domingo, 21 de mayo de 2017

«Yo le amaré y me manifestaré a él» (Evangelio Dominical)

                                 


Hoy, Jesús —como lo hizo entonces con sus discípulos— se despide, pues vuelve al Padre para ser glorificado. Parece ser que esto entristece a los discípulos que, aún le miran con la sola mirada física, humana, que cree, acepta y se aferra a lo que únicamente ve y toca. Esta sensación de los seguidores, que también se da hoy en muchos cristianos, le hace asegurar al Señor que «nos os dejaré huérfanos» (Jn 14,18), pues Él pedirá al Padre que nos envíe «otro Paráclito» (Auxiliador, Intercesor: Jn 14,16), «el Espíritu de la verdad» (Jn 14,17); además, aunque el mundo no le vaya a “ver”, «vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis» (Jn 14,19). Así, la confianza y la comprensión en estas palabras de Jesús suscitarán en el verdadero discípulo el amor, que se mostrará claramente en el “tener sus mandamientos” y “guardarlos” (cf. v. 21). Y más todavía: quien eso vive, será amado de igual forma por el Padre, y Él —el Hijo— a su discípulo fiel le amará y se le manifestará (cf. v. 21).

                                                   

                                                       

¡Cuántas palabras de aliento, confianza y promesa llegan a nosotros este Domingo! En medio de las preocupaciones cotidianas —donde nuestro corazón es abrumado por las sombras de la duda, de la desesperación y del cansancio por las cosas que parecen no tener solución o haber entrado en un camino sin salida— Jesús nos invita a sentirle siempre presente, a saber descubrir que está vivo y nos ama, y a la vez, al que da el paso firme de vivir sus mandamientos, le garantiza manifestársele en la plenitud de la vida nueva y resucitada.

Hoy, se nos manifiesta vivo y presente, en las enseñanzas de las Escrituras que escuchamos, y en la Eucaristía que recibiremos. —Que tu respuesta sea la de una vida nueva que se entrega en la vivencia de sus mandamientos, en particular el del amor.


Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21):


                                                       




En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».

Palabra del Señor




COMENTARIO.


                                                     



 El Evangelio de hoy continúa con el discurso de Jesucristo a sus Apóstoles durante la Ultima Cena.  Y en sus palabras el Señor nos indica los requerimientos del Amor de Dios y también la recompensa para aquéllos que cumplan esos requerimientos.

Sabemos que Dios es infinitamente generoso en su Amor hacia nosotros sus creaturas.  Pero también es exigente al requerir nuestro amor hacia El.  Si no, ¿qué significan estas palabras del Señor? “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama ... El que no me ama, no guarda mis palabras ... Si me aman, cumplirán mis mandamientos.” (Jn. 14, 15-24).Aquí Jesús nos está mostrando, no solamente las exigencias del Amor de Dios, sino también nos está indicando algo que es esencial en el amor:  quien ama complace al ser amado.

Y ¿qué es complacer a quien se ama?  Complacer no significa mimar, ni consentir, ni aceptar conductas censurables.  Complacer es más bien cuidarse de no ofenderle, de no desagradarle;   por el contrario, es tratar de hacer en todo momento lo que le cause contento y agrado

Dios nos ama con un Amor infinito -sin límites-, con un Amor perfecto -sin defectos- ... porque Dios es, la fuente de todo amor, es cierto.  Pero aún más que eso:  Dios es el Amor mismo (cfr. 1 Jn. 4, 8).


                                                          




Amar a Dios es complacerlo en todo:  en cumplir sus mandamientos, en aceptar su Voluntad, en hacer lo que creemos nos pide.  “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama ... El que no me ama, no guarda mis palabras”.  Amar a Dios es, entonces, amarlo sobre todas las personas y sobre todas las cosas; amarlo a El, primero que nadie y primero que todo... y amarlo con todo el corazón y con toda el alma.

En este pasaje del Evangelio de San Juan, Jesús nos dice cuál es nuestra recompensa por amar a Dios, como El lo merece y como El lo requiere.  Esa recompensa es ¡nada menos! que El mismo: “Al que me ama a Mí, lo amará mi Padre; Yo también lo amaré y me manifestaré a él... y vendremos a él y haremos nuestra morada en él” (Jn. 14, 21-24)

Pero ... si observamos bien nuestra actualidad:  los hombres y mujeres de hoy ponemos nuestra confianza y nuestra admiración en los poderosos, en los artistas, en los modelos de belleza, en las estrellas deportivas, etc.  Podríamos decir que nos identificamos con ellos, les damos todo nuestro aprecio -inclusive nuestro amor- llegando a imitar sus maneras de ser, siguiendo sus recomendaciones, etc.


                                              



Pero... pensemos bien ... ¿Nos llaman la atención los poderosos, las estrellas deportivas? … ¿qué mayor Poder que el de Dios, fuente de todo poder?  ¿Nos gusta la belleza? … ¿qué mayor Belleza que la de Dios, fuente de toda belleza?  ¿Nos atraen los que hacen algo bueno por la humanidad? … ¿qué mayor Bondad que la de Dios, fuente de todo bien?  En fin, ¿quién es más merecedor de nuestro amor, de nuestra confianza, de nuestra admiración, de nuestra voluntad, que Dios?

Los hombres y mujeres de hoy hemos sido absorbidos por las cosas del mundo:  poder, dinero, riquezas, placeres, frivolidades, vicios, pecados, conductas erradas, apegos inconvenientes, etc., etc.   Unos más, otros menos, todos estamos sumergidos en un mundo muy alejado de los valores eternos, muy desprendido de las cosas de Dios, muy desapegado de lo que realmente es valedero y duradero.

Y corremos el riesgo de no poder recibir esa recompensa que Cristo nos ofrece, que es El mismo.  “El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce” (Jn. 14, 16-17).  Se refiere al Espíritu Santo -es decir, el Espíritu del Padre y del Hijo- que El nos envía para estar siempre con nosotros, para enseñarnos la Verdad, para recordarnos todo lo que debemos saber.


                                                               



En efecto, al estar nosotros sumergidos en lo que el Señor llama “mundo”, es decir, todos esos apegos frívolos, vacíos, insignificantes, intrascendentes, negativos, no podemos percibir al Espíritu Santo.  Sólo pueden percibirlo aquéllos que aman a Dios, aquéllos que tienen a Dios de primero en sus vidas, aquéllos que buscan hacer la Voluntad de Dios, aquéllos que buscan complacer a Dios en todo.  Si no es así, se permanece ciego al Espíritu Santo, no se siente su suave brisa, no se perciben sus gentiles inspiraciones.

En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hech. 8, 5-8, 14-17), vemos la importancia que se daba al comienzo de la Iglesia a que los cristianos recibieran el Espíritu Santo.  Fijémonos que Pedro y Juan se trasladan desde Jerusalén a Samaria, para que aquéllos que recientemente habían aceptado la Palabra de Dios, recibieran también el Espíritu Santo.

Vemos que en esta Lectura se nos dice con cierta preocupación que esos nuevos cristianos “solamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús, pero no habían recibido aún al Espíritu Santo”, comentario que nos hace volver a aquellas palabras de Jesús a Nicodemo: “Quien no renace del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn. 3, 5).

Significa esto que no basta que seamos bautizados y que creamos en la Palabra de Dios.  Necesitamos, además, recibir el Espíritu Santo.


                                                 
         

El es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.  El es el Espíritu del Padre y el Espíritu de Jesús.  El es la promesa que Jesús hizo solemnemente a sus Apóstoles antes de morir y antes de partir de este mundo.  Veamos, entonces, qué nos dice el Señor hoy.

Nos dice que, para recibir al Espíritu Santo, tenemos que creer en Dios y tenemos que cumplir sus Mandamientos; pero, además, tenemos que distanciarnos de las cosas del mundo, pues si permanecemos atados al mundo, nos quedamos ciegos:  no podemos ni ver, ni conocer al Espíritu Santo.  Así nos dice el Señor: “El mundo no puede recibir el Espíritu Santo, porque no lo ve ni lo conoce.  En cambio, ustedes (los que hacen mi Voluntad, los que cumplen mis Mandamientos) sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes” (Jn. 14, 15-18).

Por eso, Dios nos sigue interpelando con su Palabra, día a día, semana a semana.  Esta semana nos promete el Espíritu Santo y nos llama a amarle a El, indicándonos cómo: Amar a Dios es complacerlo en todo:  1º cumplir sus mandamientos, 2º aceptar su voluntad, 3º hacer lo que creemos nos pide.

                                               

Y nos indica también cuál será nuestra recompensa: nada menos que el tenerlo a El mismo y el ser amados por El como sólo El sabe hacerlo:  en forma perfecta e infinita.

Mientras busquemos en las cosas de este mundo y en los seres de este mundo lo que nuestro corazón ansía, seguiremos insatisfechos, deseando siempre algo más.  Ese “algo más” que siempre nos falta es el amor a Dios, pues sólo en El hallaremos el descanso, la alegría, la paz que ni el mundo, ni las creaturas pueden darnos.  Sólo El es la plenitud infinita que nuestro corazón busca y no encuentra, porque busca donde no es.  Eso que buscamos sólo lo encontraremos cuando lo busquemos a El.

                                                    



Es que, como Dios nos creó para El, sólo en El hallaremos el descanso, la alegría, la paz que no nos pueden dar ni las cosas del mundo, ni las mismas creaturas.   Sólo Dios satisface plenamente.

Testimonios de insatisfacción abundan: Atrevida joven pensó hacer un invento grande para la humanidad y luego suicidarse.

Sin embargo, nos dice San Pedro en la Segunda Lectura (1 Pe. 3, 15-18) que a veces la conducta cristiana puede traer críticas, pero advierte que “mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal”.     













Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org


miércoles, 17 de mayo de 2017

Viva Nuestra Señora de La Dulce Espera!! VI Aniversario de su entronización en Algeciras!!


                                        



Hoy es 17 de Mayo, y desde hace dos días, los que tenemos vocación mariana, celebramos  Nuestra Señora de La Dulce Espera. También celebramos en el día de hoy, su VI Aniversario de su entronización en la Parroquia de San García Abad de Algeciras (Cádiz), España.

Una vez más, agradecidos con nuestra hermana y amiga, doña Norma Beatriz González de Philips, amiga y feligresa del que fuera párroco en San Bernardo (Argentina) y de la Parroquia de San García Abad de Algeciras, don José Carlos del Valle Ruiz, que llevaron a cabo que Nuestra Señora, esté aquí con nosotros,

Ambos fueron y como no, con la bendición de Nuestra Señora, quienes facilitaron que llegara la imagen bendecida desde Quilmes (Argentina) hasta Algeciras (España).

Hoy recordamos aquel día...




"Bienvenido Mayo, y con alegría;
por eso roguemos a Santa María
que pida a su Hijo aún todavía
que de pecado y locura nos guarde.
Bienvenido Mayo.
Bienvenido seas, y con alegría.".
(Alfonso X El Sabio)


Y en Mayo, tenía que ser !

El pasado martes, 17 de Mayo, como si desde el cielo llegara, desde el pueblo hermano de Argentina, nuestra amiga, la Sra. Norma Beatriz González Fernández de Philipps, nos ha traído para estar con nosotros, la imagen de María, Madre de la Dulce Espera.


En una carta del Presbítero D. Daniel Moreno, párroco de la Iglesia Catedral de Quilmes (Buenos Aires), dirigida a nuestro párroco, reverendo José Carlos Del Valle , comunicaba que…

"La Señora Norma Beatriz González Fernández de Philipps, miembro de la comunidad parroquial de la Iglesia Catedral de Quilmes, la acompaña y nos dona, la imagen de María, Madre de la Dulce Espera, la que es gemela de la que fue entronizada en dicha Catedral el 15 de Octubre de 2009. Esta imagen perteneció a la familia de Norma en acción de gracias por la llegada de sus nietos.

Es cuando, Norma, habiendo descubierto el interés y devoción del padre José Carlos del Valle, hacia Nuestra Señora de La Dulce Espera, quien había sido su párroco en San Bernardo, Norma, le promete algún día llevarle una réplica allá donde él estuviera de párroco.

La Comunidad de Quilmes, acompaña con su oración a esta celebración, La Liturgia de Entronización de Nuestra Señora de la Dulce Espera, en ese día.

Comparten con nosotros la alegría por los frutos de esta devoción que nos compromete a todos a alentar la opción por la vida.

Se unen con nuestra comunidad parroquial, comprobando que la devoción a María Santísima es el camino más corto para llegar a su Hijo Jesús, nuestro Hermano y amigo que se hace Pan, para llamarnos a su mesa y saciar nuestro hambre de amor, de paz y de solidaridad.

Y para finalizar, hacen suyas la alegría de nuestra comunidad al recibir esta imagen de María Madre de la Dulce Espera, comprobando una vez más, que María, la Madre de Jesús y también nuestra, no sabe de distancias ni fronteras, sólo quiere llegar a quienes con amor y sencillez la esperan.".

Desde nuestra Comunidad de San García Abad, queremos agradecerle tanto al párroco de la Iglesia Catedral de Quilmes y a la Señora Doña Norma Beatriz González Fernández de Philipps, que hayan traído hasta nosotros a nuestra María, nuestra Madre, Nuestra Señora de la Dulce espera.

Muchas gracias y que Dios, nuestro Señor, los bendiga.!


A continuación, la señora Norma Beatriz González Fernández de Philips, tomó la palabra para hacernos una breve historia de la advocación de María, Nuestra Señora de la Dulce Espera.

Resulta que, la parroquia devotense de Quilmes, alberga en la calle José Cubas la imagen más venerada en toda la Argentina por las creyentes embarazadas. Todos los sábados primeros de cada mes, se repite la ceremonia de bendición de escarpines y la procesión de madres que se acercan para agradecer el éxito de sus partos.
Celebración que se lleva a cabo en la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Villa Devoto . La Sra. Norma González de Phillips, nos explica que… “Esta advocación de la Virgen María embarazada, considerada por la Iglesia Católica como la “patrona de las madres que esperan un hijo”, cuenta con su versión más reconocida en toda la Argentina allí, en dicho barrio.”.

Tambien, añade; “Si bien la devoción por la imagen de La Virgen María embarazada de Jesús es antiquísima, en Argentina sufrió un nuevo impulso desde la instalación de una virgen de piedra en la parroquia de la calle José Cubas, donde se encuentra el Seminario Mayor de Buenos Aires. ¿Donde mejor podía haber elegido Ella.”.

Y añade que; “La misma fue trasladada al país luego de que un matrimonio argentino le rezara cuando estaba ubicada en una cripta de la catedral de Santiago de Compostela, pidiendo por su hija, quien no lograba quedar embarazada. Años después, la hija por la cual pedían tuvo dos hijos y, a partir de entonces, sus padres se comprometieron a llevar la imagen ante la cual habían rezado a la Argentina.

Así fue que, previa aprobación eclesiástica, la estatua de piedra tiene un sitio hoy en la Parroquia Inmaculada Concepción de Villa Devoto.

Allí, los primeros sábados de cada mes, las autoridades de la parroquia deben duplicar la cantidad de misas –de dos a 4- y se bendicen escarpines por decenas que, como indica la tradición, son entregados a mujeres embarazadas que cursan el 8º o 9º mes de gestación. Al mismo tiempo, madres que recibieron esos escarpines, vuelven un mes después del parto con el objeto de agradecer a la patrona.”.

Por supuesto, nuestra amiga Norma, nos habla de celebraciones con más de 1000 fieles. Que envídia!!

Tras a exposición oral llevada a cabo por la Sra. González de Phillips, se continuó con la ceremonia litúrgica, bendiciendo la imagen y al finalizar la celebración con oración y cánticos a Nuestra Señora de la Dulce Espera, nuestro párroco, reverendo José Carlos Del Valle Ruiz, presentó ante la imagen de Nuestra Señora...

A embarazadas...



Niños...


y a continuación , fueron desfilando los feligreses presentes para besar y orar ante la imagen de Nuestra Señora, que ya está aquí para quedarse entre nosotros.



Más tarde, en procesión se colocó la imagen en su lugar asignado en el Templo y junto, a nuestro patrón San García Abad.


A partir de ahora , podemos decir que,en nuestra parroquia y en la ciudad de Algeciras, ya está con nosotros, María, Nuestra Señora de la Dulce Espera!



Desde aquí, le pedimos que interceda ante Jesús, su hijo y hermano nuestro , por todos nosotros, nuestras familias y amigos.

Además, dulce Madre mía, fíjate especialmente en aquellas mujeres que enfrentan este momento solas, sin apoyo o sin cariño.

Que puedan sentir el amor del Padre ,y que descubran que cada niño que viene al mundo es una bendición.


Amén.



Comunicación de la cesión de la Imagen de Nuestra Señora de la Dulce Espera, de doña Norma Beatriz González de Philips a la Parroquia de San García Abad de Algeciras (Cádiz-España) y refrenda el Párroco de la Catedral de Quilmes (Argentina).









domingo, 14 de mayo de 2017

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Evangelio Dominical)

                                   


Hoy, la escena que contemplamos en el Evangelio nos pone ante la intimidad que existe entre Jesucristo y el Padre; pero no sólo eso, sino que también nos invita a descubrir la relación entre Jesús y sus discípulos. «Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3): estas palabras de Jesús, no sólo sitúan a los discípulos en una perspectiva de futuro, sino que los invita a mantenerse fieles al seguimiento que habían emprendido. Para compartir con el Señor la vida gloriosa, han de compartir también el mismo camino que lleva a Jesucristo a las moradas del Padre.

«Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14,5). Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto» (Jn 14,6-7). Jesús no propone un camino simple, ciertamente; pero nos marca el sendero. Es más, Él mismo se hace Camino al Padre; Él mismo, con su resurrección, se hace Caminante para guiarnos; Él mismo, con el don del Espíritu Santo nos alienta y fortalece para no desfallecer en el peregrinar: «No se turbe vuestro corazón» (Jn 14,1).

                                                        





En esta invitación que Jesús nos hace, la de ir al Padre por Él, con Él y en Él, se revela su deseo más íntimo y su más profunda misión: «El que por nosotros se hizo hombre, siendo el Hijo único, quiere hacernos hermanos suyos y, para ello, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad, llevando en ella consigo a todos los de su misma raza» (San Gregorio de Nisa).

Un Camino para andar, una Verdad que proclamar, una Vida para compartir y disfrutar: Jesucristo.




Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-12):





En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre».

Palabra del Señor





COMENTARIO


                                      



En el Evangelio de hoy, nuestro Señor Jesucristo nos da la que tal vez sea la definición más completa y profunda que El hizo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

Y nos dejó esa definición la noche antes de su muerte, cuando cenando con los Apóstoles, les daba sus últimos y quizás más importantes anuncios.  Los Apóstoles, sin lograr entender mucho de lo que les decía, estaban evidentemente preocupados.  Y el Señor los tranquilizaba diciéndoles: “En la Casa de Mi Padre hay muchas habitaciones ... Me voy a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré conmigo, para que donde Yo esté, también estén ustedes.  Y ya saben el Camino para llegar al lugar donde Yo voy” (Jn. 14, 1-12).”

Tomás, el que le costaba creer, le replica: “Señor, si ni siquiera sabemos a dónde vas ¿cómo podemos saber el camino?”, a lo que Jesús le responde: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

Efectivamente, Jesús iba a morir, resucitar y ascender al Cielo; es decir, se iba a la Casa del Padre.  Y a ese sitio desea llevarnos a cada uno de nosotros, para que estemos donde El está.  Y El no solamente nos muestra el Camino, sino que nos dice que El mismo es el Camino, cuestión un tanto complicada, que Jesús les explica de seguidas: “Nadie va al Padre si no es por Mí”


                                                           



El Camino del cual nos está hablando el Señor no es más que nuestro camino al Cielo.  Es el camino que hemos de recorrer durante esta vida terrena para llegar a la Vida Eterna, para llegar a la Casa del Padre, donde El está.


Y ... ¿cómo es ese camino?  Si pudiéramos compararlo con una carretera o una vía como las que conocemos aquí en la tierra, ¿cómo sería? ¿Sería plano o encumbrado, ancho o angosto, cómodo o peligroso, fácil o difícil?  ¿Iríamos con carga o sin ella, con compañía o solos?  ¿Con qué recursos contamos?  ¿Tendríamos un vehículo ... y suficiente combustible?  ¿Cómo es ese Camino?  ¿Cómo es ese recorrido?

Veamos algo importante:  Jesús mismo es el Camino.  ¿Qué significa este detalle?  Significa que en todo debemos imitarlo a El.  Significa que ese Camino pasa por El.  Por eso debemos preguntarnos qué hizo El.   Sabemos que durante su vida en la tierra El hizo sólo la Voluntad del Padre.  Y, en esencia, ése es el Camino:  seguir sólo la Voluntad del Padre.  Ese fue el Camino de Jesucristo.  Ese es nuestro Camino.

                                                    



Vista la vida de Cristo, podríamos respondernos algunas preguntas sobre este recorrido: es un Camino encumbrado, pues vamos en ascenso hacia el Cielo.

Sobre si es ancho o angosto, Jesús ya lo había descrito con anterioridad: “Ancho es el camino que conduce a la perdición y muchos   entran por ahí; estrecho es el camino que conduce a la salvación, y son pocos los que dan con él”  (Mt. 7, 13-14). 

¿Fácil o difícil?  Por más difícil que sea, todo resulta fácil si nos entregamos a Dios y a que sea El quien haga en nosotros.  Así que ningún recorrido, por más difícil que parezca, realmente lo es, si lo hacemos en y con Dios.
Carga llevamos.  Ya lo había dicho el Señor: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga” (Lc. 9, 23).

No vamos solos.  No solamente vamos acompañados de todos aquéllos que buscan hacer la Voluntad del Padre, sino que Jesucristo mismo nos acompaña y nos guía en el Camino, y -como si fuera poco- nos ayuda a llevar nuestra carga. 

                                                   



¿Recursos?  ¿Vehículos?  ¿Combustible?  Todos los que queramos están a nuestra disposición: son todas las gracias   -infinitas, sin medida, constantes, y además, gratis (por eso se llaman gracias)- que Dios da a todos y cada uno de los que deseamos pasar por ese Camino que es Cristo y seguir ese Camino que El nos muestra con su Vida y nos enseña con su Palabra: hacer en todo la Voluntad del Padre.

En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hech. 6, 1-7) se nos relata la institución de los primeros Ministerios en la Iglesia.  Hemos leído cómo los Apóstoles decidieron delegar en “siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, para que les ayudaran en el servicio a las comunidades cristianas que se iban formando, de manera que ellos pudieran dedicarse mejor “a la oración y al servicio de la palabra”.

Y respecto de esos “Ministerios” o funciones de servicio dentro de la Iglesia, el Concilio Vaticano II nos indica que, no sólo los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas tienen funciones, sino que también los Laicos pueden y deben realizar funciones de servicio en la Iglesia.  Y este derecho le viene a los Seglares del simple hecho de ser bautizados, pues el   Sacramento del Bautismo los hace “participar en el Sacerdocio regio de Cristo” (LG 26).

                                                                 



Y el Concilio basa esa solemne declaración en la Segunda Lectura que hemos leído hoy, tomada de la Primera Carta del Apóstol San Pedro (1 Pe. 2, 4-9).   En efecto, en su Documento sobre el Apostolado Seglar (AA 3) el Concilio explica lo que significa hoy para nosotros esta Segunda Lectura:

1.      El Apostolado y el servicio de los Seglares dentro de la Iglesia es un derecho y es un deber.

2.      Por el Bautismo los Laicos forman parte del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, y por la Confirmación son fortalecidos por el Espíritu Santo y enviados por el Señor a realizar la Evangelización, así como a ejercer funciones de servicio dentro de la misma Iglesia. 

Nótese que el Concilio nos habla de derecho y de deber.  O sea que la misión de evangelizar que tienen los laicos es obligatoria, no es optativa.

Y, especialmente ahora esa obligación es más apremiante.  ¿Por qué?  Porque desde Juan Pablo II se está llamando a todos, Sacerdotes y Laicos, a realizar la Nueva Evangelización.

Y ¿por qué hace falta una Nueva Evangelización?  No tenemos más que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta que la Fe y la pertenencia real a la Iglesia está en niveles críticos.

Y niveles críticos significa que la gente no parece estar siguiendo el camino que Jesús nos dejó señalado, el camino para llegar al Padre, para llegar al Cielo donde cada uno tiene un sitio preparado por el mismo Jesús. 

                                                      



La gente está a riesgo de no llegar a la meta señalada.  Y esto que es tan crucial, no parece ser importante para casi nadie.  ¿Sabe la gente para qué fue creada, hacia dónde va, qué sucede después de esta vida, qué opciones hay al morir?

No hay negocio más importante, no hay meta más crucial que la Vida Eterna.  ¿Quién lo sabe?  ¿Quién se da cuenta?  ¿Quién actúa de acuerdo a esto?

Por ello, hay que evangelizar.  Y ¿qué es evangelizar?  Es llevarle la Buena Nueva de salvación a toda persona que quiera escucharla:   Dios nos envió a su Hijo Único para salvarnos, para abrirnos las puertas del Cielo. Esa es nuestra meta.  Hacia allí debemos dirigirnos.  En eso consiste la Nueva Evangelización, que es deber de todos, y es urgente.

Volviendo a lo que nos dice San Pedro en esta Carta: Cristo es la piedra fundamental -la piedra angular.  Pero todos nosotros, Sacerdotes y Laicos, “somos piedras vivas, que vamos entrando a formar parte en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo”.   Por eso el Concilio, basándose en esta Carta, declara que los Seglares “son consagrados como sacerdocio real y nación santa”.

                                                


Sin embargo, a pesar de toda la grandeza y significación que tiene el hecho de que los Seglares participen del Sacerdocio de Cristo, hay que tener en cuenta que hay una distancia considerable entre la función de un Sacerdote consagrado por el Sacramento del Orden Sacerdotal y la función evangelizadora de un laico -inclusive si éste es un Ministro Laico instituido para ejercer algún tipo de función dentro de la Iglesia.

Pero es así como, a través de unos y otros Ministerios dentro de su Iglesia - los Ministerios Sacerdotales y los Ministerios Laicales y los laicos evangelizadores- “el Señor -como hemos repetido en el Salmo (32)- “cuida de los que le temen”, cuida de cada uno de nosotros.














Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilia.org

sábado, 13 de mayo de 2017

Nuestra Señora de Fátima... 100 años después !!



La aparición de María y los secretos que les confió a los niños portugueses son uno de los misterios modernos de la Iglesia católica. Según la creencia, en el humilde pueblo de Fátima, Francisco, Jacinta y Lucía vieron por primera vez a la madre de Jesús el 13 de mayo de 1917. Hoy se cumplen 100 años…


La canonización de Francisco y Jacinta. El Milagro del niño brasileño.


                                



La curación total de una grave lesión cerebral que padecía un niño brasileño fue lo que, al ser reconocido como milagro por la Iglesia, hará posible hoy, día 13 de Mayo de 2017, la canonización de los hermanos Francisco y Jacinta Marto, dos de los tres pastores de Fátima testigos de las apariciones marianas. Ya fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II en el año 2.000.

Francisco (1908-1919) y Jacinta (1910-1920), junto con su prima mayor Lúcia (1907-2005), aseguraron ver a la Virgen en 1917, en varias apariciones cuyo centenario se conmemora con la presencia del papa Francisco.

La historia que justifica el paso de beatos a santos de los hermanos portugueses, hasta ahora envuelta en secretismo, fue desvelada el viernes en Fátima por los padres del niño, João Baptista y Lucila Yuri, que llegaron procedentes del estado de Paraná (Brasil).

Según el relato del matrimonio, su hijo Lucas sufrió una grave lesión cerebral al caer por una ventana en marzo de 2013, cuando tenía 5 años. El desolador pronóstico médico le auguraba “pocas probabilidades de vivir”, y si sobrevivía lo haría “con grandes deficiencias cognitivas o, incluso, en estado vegetativo”.

Fue entonces cuando la familia, que se declara devota de Fátima, rezó a los pastores y pidió a una comunidad cercana de carmelitas que también lo hicieran. Días después, Lucas muestra una recuperación total, sin ninguna secuela.

Lucía Dos Santos, la mayor de los tres pastorcitos, se hizo monja y falleció en 2005; el Vaticano plantea beatificarla.



El Papa, un feligrés más.


                                     


Como uno más de 300.000 feligreses que han llegado al santuario de la Virgen de Fátima, en Portugal, anoche el papa Francisco rezó el rosario en la explanada del lugar, donde hace cien años la Virgen se les apareció a tres sencillos pastorcitos.

Minutos antes de empezar el rezo, el pontífice argentino permaneció de pie en total recogimiento durante unos 10 minutos ante la imagen entallada en madera de cedro y con la corona con la bala que hirió a Juan Pablo II en 1981. 

Lo mismo había hecho en la mañana, cuando arribó a este lugar donde este sábado celebrará una misa en la que canonizará a dos de los niños pastores, Jacinta y Francisco, que murieron de 9 y 10 años de edad por la gripe española. Lucía, la tercera y quien se hizo monja, murió en el 2005.

En su mensaje a los fieles, Francisco rechazó la idea de un Dios “justiciero” y de una Virgen María como “una santita a la que se acude para conseguir gracias baratas”.




ORACIÓN




Oh Virgen Santísima, Vos os aparecisteis repetidas veces a los niños; yo también quisiera veros, oír vuestra voz y deciros: Madre mía, llevadme al Cielo. Confiando en vuestro amor, os pido me alcancéis de vuestro Hijo Jesús una fe viva, inteligencia para conocerle y amarle, paciencia y gracia para servirle a Él a mis hermanos, y un día poder unirnos con Vos allí en el Cielo.
Amén.




domingo, 7 de mayo de 2017

«Yo soy la puerta de las ovejas» (Evangelio Dominical)


                                                        


Hoy, en el Evangelio, Jesús usa dos imágenes referidas a sí mismo: Él es el pastor. Y Él es la puerta. Jesús es el buen pastor que conoce a las ovejas. «Las llama una por una» (Jn 10,3). Para Jesús, cada uno de nosotros no es número; tiene con cada uno un contacto personal. El Evangelio no es solamente una doctrina: es la adhesión personal de Jesús con nosotros.


Y no sólo nos conoce personalmente. También personalmente nos ama. “Conocer”, en el Evangelio de san Juan, no significa simplemente un acto del entendimiento, sino un acto de adhesión a la persona conocida. Jesús, pues, nos lleva en su Corazón a cada uno. Nosotros también lo hemos de conocer así. Conocer a Jesús no implica solamente un acto de fe, sino también de caridad, de amor. «Examinaos si conocéis —nos dice san Gregorio Magno, comentando este texto— si le conocéis no por el hecho de creer, sino por el amor». Y el amor se demuestra con las obras.

                                               



Jesús es también la puerta. La única puerta. «Si uno entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9). Y poco más allá recalca: «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6). Hoy, un ecumenismo mal entendido hace que algunos se piensen que Jesús es uno de tantos salvadores: Jesús, Buda, Confucio…, Mahoma, ¡qué más da! ¡No! Quien se salve se salvará por Jesucristo, aunque en esta vida no lo sepa. Quien lucha por hacer el bien, lo sepa o no, va por Jesús. Nosotros, por el don de la fe, sí que lo sabemos. Agradezcámoslo. Esforcémonos por atravesar esta puerta, que, si bien es estrecha, Él nos la abre de par en par. Y demos testimonio de que toda nuestra esperanza está puesta en Él.




Lectura del santo evangelio según san Juan (10,1-10):





En aquel tiempo, dijo Jesús:

«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Palabra del Señor



COMENTARIO.



                                   



Las lecturas del día de hoy nos hablan de Jesús, el Buen Pastor, y de nosotros, sus ovejas.

Si nos fijamos bien, son muchas las veces que en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento, se nos compara a nosotros los seres humanos con las ovejas.  Y, ciertamente, la oveja era un animal que abundaba en toda la zona habitada por el pueblo hebreo.  De hecho, muchos de los hebreos eran pastores.  Pero hemos de suponer que también habría otros animales domésticos con los cuales compararnos, como -por ejemplo-  el perro o  el gato, o algunos animales de carga, como el burro o el camello; también habrían aves de muchas clases.

Entonces cabe preguntarnos: ¿por qué se insiste tanto en compararnos con la oveja?  Se ve esto mucho en los Salmos y en el Evangelio Jesucristo lo hace con comparaciones realmente conmovedoras.

Sin embargo, para la mayoría, el comportamiento de la oveja resulta prácticamente desconocido.  Puede ser que hayamos podido ver algo sobre esto en películas, en la televisión o en internet.

Resulta interesante, entonces, adentrarse en ciertos detalles sobre este dulce animal, para ver cuánto nos quiere decir el Señor al compararnos una y otra vez con las ovejas y al definirse El como el “Buen Pastor”. 
                                                      
                                                        


La oveja es un animal frágil.  Se ve ¡tan gordita!, pero al esquilarla, es decir, al quitarle la lana, queda delgadita y se le nota entonces toda su fragilidad.

Es, además, un animal dependiente, no se vale por sí sola: depende totalmente de su pastor.  Por cierto, no de cualquier pastor, sino de “su” pastor.  Es tan incapaz, que con sus débiles y poco flexibles patitas, no puede siquiera treparse al pastor y necesita que éste la suba.  No así un perro ... o un gato.

Si se queda ensartada en una cerca o en una zarza, no puede salirse por sí sola: necesita que el pastor la rescate.


Otro detalle importante es que la oveja anda en rebaño, no puede andar sola.  Si llegara a quedarse sola, no es capaz de defenderse:  es fácil presa del lobo o de otros animales feroces.

Su dependencia del pastor la hace ser muy obediente y muy atenta a la voz y a la dirección de “su” pastor.  No obedece la voz de cualquier pastor, sino que atiende sólo a la del suyo.

                                                        



El pastor lleva a veces a pastar a sus ovejas guiándolas con una vara alta, llamada cayado, y a veces las reune en un espacio cercado, llamado redil o aprisco.

Entonces... ¿qué nos quiere decir el Señor al compararnos con las ovejas? ... Y ¿qué nos quiere decir al definirse El como el “Buen Pastor”?   El Señor nos dice que El es el mejor de los pastores, pues El da la vida -como de hecho la dio- por sus ovejas.  Y sus ovejas lo conocen y escuchan su voz.  Nos dice también que El conoce a cada una de sus ovejas por su nombre, y las ovejas reconocen su voz (cfr. Jn. 10, 1-10).

Nosotros somos -de acuerdo a lo que nos dice la Palabra de Dios- ovejas del Señor.  Quiere decir que somos también frágiles, aunque la mayoría de las veces nos creemos muy fuertes y muy capaces.  Somos, por lo tanto, dependientes del Señor y, tal como las ovejas, tampoco nos valemos por nosotros mismos.

Sin embargo, engañados, podemos pasarnos gran parte de nuestra vida y aún, toda nuestra vida, tratando de ser independientes de Dios, tratando de valernos por nosotros mismos. 

                                                            



¿Cuántas veces no nos sucede esto?  Y nos sucede también que nos enredamos en nuestra vida espiritual.  Y ¿quién puede desenredarnos?  ¿Quién puede sacarnos de la zarza o de la cerca en que estamos atrapados?  Bien lo sabemos:   necesitamos de nuestro Pastor.  Y El nos busca, nos rescata, nos cura, y nos coloca sobre su hombro, igual que a la oveja perdida, para llevarnos al redil.  De sus 100 ovejas deja a las 99 ovejas seguras en el aprisco y sale a buscar a la perdida.

¿Cuántas veces no ha hecho esto el Señor con nosotros -con cada uno de nosotros- cada vez que nos escapamos del redil o que nos desviamos del camino. (Lc. 15, 4).

Cuando Jesús nos compara con las ovejas, El se compara con el Buen Pastor.  Es la imagen que conocemos mejor.  Pero Jesús también nos ha dicho:  “Yo soy la puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). 

Para comprender qué nos quiere decir el Señor cuando se compara con el portal de las ovejas, hay que imaginar cómo eran esos rediles en que los pastores colocaban a sus ovejas para cuidarlas.  Eran unos corrales hecho de muros de piedras bastante altos y sólo había un portal de entrada.  Ahí se colocaba el pastor para impedir que entrara alguna fiera o algún bandido.

Por eso Jesús agrega: “Yo soy la puerta; quien entre encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".

                             


Oveja que entre por la puerta que es Jesús, estará bien alimentada y cuidada por El.  Pero el ladrón, ése que se trepa por la pared de rocas del corral y se mete en medio del rebaño, “viene a robar, a matar y a destruir”.

Y Jesús identifica a esos ladrones y bandidos: en su tiempo, eran los fariseos que se opusieron a Jesús, el Mesías enviado de Dios.  Pero ¿quiénes son ésos bandidos ahora?  ¿Quiénes son los que hablan a las ovejas para confundirlas?

No debemos, entonces, obedecer la voz de los ladrones de ovejas. De éstos nos habla el Señor en el Evangelio de hoy.  Son los que no entran por la puerta del redil, sino que saltan por un lado de la cerca y tratan de engañarnos, simulando ser pastores para llevarse a las ovejas.

Esos falsos pastores son todos los falsos maestros que confunden, pues nos hablan tratando de imitar a nuestro Pastor, con enseñanzas falsas, que parecen verdaderas, para sacarnos del redil, para sacarnos de la Iglesia, para hacernos perder la Fe que nos enseña nuestro Pastor

Algunos se pueden identifican sin problema, porque se oponen directamente a Dios:  unos son a-teos y más recientemente han aparecido unos más agresivos, que son anti-teos.  Pero hay otras voces más traicioneras, que sí logran engañar a algunas ovejas.  ¿Cómo quiénes?

                                            



Por ejemplo aquéllos que dicen que da lo mismo cualquier religión, que no hay que aceptar todo lo que dice la Iglesia que Jesús fundó.  Eso es como decir que se puede estar en cualquier rebaño o se puede estar solo por ahí lejos del rebaño de Cristo.

Aquéllos que difunden por la TV, por Internet, por el cine, por libros, cuestiones que parecen verdades pero que son errores.  Son todos los errores y herejías modernas, contenidas -por ejemplo- en ese amasijo de falsedades que es el New Age o Nueva Era.

Otros son aquéllos que quieren cambiar el matrimonio de un hombre y una mujer por uniones entre personas del mismo sexo y le dicen al rebaño que no aceptar esas uniones es estar contra las personas con tendencias homosexuales.

Otros  quieren instaurar una supuesta educación sexual, que lo que pretende es enseñarles prácticas sexuales de cualquier tipo a nuestros niños pequeños.

                                                     


Otros son aquéllos que dicen que no hay que confesarse con el Sacerdote que es un pecador igual o peor que el que se va a confesar.

Otros son aquéllos que manipulan a las ovejas, usando la mentira para engañarlas; además convirtiendo a la justicia en instrumento de sus deseos tiránicos y de paso estimulando odio, violencia y muertes.

A los predicadores de estos errores se refiere Jesucristo en el Evangelio de hoy que no entran por la puerta del redil, sino que saltan por otro lado:  “El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir ... Mis ovejas reconocen mi voz ... A un extraño mis ovejasno lo seguirán, porque no conocen la voz de los extraños”.  ¡Cuidado con las voces extrañas!  ¡Cuidado con confundirlas con la Voz del Buen Pastor!  Se parecen... pero no son.

Nosotros y los que nos enseñen deben entrar por la puerta del redil.  ¿Qué es la Puerta?  Es Jesucristo mismo, pues en este pasaje también se identifica como la Puerta del sitio donde guarda a sus ovejas.  Para entrar al sitio donde el Pastor guarda sus ovejas, tenemos que entrar por esa Puerta que es Cristo mismo y todo lo que Cristo es y nos ha dejado:su Gracia, su Iglesia, sus Sacramentos, sus enseñanzas.  No podemos inventarnos otras puertas, ni saltar por la cerca del redil, ni escuchar a los que han entrado así, pues ésos no son pastores, sino ladrones.

OJO, pues, ¡que los bandidos son muchos! 


                                                    


Quiere decir que no podemos andar solos, “como ovejas descarriadas”, tal como lo dice San Pedro en la Segunda Lectura (1 Pe. 2, 20-25), pues corremos el riesgo de ser devorados por los lobos que están siempre al acecho.

Tenemos, entonces, que reconocernos dependientes -totalmente dependientes de Dios- como son las ovejas de su pastor.  Así, como ellas, podemos ser totalmente obedientes a la Voz y a la Voluntad de nuestro Pastor, Jesucristo, el Buen Pastor.

San Pedro vuelve a insistirnos en esta Carta suya sobre el valor del sufrimiento, a imitación de Cristo sufriente: “Soportar con paciencia los sufrimientos que les vienen por hacer el bien, es cosa agradable a los ojos de Dios”.   Cristo nos dejó su ejemplo y debemos seguir sus huellas... aún en el sufrimiento injusto:  aquél que pueda venirnos por hacer el bien.

                                          



El Salmo de hoy es uno de los Salmos favoritos de los cristianos.  Es el Salmo del Pastor, el Salmo 22, el cual abunda en más detalles sobre el Buen Pastor  y nosotros, sus ovejas.

Hemos dicho que la oveja confía plenamente en su pastor.  Por eso, aunque pasemos por cañadas oscuras (aunque pasemos por dificultades, adversidades, contrariedades) nada tememos, porque nuestro Pastor va con nosotros; su vara y su cayado nos dan seguridad.  El nos hace reposar en verdes praderas y nos conduce hacia fuentes tranquilas para reponer nuestras fuerzas.

Por todo esto, hemos repetido en el Salmo y podemos repetirlo a lo largo del día como una oración muy útil a nuestra vida espiritual la primera frase de este Salmo: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”














Fuentes:
Sagradas Escrituras
Evangeli.org
Homilias.org