jueves, 26 de junio de 2014

Hoy es... san Josemaría Escrivá de Balaguer !!


  

Josemaría Escrivá de Balaguer, nacido en Barbastro (Huesca) en 1902. Murió en Roma el 26 de junio de 1975. Hijo de José y de Dolores, que se habían casado en 1898 y que tuvieron seis hijos.      

 

Decidió hacerse sacerdote diocesano para estar con plena disponibilidad al querer divino sólo intuido. Alternó los estudios de Derecho en la Universidad de Zaragoza con los de Filosofía y Teología en el seminario. Se ordenó sacerdote el 28 de marzo de 1925.   El 2 de octubre de 1928 fundó, en Madrid, el Opus Dei, que abre un nuevo camino de santificación en medio del mundo a través del trabajo profesional en el cumplimiento heroico de los deberes personales, familiares y sociales.     

 

La misión encomendada era colosal, sólo limitada por la misma extensión del mundo y por sus millones de habitantes. Aquello sólo era posible con una profunda vida interior; hacía falta mucha oración y abundante mortificación.    El desarrollo de la labor que Dios quería que hiciera no tenía camino jurídico dentro del organismo de la Iglesia. Era un proyecto universal eminentemente laical, y hasta entonces el derecho eclesiástico se limitaba en lo universal a la regulación de las familias clericales o de religiosos.    Desarrolló una prodigiosa actividad , por más de cuarenta años, en medio de numerosas dificultades de todo tipo, donde no faltaron incomprensiones y calumnias; sufrió el recelo de personas .   

 

Su enamoramiento de Jesucristo en la Eucaristía, la filial devoción a la Virgen santísima y a san José, y la complicidad de los Ángeles hicieron posible que llevara con fe, alegría y buen humor esta «persecución de los buenos» como él la llamó.   

 

La Prelatura del Opus Dei está extendida por los cinco continentes y cientos de miles de fieles acuden a la intercesión de San Josemaría, que dejó, además de sus libros La Abadesa de las Huelgas (estudio histórico-jurídico), Camino, Surco, Forja, Amigos de Dios, Es Cristo que pasa y numerosas Cartas, un millar de hijos suyos sacerdotes a su muerte, y... ¿sabes?, le gustaba bendecir las guitarras de los jóvenes.

 

 El 17 de mayo de 1992, Juan Pablo II beatifica a Josemaría Escrivá de Balaguer. Lo proclama santo diez años después, el 6 de octubre de 2002, en la plaza de San Pedro, en Roma, ante una gran multitud. «Siguiendo sus huellas», dijo en esa ocasión el Papa en su homilía, «difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad».



Oremos

 

 Señor Dios todopoderoso, que de entre tus fieles elegiste a San Josemaría Escrivá Balaguer, para que manifestara a sus hermanos el camino que conduce a ti, concédenos que su ejemplo nos ayude a seguir a Jesucristo, nuestro maestro, para que logremos así alcanzar un día, juntos con nuestros hermanos, la gloria de tu reino eterno. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

martes, 24 de junio de 2014

Hoy es San Juan Bautista !!


Este es el único santo al cual se le celebra la fiesta el día de su nacimiento.

San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo (de hoy en seis meses - el 24 de diciembre - estaremos celebrando el nacimiento de nuestro Redentor, Jesús).

El capítulo primero del evangelio de San Lucas nos cuenta de la siguiente manera el nacimiento de Juan: Zacarías era un sacerdote judío que estaba casado con Santa Isabel, y no tenían hijos porque ella era estéril. Siendo ya viejos, un día cuando estaba él en el Templo, se le apareció un ángel de pie a la derecha del altar.

Al verlo se asustó, mas el ángel le dijo: "No tengas miedo, Zacarías; pues vengo a decirte que tú verás al Mesías, y que tu mujer va a tener un hijo, que será su precursor, a quien pondrás por nombre Juan. No beberá vino ni cosa que pueda embriagar y ya desde el vientre de su madre será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios".

Pero Zacarías respondió al ángel: "¿Cómo podré asegurarme que eso es verdad, pues mi mujer ya es vieja y yo también?".

El ángel le dijo: "Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios, de quien he sido enviado a traerte esta nueva. Mas por cuanto tú no has dado crédito a mis palabras, quedarás mudo y no volverás a hablar hasta que todo esto se cumpla".

Seis meses después, el mismo ángel se apareció a la Santísima Virgen comunicándole que iba a ser Madre del Hijo de Dios, y también le dio la noticia del embarazo de su prima Isabel.

Llena de gozo corrió a ponerse a disposición de su prima para ayudarle en aquellos momentos. Y habiendo entrado en su casa la saludó. En aquel momento, el niño Juan saltó de alegría en el vientre de su madre, porque acababa de recibir la gracia del Espíritu Santo al contacto del Hijo de Dios que estaba en el vientre de la Virgen.

También Santa Isabel se sintió llena del Espíritu Santo y, con espíritu profético, exclamó: "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme? Pues en ese instante que la voz de tu salutación llegó a mis oídos, la criatura que hay en mi vientre se puso a dar saltos de júbilo. ¡Oh, bienaventurada eres Tú que has creído! Porque sin falta se cumplirán todas las cosas que se te han dicho de parte del Señor". Y permaneció la Virgen en casa de su prima aproximadamente tres meses; hasta que nació San Juan.

De la infancia de San Juan nada sabemos. Tal vez, siendo aún un muchacho y huérfano de padres, huyó al desierto lleno del Espíritu de Dios porque el contacto con la naturaleza le acercaba más a Dios. Vivió toda su juventud dedicado nada más a la penitencia y a la oración.

Como vestido sólo llevaba una piel de camello, y como alimento, aquello que la Providencia pusiera a su alcance: frutas silvestres, raíces, y principalmente langostas y miel silvestre. Solamente le preocupaba el Reino de Dios.

Cuando Juan tenía más o menos treinta años, se fue a la ribera del Jordán, conducido por el Espíritu Santo, para predicar un bautismo de penitencia.

Juan no conocía a Jesús; pero el Espíritu Santo le dijo que le vería en el Jordán, y le dio esta señal para que lo reconociera: "Aquel sobre quien vieres que me poso en forma de paloma, Ese es".

Habiendo llegado al Jordán, se puso a predicar a las gentes diciéndoles: Haced frutos dignos de penitencia y no estéis confiados diciendo: Tenemos por padre a Abraham, porque yo os aseguro que Dios es capaz de hacer nacer de estas piedras hijos de Abraham. Mirad que ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego".

Y las gentes le preguntaron: "¿Qué es lo que debemos hacer?". Y contestaba: "El que tenga dos túnicas que reparta con quien no tenga ninguna; y el que tenga alimentos que haga lo mismo"…

"Yo a la verdad os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar la correa de sus sandalias. El es el que ha de bautizaros en el Espíritu Santo…"

Los judíos empezaron a sospechar si el era el Cristo que tenía que venir y enviaron a unos sacerdotes a preguntarle "¿Tu quién eres?" El confesó claramente: "Yo no soy el Cristo" Insistieron: "¿Pues cómo bautizas?" Respondió Juan, diciendo: "Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está Uno a quien vosotros no conocéis. El es el que ha de venir después de mí…"

Por este tiempo vino Jesús de Galilea al Jordán en busca de Juan para ser bautizado. Juan se resistía a ello diciendo: "¡Yo debo ser bautizado por Ti y Tú vienes a mí! A lo cual respondió Jesús, diciendo: "Déjame hacer esto ahora, así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia". Entonces Juan condescendió con El.

Habiendo sido bautizado Jesús, al momento de salir del agua, y mientras hacía oración, se abrieron los cielos y se vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y permaneció sobre El. Y en aquel momento se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias".

Al día siguiente vio Juan a Jesús que venía a su encuentro, y al verlo dijo a los que estaban con él: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo os dije: Detrás de mí vendrá un varón, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo".

Entonces Juan atestiguó, diciendo: "He visto al Espíritu en forma de paloma descender del cielo y posarse sobre El. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquél sobre quien vieres que baja el Espíritu Santo y posa sobre El, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo. Yo lo he visto, y por eso doy testimonio de que El es el Hijo de Dios".

Herodías era la mujer de Filipo, hermano de Herodes. Herodías se divorció de su esposo y se casó con Herodes, y entonces Juan fue con él y le recriminó diciendo: "No te es lícito tener por mujer a la que es de tu hermano"; y le echaba en cara las cosas malas que había hecho.

Entonces Herodes, instigado por la adúltera, mandó gente hasta el Jordán para traerlo preso, queriendo matarle, mas no se atrevió sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía, pues estaba muy perplejo y preocupado por lo que le decía.

Herodías le odiaba a muerte y sólo deseaba encontrar la ocasión de quitarlo de en medio, pues tal vez temía que a Herodes le remordiera la conciencia y la despidiera siguiendo el consejo de Juan.

Sin comprenderlo, ella iba a ser la ocasión del primer mártir que murió en defensa de la indisolubilidad del matrimonio y en contra del divorcio.

Estando Juan en la cárcel y viendo que algunos de sus discípulos tenían dudas respecto a Jesús, los mandó a El para que El mismo los fortaleciera en la fe.

Llegando donde El estaba, le preguntaron diciendo: "Juan el Bautista nos ha enviado a Ti a preguntarte si eres Tú el que tenía que venir, o esperamos a otro".

En aquel momento curó Jesús a muchos enfermos. Y, respondiendo, les dijo: "Id y contad a Juan las cosas que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio…"

Así que fueron los discípulos de Juan, empezó Jesús a decir: "¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Alguna caña sacudida por el viento? o ¿Qué salisteis a ver? ¿Algún profeta? Si, ciertamente, Yo os lo aseguro; y más que un profeta. Pues de El es de quien está escrito: Mira que yo te envío mi mensajero delante de Ti para que te prepare el camino. Por tanto os digo: Entre los nacidos de mujer, nadie ha sido mayor que Juan el Bautista…"

Llegó el cumpleaños de Herodes y celebró un gran banquete, invitando a muchos personajes importantes. Y al final del banquete entró la hija de Herodías y bailó en presencia de todos, de forma que agradó mucho a los invitados y principalmente al propio Herodes.

Entonces el rey juró a la muchacha: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino".

Ella salió fuera y preguntó a su madre: "¿Qué le pediré?" La adúltera, que vio la ocasión de conseguir al rey lo que tanto ansiaba, le contestó: "Pídele la cabeza de Juan el Bautista". La muchacha entró de nuevo y en seguida dijo al rey: "Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista".

Entonces se dio cuenta el rey de su error, y se pudo muy triste porque temía matar al Bautista; pero a causa del juramento, no quiso desairarla, y, llamando a su guardia personal, ordenó que fuesen a la cárcel, lo decapitasen y le entregaran a la muchacha la cabeza de Juan en la forma que ella lo había solicitado.

Juan Bautista: pídele a Jesús que nos envíe muchos profetas y santos como tú.


Algo sobre el joven Juan Bautista

Su patria chica es Ain Karim. La madre, Isabel, había escuchado no hace mucho la encantadora oración que salió espontáneamente de la boca de su prima María y que traía resonancias, como un eco lejano, del antiguo Israel. Zacarías, el padre de la criatura, permanece mudo, aunque por señas quiere hacerse entender.

Las concisas palabras del Evangelio, encubren la realidad que está más llena de colorido en la pequeña aldea de Zacarías e Isabel; con lógica humana y social comunes se tienen los acontecimientos de una familia como propios de todas; en la pequeña población las penas y las alegrías son de todos, los miedos y los triunfos se comparten por igual, tanto como los temores.  Primero, los vecinos que no se apartaron ni un minuto del portal; luego llegan otros y otros más. Por un rato, el tin-tin del herrero ha dejado de sonar. En la fuente, Betsabé rompió un cántaro, cuando resbaló emocionada por lo que contaban las comadres. Parece que hasta los perros ladran con más fuerza y los asnos rebuznan con más gracia.

Todo es alegría en la pequeña aldea. Llegó el día octavo para la circuncisión y se le debe poner el nombre por el que se le nombrará para toda la vida. Un imparcial observador descubre desde fuera que ha habido discusiones entre los parientes que han llegado desde otros pueblos para la ceremonia; tuvieron un forcejeo por la cuestión del nombre -el clan manda mucho- y parece que prevalece la elección del nombre de Zacarías que es el que lleva el padre. Pero el anciano Zacarías está inquieto y se diría que parece protestar.

Cuando llega el momento decisivo, lo escribe con el punzón en una tablilla y decide que se llame Juan. No se sabe muy bien lo que ha pasado, pero lo cierto es que todo cambió. Ahora Zacarías habla, ha recuperado la facultad de expresarse del modo más natural y anda por ahí bendiciendo al Dios de Israel, a boca llena, porque se ha dignado visitar y redimir a su pueblo.

Ya no se habla más del niño hasta que llega la próxima manifestación del Reino en la que interviene. Unos dicen que tuvo que ser escondido en el desierto para librarlo de una matanza que Herodes provocó entre los bebés para salvar su reino; otros dijeron que en Qunram se hizo asceta con los esenios.

El oscuro espacio intermedio no dice nada seguro hasta que «en el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan». Se sabe que, a partir de ahora, comienza a predicar en el Jordán, ejemplarizando y gritando: ¡conversión! Bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar.

Todos dicen que su energía y fuerza es más que la de un profeta; hasta el mismísimo Herodes a quien no le importa demasiado Dios se ha dejado impresionar. Y eso que él no es la Luz, sino sólo su testigo.



Oremos

Himno

« ¿ Qué será este niño? «, decía la gente al ver a su padre mudo de estupor. « ¿ Sí será un profeta?, ¿ si será un vidente? « ¡ De madre estéril nace el Precursor! Antes de nacer, sintió su llegada, Al fuego del niño lo cantó Isabel, Y llamó a la Virgen: « Bienaventurada», Porque ella era el arca donde estaba él.
El ya tan antiguo y nuevo Testamento En él se soldaron como en piedra imán; Muchos se alegraron de su nacimiento: Fue ese mensajero que se llamó Juan. Lo envió el Altísimo para abrir las vías Del que trae al mundo toda redención: Como el gran profeta, como el mismo Elías, A la faz del Hijo de su corazón. Él no era la luz: vino a ser testigo De la que ya habita claridad sin fin; Él no era el Señor: vino a ser su amigo, Su siervo, su apóstol y su paladín.
Cántale los siglos, como Zacarías: « Y tú serás, niño, quien marche ante él; eres el heraldo que anuncia al Mesías, eres la esperanza del nuevo Israel. « El mundo se llena de gran regocijo, Juan es el preludio de la salvación; Alabanza al Padre que nos dio tal Hijo, La gloria al Espíritu que fraguó la acción. Amén



Dios todopoderoso, que suscitaste a san Juan Bautista, para que le preparara a Cristo un pueblo bien dispuesto, concede a tu pueblo el don de la alegría espiritual y guíanos por el camino de la salvación y de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.










Fuente:
Iluminación Divina
Santoral Católico
Ángel Corbalán

domingo, 22 de junio de 2014

“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo…” (Evangelio dominical)



 Hoy, todo el mensaje que hemos de escuchar y vivir está contenido en “el pan”. El capítulo sexto del Evangelio según san Juan refiere el milagro de la multiplicación de los panes, seguido de un gran discurso de Jesús, uno de cuyos fragmentos escuchamos hoy. Nos interesa mucho entenderle, no sólo para vivir la fiesta del “Corpus” y el sacramento de la Eucaristía, sino también para comprender uno de los mensajes centrales de su Evangelio. 

Añadir leyenda
Hay multitudes hambrientas que necesitan pan. Hay toda una humanidad abocada a la muerte y al vacío, carente de esperanza, que necesita a Jesucristo. Hay un Pueblo de Dios creyente y caminante que necesita encontrarle visiblemente para seguir viviendo de Él y alcanzar la vida. Tres clases de hambre y tres experiencias de saciedad, que corresponden a tres formas de pan: el pan material, el pan que es la persona de Jesucristo y el pan eucarístico. 


Sabemos que el pan más importante es Jesucristo. Sin Él no podemos vivir de ninguna manera: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Pero Él mismo quiso dar de comer al hambriento y, además, hizo de ello un imperativo evangélico fundamental. Seguramente pensaba que era una buena manera de revelar y verificar el amor de Dios que salva. Pero también quiso hacerse accesible a nosotros en forma de pan, para que, quienes aún caminamos en la historia, permanezcamos en ese amor y alcancemos así la vida.

Quería ante todo enseñarnos que hemos de buscarle y vivir de Él; quiso demostrar su amor dando de comer al hambriento, ofreciéndose asiduamente en la Eucaristía: «El que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58). San Agustín comentaba este Evangelio con frases atrevidas y plásticas: «Cuando se come a Cristo, se come la vida (…). Si, pues, os separáis hasta el punto de no tomar el Cuerpo ni la Sangre del Señor, es de temer que muráis».



Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»


Palabra del Señor





COMENTARIO




Jesucristo murió, resucitó y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre.  Pero también permanece en la hostia consagrada, en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser alimento de nuestra vida espiritual.  Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi.

El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo,  por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte. 

Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

La Eucaristía es el Regalo más grandeque Jesús nos ha dejado, pues es el Regalo de su Presencia viva entre los hombres.  Al estar presente en la Eucaristía, Jesucristo  ha  realizado  el  milagro  de  irse  y  de  quedarse.  Cierto que se ha quedado -dijéramos- como escondido en la Hostia Consagrada, pero su Presencia no deja de ser real por el hecho de no poderlo ver.

En efecto, es tan real la presencia de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero en la Eucaristía, que cuando recibimos la hostia consagrada no recibimos un mero símbolo, o un simple trozo de pan bendito, o nada más la hostia consagrada -como podría parecer- sino que esJesucristo mismo  penetrando todo nuestro ser:  Su Humanidad y Su Divinidad entran a nuestra humanidad -cuerpo, alma y espíritu- para dar a nuestra vida, Su Vida, para dar a nuestra oscuridad, Su Luz.

Y nuestra alma necesita de ese alimento espiritual que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo.  Así como necesitamos del alimento material para nutrir nuestra vida corporal, así nuestra vida espiritual requiere de la Sagrada Comunión para renovar, conservar y hacer crecer la Gracia que recibimos en el Bautismo, gracia que es la semilla de nuestra vida espiritual.
“Quien come Mi Carne y bebe Mi Sangre permanece en Mí y Yo en él.” (Jn.6, 56)
Es así como, recibiendo a Jesucristo en la Eucaristía, dice el Señor a Santa Catalina de Siena, “... el alma está en Mí y Yo en ella. Como el pez que está en el mar y el mar en el pez, así estoy Yo en el alma y ella en Mí, Mar de Paz ...” (cf. “El Diálogo”).
El misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo es un misterio de Amor, pues la presenciaviva de Jesucristo en la hostia consagrada es muestra del infinito Amor de Dios por nosotros, Sus criaturas, pues en la Eucaristía se hace presente nuevamente el sacrificio de Cristo en la cruz, es decir, Su entrega de Amor por nosotros los hombres.
Recordemos que Dios Padre nos entregó a su Hijo para pagar nuestro rescate, para redimirnos.  ¡Qué precio para rescatarnos!   ¡La Vida de Jesucristo entregada en la Cruz!  Y esa entrega del Hijo de Dios por nosotros los hombres, se renueva en cada Eucaristía.
Es así como, al recibir a Jesucristo, todo Dios y todo Hombre en la Sagrada Comunión, recibimos Su Amor, y en virtud de esto somos templos del Amor Divino y testigos de ese Amor, para compartirlo con los demás y prodigarlo a todos.
Pero para que se realice en nosotros y a través nuestro el contenido del Misterio Eucarístico es necesario recibir el Sacramento del Cuerpo de Cristo en estado de gracia.
¿Y qué significa estar en “estado de gracia”?  Recordando el Catecismo de Primera Comunión:
La gracia es un regalo sobrenatural dado por Dios para ayudarnos en el camino que nos lleva al Cielo.  Y la gracia se pierde por el pecado, es decir, por nuestro rechazo a Dios o a Sus Mandamientos.  Asimismo, la gracia puede aumentarse con la oración, con las buenas obras y con los Sacramentos recibidos adecuadamente.

Por ejemplo:  para comulgar bien se necesita, además de comprender a Quién se va a recibir y de guardar el ayuno requerido, no haber cometido pecado grave o haberlo confesado al Sacerdote, estando verdaderamente arrepentido.

Acercarnos, pues, a la Comunión con un corazón no arrepentido, no limpiado en el Sacramento de la Confesión, es ir a comulgar con un corazón cerrado, oscuro, que no permite la entrada de la Luz de Dios, con lo cual se oscurece uno más y se cierra más aún a la Gracia y al Amor de Dios.

Para comulgar bien Dios nos pide ir con un corazón puro, limpio y receptivo a El




Por eso nos espera con Sus Brazos abiertos en el Confesionario, para que nos reconciliemos con El, sintiendo un verdadero arrepentimiento por habernos alejado de Su Voluntad y por haber despreciado Su Amor.  Y es Jesucristo mismo Quien nos espera.  Es El Quien nos escucha, nos perdona y nos consuela, para luego darnos la plenitud de Su Gracia y de Su Amor en el Sacramento del “Corpus Christi”, la Sagrada Eucaristía.

Pero, además de estar en estado de gracia, para recibir a Cristo en la Eucaristía hay otras condiciones interiores, profundas, que están sobreentendidas y que a veces pasamos por alto:
  • FE en la presencia real de Cristo en la Eucaristía
  • CONFIANZA plena en Dios
    La consecuencia de la Fe es la confianza.  Fe y confianza en Dios son como dos caras de una misma moneda: no hay fe sin confianza y viceversa.
  • ABANDONO Y ENTREGA TOTAL A DIOS
    Al tener plena confianza en Cristo, podemos entregarnos a El sin reservas, totalmente, a todo lo que El tenga dispuesto.


Estas disposiciones fundamentales de parte nuestra permiten que haya “común-unión” o Comunión:  unión de Cristo con nosotros y de nosotros en Cristo.  Si no tenemos estas disposiciones, no puede darse la Comunión.
Recibimos a Cristo con nuestra boca.  Pero eso no basta, pues tenemos que unirnos a El en el pensamiento, en el sentir, en la voluntad; con nuestro cuerpo, con nuestra alma (entendimiento y voluntad) y con nuestro corazón. 

Bien claro pone esto la Liturgia de la Iglesia en la oración después de la Comunión el Domingo 24 del Tiempo Ordinario: 

“La gracia de esta comunión, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, lo que mueva nuestra vida”.


Siendo así, nuestra vida humana podrá entonces participar de su Vida Divina, de manera que sea El y no nuestro “yo” el principio que guíe nuestra existencia.

¡Qué agradecidos debemos estar por el Amor Infinito de Dios al regalarnos la presencia viva de Jesucristo en la hostia consagrada!  ¡Qué agradecidos por poder recibir ese alimento tan necesario para nuestra vida espiritual!  ¡Qué agradecidos porque Jesucristo se ha quedado con nosotros  para ser nuestro alimento espiritual!

¿Qué sucede en la Misa?




Nos encantan y nos impresionan los milagros.  Pero el que sucede en cada Misa, como no es visible, lo dejamos pasar.  Y como estamos acostumbrados a la Misa,la tomamos como un derecho adquirido.  Igual la Comunión.

Pero la Santa Misa es un misterio inmenso:  Dios mismo se hace presente en cada celebración eucarística.  Y ¿nos damos cuenta de esto?

Y no sólo es que tenemos la Presencia Real de Jesucristo, sino que hay otros aspectos en este milagro imperceptible.  Resulta que en cada Misa podemos decir que estamos en la Ultima Cena y estamos también en el Calvario.

Y esto no es simbólico.  No es querecordamos la Ultima Cena y el sacrificio del Calvario, sino que –de veras- la Santa Misa hace presente estos dos eventosante nosotros y con nosotros.
¿Cómo puede ser esto?  Es cierto que la Misa es un milagro y los milagros están por encima del orden natural que conocemos.  Pero Dios los hace.  Y este milagro lo hace cada vez que hay una Misa.  De hecho, El nos hace traspasar el tiempo y el espacio en que estamos… aunque no nos demos cuenta.  El que no nos demos cuenta, no lo hace menos real.  Por eso debemos creerlo por fe.  Pero también debemos comprenderlo para darnos cuenta de su magnificencia y así poder apreciarlo.

Y es que hay más aún:  también estamos en el Cielo cuando se está celebrando la Misa.  (¿?) ¿Cómo es esto?

En realidad, hay una sola Liturgia Eucarística eterna, hay una sola Misa, y ésta tiene lugar en el Cielo de manera continua … todo el tiempo.  Eso lo sabemos por el Apocalipsis.  Y por el Catecismo:  "En la liturgia terrena … participamos en aquella liturgia celestial” (#1090)

O sea, que al estar en Misa estamos donde sea que se está celebrando, pero además estamos en la Ultima Cena, estamos en el Calvario y estamos en el Cielo.  O, dicho de otra manera, esas realidades se hacen presentes en la Misa en que estamos participando.

Cuando estamos en la Iglesia en Misa, nos creemos encerrados en nuestro propio tiempo y espacio.  Pero en realidad Cristo nos está invitando a traspasar el velo del tiempo, para elevarnos fuera de nuestro tiempo hasta el eterno presente divino, al santuario del Cielo, donde El nos lleva a la presencia del Padre (cf. Hb. 10, 19-21).

¿Nos damos cuenta, entonces, que en cada Misa estamos en la Ultima Cena, en el Calvario, en el Cielo y en la Misa en que participamos?  ¡Tremendo milagro!  Invisible, pero real.

Momento importantísimo en la Misa es participar en la Cena, es decirrecibir ¡a Dios!  -a Jesús Dios y Hombre verdadero.

Porque la Comunión no consiste solamente en que recibimos la Hostia Consagrada, sino en que recibimos ¡una Persona! ¡que es Dios! Y esa Persona-Dios quiere unirse íntimamente con quien lo recibe.  ¿Nos damos cuenta de este privilegio indescriptible?

Recibir la Comunión significa entrar en unión.  No significa nada más que Jesús viene a nosotros:  implica una relación de unión.  Por tanto, ese deseo de Cristo unirse a nosotros requiere nuestra respuesta:  debemos darnos a El como El se da a nosotros.

Uno de los Padres de la Iglesia, San Cirilo de Jerusalén, nos regala una imagen eucarística que puede ayudarnos a apreciar y tomar conciencia de lo que significa Comunión:  si vertimos cera derretida sobre cera derretida, una inter-penetra a la otra de manera perfecta.  Se parece a la unión de Cristo con nosotros y de nosotros en Cristo cuando comulgamos.


En la Comunión estamos participando en elBanquete Celestial (Lc. 14, 15), el que disfrutaremos también por toda la eternidad cuando seamos llevados al Cielo y participemos, junto con toda la muchedumbre celestial, de la Cena del Cordero (Ap. 19, 9).  ¡Dichosos los llamados a esta Cena! … aquí en la tierra y allá en el Cielo.  “Estoy a la puerta y llamo.  Si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conMigo”  (Ap. 3, 20).

Mientras mejor preparados estemos para la Misa, más gracias recibimos.  Las gracias de una sola Misa son ¡infinitas! … es toda la gracia del Cielo.  El único límite es nuestra capacidad para recibirlas.


domingo, 15 de junio de 2014

Solemnidad de la Santísima Trinidad!! (Evangelio dominical)





Hoy nos viene bien volver a escuchar que «tanto amó Dios al mundo…» (Jn 3,16) porque, en la fiesta de la Santísima Trinidad, Dios es adorado y amado y servido, porque Dios es el Amor. En Él hay unas relaciones que son de Amor, y todo lo que hace, activamente, lo hace por Amor. Dios ama. Nos ama. Esta gran verdad es de aquellas que nos transforman, que nos hacen mejores. Porque penetran en el entendimiento, se nos hacen del todo evidentes. Y penetran nuestra acción, y la van perfeccionando hacia una acción toda de amor. Y como más puro, se hace más grande y más perfecto.

San Juan de la Cruz ha podido escribir: «Pon amor donde no hay amor, y encontrarás amor». Y esto es cierto, porque es lo que Dios hace siempre. Él «ha enviado a su Hijo al mundo (…) para que se salve» (Jn 3,17) gracias a la vida y al amor hasta la muerte en cruz de Jesucristo. Hoy le contemplamos como el único que nos revela el auténtico amor.



Se habla tanto del amor, que quizá pierde su originalidad. Amor es lo que Dios nos tiene. ¡Ama y serás feliz! Porque amor es dar la vida por aquellos que amamos. Amor es gratuidad y sencillez. Amor es vaciarse de uno mismo, para esperarlo todo de Dios. Amor es acudir con diligencia al servicio del otro que nos necesita. Amor es perder para recobrarlo al ciento por uno. Amor es vivir sin pasar cuentas de lo que uno va haciendo. Amor es lo que hace que nos parezcamos a Dios. Amor —y sólo el amor— es la ¡eternidad ya en medio de nosotros!

Vivamos la Eucaristía que es el sacramento del Amor, ya que nos regala el Amor de Dios hecho carne. Nos hace participar del fuego que quema en el Corazón de Jesús, y nos perdona y rehace, para que podamos amar con el Amor mismo con que somos amados.


Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-18):

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. 

Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.


Palabra del Señor




COMENTARIO




El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de un solo Dios en tres Personas.  Así lo aprendimos en el Catecismo.  Es un misterio imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar.  Y esto es así, pues se trata de la esencia misma de Dios, imposible de explicar con nuestro limitado intelecto humano.

Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo accesible al hombre común.  Y han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al alcance de todos.  Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios.

¿Por qué es esto así?  Porque la Santísima Trinidad es el más grande de los misterios de nuestra fe.   Y por eso es imposible de ser comprendido por nosotros, pues nuestro limitado intelecto humano, es ¡tan pobre para explicar las cosas de Dios!
El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que está muy ... muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita!




Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso.  Vio de repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena.  Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito.

  San Agustín, por supuesto, se dio cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión.  Entonces le dijo al niño:  “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!”  Y el Niño le replicó:  “Esto no es más imposible de lo que es para ti meter el misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño” desapareció.

Así es nuestro intelecto:  tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como este misterio.




Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo.  Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario. Ciertamente, mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera velada ... incompleta.

Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo.
Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas.  Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho:  “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”  (Jn. 14, 23).



La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer.  Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo:  Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.

Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco, pero desde el principio.  Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo:  “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1, 2).
Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer.  El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautizo de Jesús en el Jordán. “Una vez bautizado Jesús salió del río.  De repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre El.  Y se oyó una voz celestial que decía:  ‘Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco’ ” (Mt. 3, 16-17).




Posteriormente Jesucristo al dar el mandato de evangelizar a sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18).
Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación.

¿Cómo es la relación de la Santísima Trinidad con nosotros?  El Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de nosotros, nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo, y el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a El.  “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).

Recordemos nuevamente, entonces, que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo.  Y recordemos que aunque aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario de una manera oscura, incompleta, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.

¿Cómo, entonces, podemos vivir este misterio desde ya aquí en la tierra?  En las citas de la Sagrada Escritura que hemos recordado podemos ver la clave:  el Espíritu Santo va realizando su obra de santificación en cada uno de nosotros.

¿En qué consiste esa obra de santificación?  Es la labor del Espíritu Santo, por la cual nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo, a Jesucristo.  Esto lo hace el Espíritu Santo si se lo permitimos; es decir, si somos perceptivos a sus inspiraciones, si somos dóciles y obedientes a esas inspiraciones.  Y esas inspiraciones siempre nos llevan a buscar y a cumplir la Voluntad de Dios.

¿Cómo percibir las inspiraciones del Espíritu Santo?  ¿Cómo ser dóciles y obedientes a esas inspiraciones?  La clave está en la oración -la oración sincera.  La oración nos abre al Espíritu Santo y nos hace captar esa suave brisa que es El.  Debemos orar para escuchar al Espíritu Santo.  Debemos orar para permitirle que haga en cada uno de nosotros su obra de santificación.

Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios.  Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí, sino que tiene, como consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí.

Tal vez con esta explicación se nos haga más fácil comprender esa bellísima y conmovedora oración de Jesús durante la Ultima Cena con sus Apóstoles, cuando rogó al Padre de esta manera:  “Que ellos sean uno, Padre, como Tú y Yo somos uno.  Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23).   ¡Unidos cada uno de nosotros al Dios Trinitario, para así estar unidos entre nosotros por Dios mismo!



Que al meditar la profundidad del Misterio de la Santísima Trinidad, podamos vivir  lo que nos dice San Pablo al final de la Segunda Lectura(2 Cor. 13, 12-13), que es esa frase trinitaria importantísima que repetimos al comienzo de cada Misa:  La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros”.  Y que así podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima Trinidad y la unión de nosotros entre sí, pues es ese Dios Trinitario Quien nos une.  ¡Que así sea!  ¡Amén!