domingo, 31 de mayo de 2015

“Haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Evangelio dominical)




Hoy, la liturgia nos invita a adorar a la Trinidad Santísima, nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios en tres Personas, en el nombre del cual hemos sido bautizados. Por la gracia del Bautismo estamos llamados a tener parte en la vida de la Santísima Trinidad aquí abajo, en la oscuridad de la fe, y, después de la muerte, en la vida eterna. Por el Sacramento del Bautismo hemos sido hechos partícipes de la vida divina, llegando a ser hijos del Padre Dios, hermanos en Cristo y templos del Espíritu Santo. En el Bautismo ha comenzado nuestra vida cristiana, recibiendo la vocación a la santidad. El Bautismo nos hace pertenecer a Aquel que es por excelencia el Santo, el «tres veces santo» (cf. Is 6,3).

El don de la santidad recibido en el Bautismo pide la fidelidad a una tarea de conversión evangélica que ha de dirigir siempre toda la vida de los hijos de Dios: «Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1Tes 4,3). Es un compromiso que afecta a todos los bautizados. «Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 40).

Si nuestro Bautismo fue una verdadera entrada en la santidad de Dios, no podemos contentarnos con una vida cristiana mediocre, rutinaria y superficial. Estamos llamados a la perfección en el amor, ya que el Bautismo nos ha introducido en la vida y en la intimidad del amor de Dios.

Con profundo agradecimiento por el designio benévolo de nuestro Dios, que nos ha llamado a participar en su vida de amor, adorémosle y alabémosle hoy y siempre. «Bendito sea Dios Padre, y su único Hijo, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros» (Antífona de entrada de la misa).



Evangelio: Mt 28,16-20


En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» 

Palabra del Señor




COMENTARIO




"Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni mis caminos vuestros caminos, dice el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así son mis caminos, más altos que vuestros caminos y mis pensamientos que vuestros pensamientos" (Isaías 55.8)

Tal vez haya más respuestas de lo que parece. Esas dudas o enigmas irresueltos que nos piden atención, al menos de cuando en cuando, pueden quedarse mudos, sin que les prestemos especial interés, o inquietarnos hasta el punto de creer necesaria una explicación. Podemos preguntarnos sobre lo pequeño y lo gigante, lo próximo y lo lejanísimo; en todo caso preguntamos porque nos afecta, tiene que ver con nuestra vida y lo que la rodea.

“Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos…” Moisés, el amigo de Dios, orientaba a su pueblo en la búsqueda de soluciones a los enigmas. Sobresalía el misterio de Dios. La duda puede ser un lecho de paja que necesita la chispa que lo encienda. Seguimos aún tan cercanos como distantes de sentirnos satisfechos. Si no acarreamos con nosotros un buen puñado de preguntas no despertaremos nuestros sentidos de una rutina tediosa y sin más alicientes que la

Pregunta a aquellos árboles que florecen cada primavera y luego dan fruto a su tiempo sobre el misterio de la vida; preguntemos al sol sobre la responsabilidad de iluminar y calentar; a los astros sobre el orden y el movimiento o sobre la belleza… Preguntemos a nuestra historia qué hay de azar en todo ello, qué de camino a la deriva; a nuestros seres queridos sobre la casualidad que nos hizo encontrarnos. ¿No se puede observar en todo esto un orden, un proyecto, un interés amoroso en que todo prospere?


            El empeño por negar la providencia divina y reducir cuanto existe a un golpe fortuito de la nada parece un movimiento antinatural. Preguntemos a nuestra vida si recibe más sentido del deseo amoroso de Dios que ha querido nuestra existencia o, por el contrario, de un azar inexplicable. Así nos iremos acercando al origen, a la fuente de todo. Pero no basta. Es el paso del algo al alguien, del alguien a un próximo, del próximo a Aquel sin el cual se desmorona mi vida.




            Es el momento para guardar silencio y aprender, aprender aún más y más allá de las respuestas de la naturaleza y saber del Nombre de este Dios tan cercano y tan distinto, al que no puedo abarcar, pero sí coger de la mano. Es el tiempo de los silenciosos que trabajan sin descanso para tener un diálogo constante con Dios. Estos son los que han sido llamados para tender oídos en la soledad monástica y despejar ruidos de su vida para hacerla silenciosa y capacitada para la Palabra de Dios. Buscan el silencio para que Dios hable y en esas casas de clausura se abre una brecha por la que se cuela al mundo la acción misericordiosa del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

            La Resurrección de Jesús no disipó todas dudas, ni siquiera el envío del Espíritu Santo. Los discípulos de Jesús se acercaron con el triunfo sobre la cruz bajo el brazo adonde el Maestro les había dicho, a un monte de Galilea. Al verlo se postraron, pero algunos vacilaban. Se trata de una dubitación que requiere una fe renovada cada día a cada reto. Si no experimento a Dios en mi vida y esa experiencia consiste en la paternidad misericordiosa del Padre, la fraternidad elocuente del Hijo y la fuerza vital del Espíritu, la duda puede desplazar las respuestas que Dios nos va poniendo. Quien tiene una respuesta suficiente a la pregunta sobre Dios, porque sabe llamarlo “Abba”, Padre, tiene también responsabilidad en que otros lo conozcan y lo conozcan Padre, Hijo y Espíritu.




Él trae no solo trae respuestas, también preguntas y despierta en nosotros lo que antes no nos había planteado. Así nos iremos dando cuenta de que la respuesta fundamental es el gozo en Dios, la alegría de ver cómo el Padre y el Hijo se aman en el Espíritu y cómo así nos hace partícipes de su amor.

¿No es el ejercicio de amor la respuesta total a la pregunta del amor, que subyace debajo de cada una de nuestras cuestiones?












Fuentes:
Sagradas Escrituras.
Evangeli.org
Betania.org


lunes, 25 de mayo de 2015

Camino del Rocio !! (el abuelo Pedro, lo cuenta)



 Este año por primera vez, he realizado la peregrinación del camino hacia El Rocio, para visitar a la Virgen, (La Blanca Paloma) junto con familiares y grupos de amigos, para mi será inolvidable la experiencia y los buenos amigos que he conocido.

Partimos desde Algeciras en nuestros vehículos hacia Sanlúcar, allí nos esperaba el tractorista con la carriola para cargar todos los enseres, colchones, tiendas de campaña y las viandas.


Ya cargado todo el material nos dirigimos a las barcazas de Bajo de Guía para cruzar a la otra orilla del rio Guadalquivir, allí nos encontramos muchos peregrinos, unos andando, otros a caballo, en vehículos todoterreno y la mayoría en carretas y carriolas.


 Entramos en el Coto de Doñana, una maravilla de la naturaleza, desde la entrada de Malandar empezamos la peregrinación, compartiendo las alegrías, cantando a la Virgen por sevillanas, comiendo y bebiendo el caldo de nuestra tierra.

En este camino he hecho grandes amigos, iban los abuelos Juan y Mari con sus hijos y nietos, buenos cantaores, desde los abuelos hasta los mas pequeños, estos niños nos han dado un ejemplo de cómo se siente el Rocio, que serán los nuevos rocieros, otro cantaor el amigo Ricardo, el Fali tampoco se queda atrás, y tío con arte y gracia contando chiste Juan nuestro cocinero de lujo, y el ramillete de mujeres guapas que no paraban de cantar y bailar, no me quiero dejar atrás al conductor del tractor, un profesional, formal y trabajador, y la abuela Cati con sus ochenta y tanto años con más vitalidad que una de quince.


En el Monte del Trigo hicimos un descanso para el almuerzo, para seguir hasta la primera acampada que fue en Marismilla, llegamos al final de la tarde. Lo primero que hacemos es descargar las tiendas y colchones, y nos dedicamos al montaje antes que nos cogiera la noche.

Después de asearnos un poco, cenamos y fuimos al Simpecado para rezar y agradecerle que el trayecto de hoy había salido bien, solo lo normal, atascos de los vehículos por las arenas, pero gracias a la voluntad y hermandad nos ayudábamos unos a otros; quiero resaltar que nosotros íbamos con la Hermandad de Jerez, que van muy bien organizados, con asistencia médica, mecánicos y toda clase de ayuda, también no nos faltaba el pan y el hielo diario.


Al amanecer del otro dia nos despiertan el tamborilero. Desayunamos y vuelta al camino, al mediodía hicimos una parada para el almuerzo en el Cerro del Trigo y vuelta a la segunda acampada siguiente en el paraje de Carbonera, lugar muy bonito de este gran Coto, allí nos abastecimos de agua para el resto de los días que nos quedaban.

La tercera acampada la hicimos en el Eucaliptal, que está pasado Palacios, este dia llegamos de noche, pues el camino es el más largo de todos, le llaman la Raya, y todo lo que me hablaron de lo larga que es , para mí se quedaron corto , se perdía la vista y no tenia final, el montaje de las tiendas lo efectuamos con las linternas.


 El sábado llegamos al mediodía a la Aldea, ya en la Ermita asistimos a misa y le dimos las gracias a la Virgen del Rocio por este camino, y que nos diera fuerza y salud para el próximo año.

La madrugada del lunes vimos salir a la Blanca Paloma a brazos de los almonteños que van llevándola a las Casas de Hermandades entre la multitud de peregrinos que todos las quieren coger y tocarla, allí nos despedimos hasta el próximo año.

La vuelta la hicimos por las playas de Matalascañas hasta Sanlucar, otra maravilla de la naturaleza.

Bueno tengo mas anécdotas que contar, en otra ocasión las escribiré.

El abuelo Pedro.



El Autor:


 

Pedro Sánchez, es uno de los alumnos más aventajados del curso de "Miedo a Internet?", cuenta con blog propio, Los Hobbies de Pedro, y desde el mismo, colabora con este a través de sus historias y experiencias que nos transmite.

domingo, 17 de mayo de 2015

Festividad de la Ascensión del Señor!! (Evangelio dominical)



Hoy en esta solemnidad, se nos ofrece una palabra de salvación como nunca la hayamos podido imaginar. El Señor Jesús no solamente ha resucitado, venciendo a la muerte y al pecado, sino que, además, ¡ha sido llevado a la gloria de Dios! Por esto, el camino de retorno al Padre, aquel camino que habíamos perdido y que se nos abría en el misterio de Navidad, ha quedado irrevocablemente ofrecido en el día de hoy, después que Cristo se haya dado totalmente al Padre en la Cruz.

¿Ofrecido? Ofrecido, sí. Porque el Señor Jesucristo, antes de ser llevado al cielo, ha enviado a sus discípulos amados, los Apóstoles, a invitar a todos los hombres a creer en Él, para poder llegar allá donde Él está. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará» (Mc 16,15-16).



Esta salvación que se nos da consiste, finalmente, en vivir la vida misma de Dios, como nos dice el Evangelio según san Juan: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).


Pero aquello que se da por amor ha de ser aceptado en el amor para poder ser recibido como don. Jesucristo, pues, a quien no hemos visto, quiere que le ofrezcamos nuestro amor a través de nuestra fe, que recibimos escuchando la palabra de sus ministros, a quienes sí podemos ver y sentir. «Nosotros creemos en aquel que no hemos visto. Lo han anunciado aquellos que le han visto. (...) Quien ha prometido es fiel y no engaña: no faltes en tu confianza, sino espera en su promesa. (...) ¡Conserva la fe!» (San Agustín). Si la fe es una oferta de amor a Jesucristo, conservarla y hacerla crecer hace que aumente en nosotros la caridad.

¡Ofrezcamos, pues, al Señor nuestra fe!




Evangelio. Conclusión del santo evangelio según san Marcos (16,15-20):


En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor



COMENTARIO:




La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo es una fiesta importante y de gran significación.  Sin embargo, hace evocar sentimientos encontrados de nostalgia y de alegría.  De nostalgia, por la partida de Cristo, Quien regresa a la gloria que comparte desde toda la eternidad con el Padre y con el Espíritu Santo.  De alegría, pues hacia esa gloria conduce a la humanidad por El redimida.

El mismo Señor nos muestra esos sentimientos las veces que en el Evangelio hace el anuncio de su ida al Padre.  “He deseado muchísimo celebrar esta Pascua con vosotros... porque ya no la volveré a celebrar hasta ...” (Lc.22, 15-16). “Me voy y esta palabra los llena de tristeza” (Jn. 16, 6)

En cada uno de los anuncios de su partida, Jesús trataba de consolar a los Apóstoles: “Ahora me toca irme al Padre... pero si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré”  (Jn. 14,12 y 14).  Inclusive trató de convencerlos acerca de la conveniencia de su vuelta al Padre: “En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no podrá venir a ustedes el Consolador.  Pero si me voy, se los enviaré... les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Jn. 16, 7 - 14, 26).

Recordemos que Jesucristo había resucitado después de su muerte, una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo sucedido el Viernes Santo. 

Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección.  Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció en cuerpo glorioso, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había anunciado.  Pero la verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder:  lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo.

Para fortalecerles la Fe, después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre. 

Es lo que nos refiere la Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles: “Se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.  Un día, les mandó: ‘No se alejen de Jerusalén.  Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado... Dentro de pocos días serán bautizados con el Espíritu Santo.’”   La promesa del Padre era el Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después en Pentecostés.

Y luego de esos cuarenta días, llegó el momento de su partida.  Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes.

¡Cómo sería la Ascensión de Jesús al Cielo!  Jesús, el Sol de Justicia (Mal 3, 20), ascendiendo radiantísimo a la vista de los presentes.  El impacto fue tan grande que, aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo.  ¡Estaban en éxtasis!  Fue, entonces, cuando dos Ángeles los interrumpieron y los “despertaron”: “¿Qué hacen ahí  mirando al cielo?  Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).  
   
Hay que tomar nota de estas palabras.  Es de suma importancia recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo.  Nos dicen que volverá de igual manera a como partió:  en gloria y desde el Cielo.  Jesucristo vendrá, entonces, como Juez a establecer su reinado definitivo.  Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo:  de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.

Estamos hablando de la Segunda Venida de Cristo.  Pero para saber cómo será y cómo no será la Segunda Venida de Cristo, debemos detallar bien cómo fue la Ascensión de Jesucristo al Cielo.  ¿Cómo lo vieron subir?  Con todo el poder de su divinidad, glorioso, fulgurante y, ascendiendo, desapareció entre las nubes.  Entonces … ¿cómo vendrá?

El anuncio de los Ángeles es clarísimo y corrobora anuncios previos hechos por Jesús mismo.  Al responder a Caifás en el momento de su injustísimo juicio antes del su Pasión y Muerte dijo lo siguiente:  “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64)

Ya anteriormente lo había anunciado a sus discípulos:  “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre. Verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo, con el Poder Divino y la plenitud de la Gloria.  Mandará a sus Ángeles, los cuales tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo” (Mt. 24, 30-31)

Sin embargo han habido, hay y habrá muchos que querrán hacerse pasar por Cristo.  Y hay uno en especial, el Anticristo, que hará creer que él es Cristo.  Entonces hay que estar precavidos, pues Cristo vendrá glorioso con todo el poder de su divinidad, como los Apóstoles Lo vieron irse.

Tengamos en cuenta que el Anticristo será un hombre que se dará a conocer como Cristo y con la ayuda de Satanás realizará milagros y prodigios, y engañará a muchos, pues desplegará un gran poder de seducción.  He aquí la descripción que nos hace San Pablo...

“Entonces aparecerá el hombre del pecado, instrumento de las fuerzas de perdición, el rebelde que ha de levantarse contra todo lo que lleva el nombre de Dios o merece respeto, llegando hasta poner su trono en el Templo de Dios y haciéndose pasar por Dios ... Al presentarse este Sin-Ley, con el poder de Satanás, hará milagros, señales y prodigios al servicio de la mentira.  Y usará todos los engaños de la maldad en perjuicio de aquéllos que han de perderse, porque no acogieron el amor de la Verdad que los llevaba a la salvación ... así llegarán hasta la condenación todos aquéllos que no quisieron creer en la Verdad y prefirieron quedarse en la maldad ” (2 Tes. 2, 3-11).

Entonces, ¿qué hacer?  Siguiendo, el consejo de la Sagrada Escritura, no debemos dejarnos engañar.  Los datos sobre la Segunda Venida de Cristo son muy claros:  Cristo vendrá en gloria.   El Anticristo no.  Hará grandes prodigios, pero no puede presentarse como tenemos anunciado que vendrá Cristo en su Segunda Venida.  De allí que Jesús nos advierta:

“Llegará un tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verán.  Entonces les dirán:  está aquí, está allá.  No vayan, no corran.  En efecto, como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 22-24)

Esto es tan importante que el Señor nos lo dijo en otras ocasiones. Jesús nos advierte clarísimamente y nos explica con más detalle aún cómo será de sorpresiva y deslumbrante su Segunda Venida:

“Si en este tiempo alguien les dice:  Aquí o allí está el Mesías, no lo crean.  Porque se presentarán falsos cristos y falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, aun a los elegidos de Dios.  ¡Miren que se los he advertido de antemano!  Por tanto, si alguien les dice:  En el desierto está.  No vayan.  Si dicen:  Está en un lugar retirado.  No lo crean.  En efecto, cuando venga el Hijo del Hombre, será como relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 23-28).  

Pero por encima de la nostalgia de su partida, por encima de la advertencia de cómo será su Segunda Venida, para que nadie nos engañe, el misterio de la Ascensión de Jesucristo es un misterio de fe y esperanza en la Vida Eterna. 





La misma forma física en que se despidió el Señor, la cual resalta San Pablo en la Segunda Lectura (Ef. 4, 1-13):  subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El. 
Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3). 

El derecho al Cielo ya nos ha sido adquirido por Jesucristo. El nos ha preparado un lugar a cada uno de nosotros:  nos toca a nosotros vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar.  .  ¡No dejemos nuestro lugar vacío!

Ahora bien, a pesar de todos estos anuncios, los Apóstoles y discípulos no alcanzaban a entender la trascendencia de lo anunciado.  La Santísima Virgen María seguramente fue preparada por su Hijo para el momento de su partida, con gracias especiales para poder consolar y animar a los Apóstoles. 

Jesucristo estaba dejando a Pedro como cabeza de la Iglesia y como su Representante.  Pero también estaba dejando a su Madre como Madre de su Iglesia, ya que siendo Ella Madre de Cristo, era también Madre de su Cuerpo Místico.  Por eso Ella los reunió y los animó, orando con ellos en espera del Espíritu Santo.

La Ascensión, entonces, nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios.  Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo por medio del Espíritu Santo, Quien nos recuerda todo lo que Cristo nos enseñó.

Y nos recuerda también lo que debemos enseñar a otros, pues debemos llevar la Palabra de Dios a todo el que desee escucharla.  Es el llamado de Cristo que nos trae la Aclamación antes del Evangelio: “Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor.  Y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 19-20).     
   
Los mandó –y nos manda a nosotros- a ir, a partir.  “Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo … Es un mandato preciso, ¡no es facultativo!” (Papa Francisco 1-6-2014)

Es el llamado a la Nueva Evangelización, a la que insistentemente nos llama la Iglesia. 




Para cumplir con esto, San Pablo nos recuerda en la Segunda Lectura (Ef. 4. 1-13) lo siguiente:  

“El que subió fue quien concedió a unos ser apóstoles;  a otros ser profetas;  a otros ser evangelizadores;  a otros ser pastores y maestros.

“Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el Cuerpo de Cristo,

“hasta que todos lleguemos a estar unidos en la Fe y en el conocimiento del Hijo de Dios,

“y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”.     

La Fiesta de la Ascensión de Jesucristo al Cielo:


.        nos despierta el anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos, como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre.

.        nos advierte cómo será la Segunda Venida de Cristo, para que no seamos engañados por el Anticristo.

.       nos invita a llevar la Palabra de Dios a todos, seguros de que el Espíritu Santo, Quien es el verdadero protagonista de la Evangelización, nos capacita para responder a este llamado.  Así contribuimos a construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, en esta época en que hay que realizar la Nueva Evangelización, atrayendo a la Iglesia a aquéllos que se han alejado.














Fuentes:
Sagradas Escrituras.
Evangeli.org
Homilias.org

domingo, 10 de mayo de 2015

“Esto os mando: que os améis unos a otros.” (Evangelio dominical)





Hoy celebramos el último domingo antes de las solemnidades de la Ascensión y Pentecostés, que cierran la Pascua. Si a lo largo de estos domingos Jesús resucitado se nos ha manifestado como el Buen Pastor y la vid a quien hay que estar unido como los sarmientos, hoy nos abre de par en par su Corazón.

Naturalmente, en su Corazón sólo encontramos amor. Aquello que constituye el misterio más profundo de Dios es que es Amor. Todo lo que ha hecho desde la creación hasta la redención es por amor. Todo lo que espera de nosotros como respuesta a su acción es amor. Por esto, sus palabras resuenan hoy: «Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). El amor pide reciprocidad, es como un diálogo que nos hace corresponder con un amor creciente a su amor primero.

Un fruto del amor es la alegría: «Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros» (Jn 15,11). Si nuestra vida no refleja la alegría de creer, si nos dejamos ahogar por las contrariedades sin ver que el Señor también está ahí presente y nos consuela, es porque no hemos conocido suficientemente a Jesús.

Dios siempre tiene la iniciativa. Nos lo dice expresamente al afirmar que «yo os he elegido» (Jn 15,16). Nosotros sentimos la tentación de pensar que hemos escogido, pero no hemos hecho nada más que responder a una llamada. Nos ha escogido gratuitamente para ser amigos: «No os llamo ya siervos (...); a vosotros os he llamado amigos» (Jn 15,15).

En los comienzos, Dios habla con Adán como un amigo habla con su amigo. Cristo, nuevo Adán, nos ha recuperado no solamente la amistad de antes, sino la intimidad con Dios, ya que Dios es Amor.

Todo se resume en esta palabra: “amar”. Nos lo recuerda san Agustín: «El Maestro bueno nos recomienda tan frecuentemente la caridad como el único mandamiento posible. Sin la caridad todas las otras buenas cualidades no sirven de nada. La caridad, en efecto, conduce al hombre necesariamente a todas las otras virtudes que lo hacen bueno».



Lectura del santo evangelio según san Juan (15,9-17):


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

Palabra del Señor



COMENTARIO.





San Juan Apóstol y Evangelista centra su Evangelio y sus cartas en el tema del Amor. Y termina convenciéndonos de que el Amor deDios y el amor a Dios son la misma cosa.   En efecto, en la narración que nos brinda San Juan del discurso que Jesús hace a sus Apóstoles durante la Ultima Cena, la noche anterior a su muerte, el Evangelista hace un maravilloso recuento de este tema tan importante.  El Evangelio de hoy nos trae parte de ese discurso tan profundo y significativo (Jn 15, 9-17).

Las palabras de Jesús en ese conmovedor momento hay que revisarlas línea a línea.  Parece como si constantemente estuviera repitiendo lo mismo, pero cada línea tiene su matiz y su significado especial. 

“Permanezcan en mi Amor.  Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi Amor, lo mismo que Yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su Amor” (Jn. 15, 9-10).  Amar a Dios y permanecer en su Amor es hacer lo que El nos pide.  La palabra “mandamientos” no se refiere sólo a los que conocemos como los 10 Mandamientos, sino a “todo” lo que Dios desea de nosotros.  Es el caso entre Dios Padre y Dios Hijo:  éste hace lo que el Padre quiere y es así como permanece amando al Padre. 

Quiere decir que nosotros permanecemos amando a Dios si actuamos de la misma manera: haciendo lo que Dios desea de nosotros.  Si nos fijamos bien, los amores humanos funcionan de la misma manera:  el enamorado hace lo que la enamorada desea y viceversa;  uno busca complacer al otro.  Amar a Dios es, entonces, también complacer a Dios ... en todo.

“Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”  (Jn. 15, 11).   La verdadera felicidad está en permanecer amando a Dios, cumpliendo los deseos de Dios y no los propios deseos.  Así nuestro gozo será “pleno”.  Las alegrías humanas son pasajeras, efímeras, incompletas, insuficientes.  Pero ... ¡nos aferramos tanto a ellas!  Si nos convenciéramos realmente de estas palabras del Señor sobre la verdadera alegría, nuestra felicidad comenzaría aquí en la tierra y, además, continuaría para siempre en la eternidad.

También toca San Juan el tema del amor en sus cartas.  En el Segunda Lectura de hoy(1 Jn. 4, 7-10) tenemos un trozo de su Primera Carta.  Y, como es de esperar,  vemos en ellas planteamientos similares a los que nos da en su Evangelio. 

“Este es mi mandamiento:  que se amen los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn. 15, 12).  “Amémonos los unos a los otros, porque el Amor viene de Dios.  Todo el que ama conoce a Dios.  El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor ... El Amor consiste en esto:  no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó primero” (1 Jn.4, 7-8 y 10). 

El Amor viene de Dios.  Es decir:  no podemos amar por nosotros mismos, sino que Dios nos capacita para amar.  Es más:  es Dios Quien ama a través de nosotros.  El que ama -el que ama de verdad- no con un amor egoísta, sino con un amor generoso y oblativo por el que se busca el bienestar del ser amado y no el propio, ése que ama así, ama así porque conoce a Dios. El que ama egoístamente, pensando en sí mismo, en realidad no ama; y no ama porque no conoce a Dios, porque no ama a Dios, porque no complace a Dios, sino que se complace a sí mismo.

Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos” (Jn. 15, 13).   El verdadero amor, ese Amor que viene de Dios, con el que podemos amar nosotros, amando como Dios quiere que amemos, puede llegar a la oblación total, a la entrega total de la vida por el ser amado.  Y no se trata solamente, ni principalmente, de llegar a la muerte física por el otro, como hizo Jesús por nosotros y como hizo, por ejemplo, un San Maximiliano Kolbe. 

Se trata de la oblación de todo lo que consideramos como propio, como nuestros deseos, como nuestras inclinaciones, etc., para optar por los deseos del ser amado.  En este caso, para seguir el orden que nos propone San Juan:  dejar todos lo deseos nuestros por los deseos de Dios. 

Esa oblación es un constante morir a nosotros mismos, al ir dejando lo que consideramos nuestro, para irnos entregando a Dios y a sus deseos y designios.  Esa oblación es dar la vida por Dios.  Así, si fuera necesario y nos llegara el momento, estamos ya preparados para ofrecer aún nuestra vida física, como lo hizo Cristo y  como lo han hecho los santos mártires.

“El Padre les concederá todo lo que le pidan en mi nombre”  (Jn. 15, 16).   Queda claro que Cristo es nuestro mediador ante el Padre.  Pero ... ¿concede el Padre “todo” lo que le pedimos?  Para comprender bien esta promesa debemos revisar las lecturas del domingo pasado. 

“Si permanecen en Mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá” (Jn. 15, 7).   “Puesto que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de El todo lo que le pidamos”. (1 Jn. 3, 22-23).   
Notemos aquí lo que parecen ser condiciones para que Dios nuestro Padre nos complazca en lo que le pidamos:  cumplir sus mandamientos, permanecer unidos a El, vivir su Palabra, etc.

Realmente, aunque así lo parezca, no es que Dios nos ponga condiciones, sino sucede que, al estar unidos a Dios, a su Voluntad, a su Palabra, sabremos entonces qué pedirle, pues al estar unidos a El, sabremos pedirle precisamente lo que El desea darnos:  aquello que nos conviene para nuestra salvación. 

Esto es importante, pues mucho se abusa de una palabra del Señor relacionada con las peticiones en la oración:  “Pidan y se les dará”.   Y en esto se apoyan muchos para pedir y pedir, y luego tal vez terminar frustrados, pues Dios no responde a los pedidos, de la manera que se desean sean respondidos. ¿Por qué sucede esto? 

Porque casi siempre se corta esta frase y se deja fuera el complemento final:  “Vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan” (Mt. 7, 7-11).  Sucede que quien está en unión con Dios sabe pedir esas “cosas buenas” de que nos habla el Señor y no aquellas cosas que simplemente se nos antojan como necesarias y buenas, sin que realmente lo sean.

A la luz de todas estas enseñanzas de San Juan cabe preguntarse:  ¿es lo mismo Amor de Dios que amor a Dios?  Según San Juan son la misma cosa, pero el primero es el origen y el segundo es la consecuencia. No hay amor a Dios, si primero no hay Amor deDios.
El Amor consiste en que es Dios Quien ama.  El amor a Dios por nuestra cuenta y esfuerzo es sencillamente imposible.  También es imposible el amor verdadero para con los demás, si no es Dios Quien ama en nosotros.

La Primera Lectura (Hech. 10, 25-26; 34-35; 44-48) nos trae un trozo importante de los sucesos al comienzo de la Iglesia:  para sorpresa de los seguidores de Cristo, Dios Espíritu Santo comienza a derramarse también entre los gentiles, es decir, entre los que no eran judíos.

Para comprender mejor este pasaje que nos trae la Liturgia de hoy, vale la pena leer el texto completo, es decir todo el Capítulo 10 del Libro de los Hechos de los Apóstoles. 

Hay que ubicarse en la situación de los primeros cristianos:  ellos creían que Cristo, judío de raza, había venido para ellos, que efectivamente eran el Pueblo escogido de Dios. 

Pero, como Dios es impredecible, les da esta sorpresa:  los no judíos comienzan a recibir el Espíritu Santo de la misma manera y con las mismas manifestaciones que se daban entre los judíos.
Dios borra toda raza, creencia, nacionalidad, y se revela –como ha seguido haciéndolo-  a quien quiere, como quiere y cuando quiere. 

A San Pablo lo sorprendió cuando lo tumbó y lo dejó ciego mientras se dirigía a Damasco a perseguir y asesinar cristianos, pues se oponían a las tradiciones judías que él guardaba con celo.

Con Cornelio fue diferente.  Nos dice el texto sagrado que este militar “era de los que temen a Dios, daba muchas limosnas al pueblo y oraba constantemente”.   Sugiere la descripción que se nos da de este buen hombre que Cornelio, a pesar de no ser judío creía en el Dios Único de los judíos.
 Pero no tan sólo creía, sino que oraba constantemente.  En efecto, en la revelación que Dios le hace a Cornelio por medio de una visión angélica, le reconoce que sus oraciones y sus limosnas “han llegado a la presencia de Dios”.

No es demasiado frecuente el que Dios haga lo de San Pablo.  Sin embargo se siguen dando casos de esas gracias imprevistas, fuertes, espectaculares, como la que experimentó Saulo camino a Damasco.

Ahora bien, lo que sí es harto frecuente es que a los que temen a Dios y oran, Dios se les revele y los llene del Espíritu Santo, llevándolos a la Verdad plena, enrumbándolos en el Camino y comunicándoles la Vida que es Cristo, “Camino, Verdad y Vida”.

Por todas estas maravillas que Dios hizo al antiguo Pueblo de Israel, las que hizo a judíos y no-judíos al comienzo de la Iglesia y por las que sigue haciendo en medio de nosotros, el Salmo 97 canta al amor y lealtad de Dios, amor y lealtad que siempre han estado presentes, tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento, como en nuestros días.