sino a perfeccionarla.  De allí la insistencia en decir: “Han oído ustedes que se dijo a los antiguos... Pero yo les digo: ...”  Con este planteamiento, varias veces repetido, el Señor anuncia los perfeccionamientos más fundamentales que viene a introducir en la Nueva Ley.  Estos perfeccionamientos están basados más en el amor que en el cumplimiento de la Ley Antigua.  Y resultó que el amor terminó siendo  mucho más exigente que la Ley que los israelitas de entonces  trataban de cumplir al pie de la letra.

Por supuesto, el contenido de este discurso impresionó a la gente que lo escuchó, pero dice San Mateo al final del Sermón de la Montaña que lo que más impresionó fue “su modo de enseñar, porque hablaba con autoridad y no como los maestros de la Ley que tenían ellos” (Mt 7, 28).

Veamos algunos de perfeccionamientos que el Señor nos presenta como preceptos de la Nueva Ley:

Al antiguo precepto de “No matarás”, agrega el insulto, la ira, la agresión, el desprecio, el resentimiento contra alguien.  Y explica con más detalle:  “Cuando vayas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda”.



Y... ¿hacemos esto?  Cuando venimos a Misa y vamos a comulgar ¿hemos perdonado realmente a los que nos han hecho daño?  ¿Hemos pedido perdón a quien hemos ofendido?  ¿Nos hemos liberado de los resentimientos absurdos que tenemos contra los demás?  Y los llamamos absurdos, pues no hacen daño al otro, sino que terminan haciendo más daño a quien los lleva en su corazón.

El Rito de la Paz que se realiza justo antes de la Comunión indica precisamente esto a lo cual se refiere el Señor.  Pero… ¿nos damos “fraternalmente” la Paz, como indica el Celebrante?  En ese momento las personas que tenemos “próximas” representan al “prójimo”, al “hermano” de que nos habla el Señor en este pasaje.  Y ese gesto no significa un saludo banal, ni está allí para dar el pésame o las condolencias a los familiares del difunto por el cual se está ofreciendo la Misa.  Ese gesto significa algo muy concreto y exigente: que no tenemos nada contra nadie, que nuestro corazón está limpio de rencor, de resentimiento y que, por tanto, puedo comunicar la Paz que Cristo nos da.  Sólo así, reconciliados plenamente con el hermano, podemos entonces comulgar y “presentar nuestra ofrenda”, en las condiciones que el Señor nos indica.

El perdón es difícil.  Es uno de esos preceptos exigentes que pone Jesucristo en su Ley del Amor.  Si nos cuesta, pidamos esa gracia al Espíritu Santo.  Esa gracia del perdón es de las cosas buenas que el Señor desea que le pidamos, para El dárnosla.  Es bueno acostumbrarse a pedir virtudes, a pedir cosas buenas...  y no tanta cosa poco útil a la vida espiritual.

Otro perfeccionamiento a la Antigua Ley se refiere a que con el solo deseo ya hemos faltado.  Es decir, aunque no materialicemos un acto contra la Ley, con sólo desearlo ya la estamos infringiendo.  O sea que el solo deseo de algo no acorde con el amor a Dios y al prójimo, ya es una falta.



Por eso el que habla contra alguien, sobre todo si es una calumnia, ya ha asesinado a ese hermano en su corazón.  También el que haya mirado a alguien con deseo, aunque no materialice ese deseo, ya ha cometido adulterio en su corazón.

Como vemos, la Ley Nueva se centra también en lo íntimo de la persona, en aquellos pensamientos y deseos nuestros que sólo Dios conoce.  De allí la importancia de la pureza de corazón, de no tener deseos escondidos, ni de manifestar en palabras, cosas  que vayan contra el amor.

También habla el Señor contra el divorcio y a favor de la indisolubilidad del Matrimonio Cristiano.  No es lícito divorciarse y volverse a casar.  Y  basado en esto la Iglesia no permite la recepción de la Comunión a los que se encuentran en esta situación irregular, pero sí los invita a venir a la Santa Misa,  a orar, e inclusive a hacer obras de caridad y a participar en algunas actividades de la Iglesia, invitándolos siempre a pedir la gracia de regularizar su situación.

Para aclarar muchos comentarios sobre cambios de disciplina en la Iglesia para los divorciados y vueltos a casar, el 1/2/2017 habló el para entonces  Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Gerhard Müller, quien afirmó que “la exhortación apostólica Amoris laetitia no contradice la enseñanza católica sobre el matrimonio ‘como una unión indisoluble entre un hombre y una mujer’, y por ello alentó a leer este documento en su conjunto para evitar confusiones”.


     


      

Jesús nos habla también de no jurar.  Y nos dice que la cuestión es muy sencilla: decir simplemente sí, cuando es sí, y no, cuando es no.  Así nunca necesitaremos jurar.

Para comprender y vivir esta Nueva Ley que Jesús nos trae es necesario que el cristiano esté abierto y se deje penetrar de la Sabiduría Divina.  San Pablo sigue insistiendo en esto a lo largo de esta Primera Carta a los Corintios que hemos estado leyendo estos domingos, junto con el Sermón de la Montaña.

Juzgados estos exigentes preceptos del Señor con sabiduría humana, es imposible comprenderlos y cuesta mucho aceptarlos.  Por eso San Pablo desecha por completo esa sabiduría humana en esta Carta.  Pero la Sabiduría de Dios, nos dice San Pablo, “que es misteriosa y escondida... fue prevista por Dios para conducirnos a la gloria”, para llegar a disfrutar de “lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”.  Y ¿quiénes son los que aman a Dios? Los que cumplen sus preceptos, los que siguen su Voluntad.

Y eso que Dios tiene preparado no lo podemos ni imaginar.  Así dice San Pablo: “ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha escuchado, ni la mente del hombre pudo siquiera haberlo imaginado”.  Esa es la descripción del Cielo que nos da San Pablo.  Él lo vio, y eso es lo que nos da a conocer de lo que vio.



Por eso hemos cantado en el Salmo: “Dichoso el que cumple la Voluntad del Señor”.  Dichoso, porque podrá llegar a ese sitio que Dios nos tiene preparado.  En vez de pensar que los preceptos del Señor son imposibles o demasiado difíciles, debemos orar como lo hicimos en el Salmo: “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado.  Enséñame, Señor, a cumplir tu Voluntad  y a guardarla de todo corazón”.  Amén. 

 





 

 

Fuentes:

Sagradas Escrituras

Evangeli.org

Artículo del Cardenal Gerhard Müller sobre "Amores Laetitia"

 

 

 

domingo, 22 de enero de 2023

«Recorría Jesús toda Galilea» (Evangelio Dominical)

 



Hoy, Jesús nos da una lección de “santa prudencia”, perfectamente compatible con la audacia y la valentía. En efecto, Él —que no teme proclamar la verdad— decide retirarse, al conocer que —tal como ya habían hecho con Juan Bautista— sus enemigos quieren matarlo a Él: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte» (Lc 13,31). —Si a quien pasó haciendo el bien, sus detractores intentaron dañarle, no te extrañe que también tú sufras persecuciones, como nos anunció el Señor.

«Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea» (Mt 4,12). Sería imprudente desafiar los peligros sin un motivo proporcionado. Solamente en la oración discernimos cuándo el silencio o inactividad —dejar pasar el tiempo— son síntomas de sabiduría, o de cobardía y falta de fortaleza. La paciencia, ciencia de la paz, ayuda a decidir con serenidad en los momentos difíciles, si no perdemos la visión sobrenatural.

«Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt 4,23). Ni las amenazas, ni el miedo al qué dirán o las posibles críticas pueden retraernos de hacer el bien. Quienes estamos llamados a ser sal y luz, operadores del bien y de la verdad, no podemos ceder ante el chantaje de la amenaza, que tantas veces no pasará de ser un peligro hipotético o meramente verbal.







Decididos, audaces, sin buscar excusas para postergar la acción apostólica para “después”. Dicen que «el “después” es el adverbio de los vencidos». Por eso, san Josemaría recomendaba «una receta eficaz para tu espíritu apostólico: planes concretos, no de sábado a sábado, sino de hoy a mañana (...)».

Cumplir la voluntad de Dios, ser justos en cualquier ambiente, y seguir el dictamen de la conciencia bien formada exige una fortaleza que hemos de pedir para todos, porque el peligro de la cobardía es grande. Pidamos a nuestra Madre del Cielo que nos ayude a cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios, imitando su fortaleza al pie de la Cruz.



 

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (4,12-23):


              



AL enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retirá a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos,porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Palabra del Señor


 

COMENTARIO

 

 


Las Lecturas de este Domingo nos hablan principalmente de dos cosas: de la manifestación de Jesús como fuente de luz y de salvación, y de la escogencia de los primeros discípulos.

Jesús es esa “gran luz” que había sido anunciada por el Profeta Isaías así: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.  Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció” (Is 8,23/9-3).

El Evangelista San Mateo es uno de los discípulos escogidos y se da cuenta de que esa profecía de Isaías que hemos leído en la Primera Lectura (Is 9, 1-4) se está cumpliendo ante sus propios ojos.  Por eso, al comenzar a narrar en su Evangelio la vida pública del Señor, San Mateo quiere comunicarnos esa buena nueva a todos: nos dice que Jesús es esa “gran luz” que había sido anunciada por el Profeta Isaías.

Pero ¿qué significa esto que dice el Profeta Isaías?  En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar, más allá del Jordán, en la región de los paganos.

San Mateo nos especifica que Jesús dejó Nazaret y se fue a vivir a Cafarnaúm y precisa que esta ciudad quedaba justamente en el territorio de las tribus de Zabulón y Neftalí, como para que sus lectores se den cuenta que de veras se está cumpliendo en Jesús esta profecía de Isaías.  El camino del mar se refiere a una vereda natural que venía del Mediterráneo y pasaba precisamente por el norte del Mar de Galilea, escenario del Evangelio de hoy, donde eran pescadores algunos de los que Jesús escoge como Apóstoles.


                   


En otro tiempo el Señor humilló esa zona,  hace referencia a que sus habitantes habían sido conquistados por Asiria siglos antes.  Tan grave era su situación que la zona era llamada Galilea de los paganos, pues estaban en gran oscuridad por ignorancia religiosa, idolatría y otros pecados.  Pero en el futuro llenará de gloria el camino del mar, porque precisamente allí comenzará a brillar esa gran Luz que es Jesucristo.

Es por ello que en el Salmo 26 hemos alabado a Jesús cantando: “El Señor es mi luz y mi salvación”.   Y, siendo el Señor nuestra luz y salvación, ¿a quién deberemos seguir?  ¿En quién nos deberemos apoyar?

En el Salmo hemos orado respondiendo estas preguntas... Pero a veces no nos damos cuenta de lo que decimos.  Sabiendo que Jesús es nuestra luz y nuestra salvación, a Él debemos seguir.  Y de esto se trata este Evangelio de hoy.

En efecto, San Mateo nos narra también la escogencia de los primeros discípulos: Pedro, Andrés, Santiago y Juan.  Pero tengamos en cuenta que el Señor nos escoge y nos llama a todos para ser sus discípulos y seguidores.  No sólo llama a los Sacerdotes y a las Religiosas: el Señor nos llama a todos.  Y el Señor llama de muchas maneras y en diferentes circunstancias a lo largo de toda nuestra vida.

Sucede, sin embargo, que la voz del Señor es suave y el llamado que hace a nuestra puerta es también suave.  No nos obliga, no nos grita, ni tampoco tumba nuestra puerta.  El Señor es gentil.  No nos doblega, ni nos amenaza.  Pero siempre está allí, llamando a nuestra puerta.


                         


Somos libres de abrirle o no.  Somos libres de responderle o no.  El llamado es para seguirle a Él.  Puede ser en la vida de familia o en la vida religiosa o hasta solos en el celibato.  Pero sea para una u otra cosa, siempre será para “estar en el mundo sin ser del mundo” (Jn 15, 18 - 17, 14).

Esta frase del Señor es ¡tan poco comprendida y tan poco practicada!

Hemos sido escogidos por Él para seguirle.  “Ven y sígueme”, les dijo a sus primeros discípulos.  “Ven y sígueme”, nos dice a cada uno de nosotros también.

Y seguirle a Él implica muchas veces ir contra la corriente, ir contra lo que el mundo nos propone.  Incluso seguirlo en contra de nuestros propios deseos.  Seguirle a Él es ser como Él y es hacer como Él.  Y ¿qué hace Jesús?  ¿Qué nos muestra Jesús con su vida aquí en la tierra?  Lo sabemos y Él nos lo ha dicho: “He bajado del Cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 38).

Seguirlo a Él es, entonces, buscar la Voluntad de Dios y no la propia voluntad.  Es hacer lo que Dios quiere y no lo que yo quiero.  Es ser como Dios quiere que sea y no como yo quiero ser.



A veces creemos que por ser Católicos, bautizados, ya tenemos asegurada la salvación. Ciertamente nuestro catolicismo significa que tenemos a nuestra disposición todos los medios de salvación que nos llegan a través de la Iglesia por Cristo fundada.  Pero no basta.

El Señor tal vez podría decirnos como nos ha dicho en la Carta a los Hebreos: “Tengamos cuidado, no sea que alguno se quede fuera.  Porque a nosotros también se nos ha anunciado ese mensaje de salvación, lo mismo que a los israelitas en el desierto; pero a ellos no les sirvió de nada oírlo, porque no lo recibieron con fe”  (Hb 4, 1-2).  Esta advertencia se refiere a que, de la gran cantidad de varones que salieron de Egipto, sólo dos -Josué y Caleb- entraron a la Tierra Prometida.

Entonces, no basta decir yo tengo fe, yo creo en Dios.  Esa fe tiene consecuencias.   Recibir el mensaje de Jesucristo con fe, hoy, es seguirlo en el cumplimiento de la Voluntad de Dios.  Tal vez algunos que no han nacido y crecido como Católicos busquen la Voluntad de Dios mejor que muchos de los que sí hemos tenido ese privilegio.

Pero, ¿cuál es la Voluntad de Dios?**  Primeramente, cumplir los mandamientos.  Eso ya es algo, pero aún no es toda la Voluntad de Dios.  Lo siguiente es aceptar lo que Dios permite para mi vida, sea lo que sea:   lo que me gusta y lo que no me gusta.  Y por último, hacer lo que creo que Dios me pide. 

¡Cuidado, entonces, porque podríamos quedar fuera!  ¡Cuidado si no nos dejamos iluminar por esa “gran luz” que es Jesucristo nuestro Señor!  ¡Cuidado si no aceptamos su mensaje de salvación!  Porque como hemos cantado en el Salmo: “El Señor es mi luz y mi salvación.  Lo único que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida”.



Y, para vivir en la casa del Señor eternamente, es necesario comenzar a vivir en su casa aquí en la tierra.  Y eso significa vivir en su Voluntad siempre y en todo momento. 

Que así sea.