domingo, 27 de abril de 2014

“Acudiremos a la Divina Misericordia” (Evangelio dominical)




Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.

Por designio del Papa Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.



La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.


Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31):


Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espiritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Palabra del Señor  




COMENTARIO.



Cada Domingo posterior al Domingo de la Resurrección del Señor conmemoramos la Fiesta de la Divina Misericordia.Es una Fiesta instituida por el Papa Juan Pablo II.No la inventó el Papa, sino que fue solicitada por el mismo Jesucristo a través de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca del siglo XX, quien murió en 1938 a los 33 años de edad.

Sor Faustina fue canonizada por el Papa Juan Pablo II, precisamente en la Fiesta de la Divina Misericordia del año 2000.Nos dijo el Papa que esta paisana suya, Sor Faustina, recibió gracias místicas especialísimas a través de la oración contemplativa, para comunicar al mundo el conmovedor misterio de la Divina Misericorida del Señor.“Dios habló a nosotros a través de Sor Faustina Kowalska ... invitándonos al abandono total en El”, nos dijo el Papa.



Veamos qué cosas nos dice Dios a través de Sor Faustina.

En el Antiguo Testamento le enviaba a mi pueblo los profetas con truenos.Hoy te envío a toda la humanidad con mi Misericordia.No quiero castigar a la humanidad llena de dolor, sino sanarla estrechándola contra mi Corazón misericordioso.

Habla al mundo de mi Misericordia, para que toda la humanidad conozca la infinita Misericordia mía.Es la señal de los últimos tiempos.Después de ella vendrá el día de la justicia.Todavía queda tiempo ... Antes de venir como Juez justo, abro de par en par las puertas de mi Misericordia.Quien no quiera pasar por la puerta de mi Misericordia, deberá pasar por la puerta de mi Justicia.

Dios posee todos sus atributos o cualidades en forma infinita.Así es, infinitamente Misericordioso, pero también infinitamente Justo.Su Justicia y su Misericordia van a la par.

Pero a través de esta Santa de nuestro tiempo nos hace saber que por los momentos, para nosotros, tiene detenida su Justicia para dar paso a su Misericordia.No nos castiga como merecemos por nuestros pecados, ni castiga al mundo como merecen los pecados del mundo, sino que nos ofrece el abismo inmenso de su Misericordia infinita.Pero si no nos abrimos a su Misericordia, tendremos que atenernos a su Justicia.¡Graves palabras del Señor!Por lo demás, coinciden con su Palabra contenida en el Evangelio ... Y llegará el momento de su Justicia ... Llegará ...

Hoy en el Evangelio (Jn. 20, 19-31)  hemos leído el momento y las palabras con que Jesucristo instituyó el Sacramento de la Confesión, del Perdón.Es el Sacramento de su Misericordia.Pero veamos también qué nos ha dicho el Señor sobre la Confesión a través de Santa Faustina:

Cuando vayas a confesar debes saber que Yo mismo te espero en el Confesionario, sólo que estoy oculto en el Sacerdote.Pero Yo mismo actúo en el alma.Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la Misericordia.

Llama a la Confesión Tribunal de la Misericordia.¡Qué nombre tan apropiado! Porque es así:un tribunal al que vamos invitados (no obligados) y donde siempre salimos absueltos (no nos culpan, ni nos condenan).Insólito:nos convocan para absolvernos de nuestra falta.Y la sentencia es siempre el perdón.Es un tribunal que nos absuelve aunque seamos culpables.

¡Cómo es que tanta gente deja de aprovechar las gracias que Jesús nos reparte en su Tribunal de Misericordia!



Y para acogerse a El no nos pide grandes cosas:sólo basta acercarse con fe a los pies de mi representante(el Sacerdote) y confesarle con fe su miseria ... Aunque el alma fuera como un cadáver descomponiéndose(es decir, muerta y descompuesta por el pecado) y que pareciera estuviese todo ya perdido, para Dios no es así.

¡Oh!¡Cuán infelices son los que no se aprovechan de este milagro de la Divina Misericordia!Porque si no aprovechamos la Misericordia ahora, tenemos que atenernos a la Justicia después.  Esa son nuestras opciones.

En el Evangelio de hoy también hemos visto cuán importante es la Fe.“Bienaventurados los que, sin ver, creen”,dijo Jesucristo a Santo Tomás Apóstol, quien no quería creer que Cristo había resucitado, porque no lo había visto.La Fe es la virtud sobre la cual se funda la Esperanza.De la Fe brota la confianza y ésta nos lleva a la Esperanza.La confianza es esencial para poder aprovecharnos de las gracias de la Misericordia de Dios.


La confianza está en la esencia de la devoción a la Divina Misericordia.La confianza es esa actitud que tiene el niño que confía en sus padres.Así debemos ser nosotros, como niños, que en todo momento confiamos sin medida en el Amor Misericordioso y en la Omnipotencia del Padre Celestial.

La confianza es una consecuencia directa de la Fe:no hay verdadera Fe si no hay confianza.De Fe, confianza y Esperanza nos habla San Pedro en la Segunda Lectura (1 Pe. 1, 3-9).Nos habla de la esperanza de una vida nueva en el Cielo, de la fe necesaria para la salvación que nos tiene preparada el Señor y que será revelada plenamente al final de los tiempos.

Este trozo de la Primera Carta de San Pedro nos refiere el conocido símil del sufrimiento como el fuego que purifica el oro:“Alégrense aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de toda clase, a fin de que su fe sea sometida a prueba ... la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola en el fuego”.

La Primera Lectura (Hch. 2, 42-47) nos narra el espíritu en que vivían los cristianos al comienzo de la Iglesia:“acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los Apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan ... vivían unidos y tenían todo en común ... diariamente se reunían en el Templo”.

 Volviendo a la Fiesta de la Divina Misericordia, el Señor Jesús dijo también a Santa Faustina:

Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi Misericordia.Que se acerquen a ese mar de mi Misericordia con gran confianza.Los pecadores obtendrán justificación (es decir, serán hechos justos).Y los justos serán fortalecidos en el bien.

La confianza no sólo es la esencia de esta devoción, sino a la vez condición para recibir las gracias.Cuanto más confíe un alma, más recibirá, nos dice el Señor a través de Santa Faustina.

¿Cómo podemos acogernos a su Misericordia?Veamos qué más nos ha dicho a través de Santa Faustina:

Sobre la Fiesta de hoy:Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores ... Ese día derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia.El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas ... Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata(o sea, muy graves o muy feos).

Con este ofrecimiento del Señor para el día de hoy, quien verdaderamente arrepentido se confiese y también comulgue, acogiéndose a este llamado de la Divina Misericordia, podría quedar –si su arrepentimiento es genuino- como si se acabara de bautizar:totalmente purificado de toda culpa, como si no hubiera cometido nunca ningún pecado.Es el abismo insondable de la Misericordia Infinita de Dios, que no desea la muerte de nosotros, pecadores, sino que nos convirtamos y vivamos para la Vida Eterna, la que nos espera después de esta vida terrenal que ahora vivimos.


Como si fuera poco, aparte de quedar totalmente preparados para el Cielo, purificados de toda culpa, si aprovechamos las gracias que la Misericordia Divina nos tiene para este día, tenemos la promesa del Señor de que recibiremos lo que pidamos en este día de la Fiesta de la Divina Misericordia, siempre que lo que solicitemos esté acorde con la Voluntad de Dios.

Para recibir las gracias otorgadas este Día de la Divina Misericordia, es necesario recibir la Eucaristía y haberse confesado, condición para recibir el perdón total de las culpas y de las penas, que son consecuencia de nuestros pecados.

Veamos que nos dice el Señor sobre la Sagrada Comunión:Deseo unirme a las almas humanas:mi gran alegría es unirme a las almas ... Cuando en la Santa Comunión llego a un corazón humano, tengo las manos llenas de toda clase de gracias.Deseo dárselas al alma, pero las almas ni siquiera me prestan atención:me dejan solo y se ocupan de otras cosas.¡Oh! ¡Qué triste es para Mí que las almas no correspondan Mi Amor!

¡Oh! ¡Cuánto me duele que muy rara vez las almas se unan a Mí en la Santa Comunión.Espero a las almas y ellas son indiferentes a Mí.Las amo con tanta ternura y ellas no confían en Mí.Deseo colmarlas con gracias y ellas no desean aceptarlas.Me tratan como una cosa muerta, y Mi Corazón está lleno de Amor y Misericordia.

Otro de los elementos importantes en esta Fiesta de hoy es la imagen de la Divina Misericordia, que representa a Cristo resucitado con las señales de la crucifixión en sus manos y sus pies y saliendo de su Corazón dos rayos.Y ¿qué nos ha dicho el Señor Jesucristo sobre esta imagen?

El rayo luminoso simboliza el agua que purifica a las almas.El rayo rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas.Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de mi Misericordia, cuando mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por una lanza.Estos rayos representan, pues, los Sacramentos y todos los dones del Espíritu Santo ... Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios.

¿En qué consiste, en resumen, la Devoción a la Divina Misericordia?Además de invitarnos a una oración en fe y en confianza al Señor, esa oración debe llevarnos, en imitación a El, a realizar nosotros mismos obras de misericordia hacia los demás.Es decir, esta devoción a la Divina Misericordia nos lleva a un aumento de las tres grandes virtudes, la llamadas Virtudes Teologales:Fe, Esperanza y Caridad.



El culto a la imagen de la Divina Misericordia consiste en una oración confiada, acompañada de obras de misericordia hacia el prójimo; es decir, a ser nosotros mismos misericordiosos.Dice el Señor:Esta imagen ha de recordar las exigencias de mi Misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil.

Y sobre esto nos instruye el mismo Cristo a través de Santa Faustina: Te doy tres formas de ejercer misericordia:la primera es la acción, la segunda, la palabra, y la tercera la oración ... Si el alma no practica la misericordia de alguna manera, no conseguirá mi Misericordia en el día del Juicio.

Esta exigencia coincide perfectamente con las palabras de Jesúsen su Evangelio sobre el día del Juicio:“tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber ...”(Mt. 25, 31-46) .


Coinciden estas palabras también con las Obras de Misericordia Espirituales y Corporales que nos da el Magisterio de la Iglesia, las cuales son:Enseñar al que no sabe.Dar buen consejo a quien lo necesita.Corregir al que se equivoca.Perdonar las injurias.Consolar al triste.Sufrir con paciencia los defectos de los demás.Rogar a Dios por vivos y difuntos.Dar de comer al hambriento.Dar techo a quien no lo tiene.Vestir al desnudo.Visitar a los enfermos y presos.Enterrar a los muertos.Redimir al cautivo.Socorrer a los pobres.

La Fiesta de la Divina Misericordia nos invita, entonces, a creer sin ver, a confiar sin medida y a amar con la Misericordia del Señor.Aprovechemos las gracias que en esta Fiesta especialísima nos quiere dar Jesucristo. Acojámonos a Su Divina Misericordia, recibiendo su perdón y sus gracias, y aprendamos con esta Devoción a imitarlo a El siendo nosotros mismos misericordiosos.

Por último, veamos el significado etimológico de la palabra “misericordia”:


MISER-I-CORDIA:MISER-y-CORDES. La cualidad de nuestro Dios, en que la miseria del hombre (miser) se encuentra con y se acoge al Corazón (cordes) insondable de Dios nuestro Señor.












Fuentes:
Santas Escrituras
Homilias Org.
Ángel Corbalán

domingo, 20 de abril de 2014

Aleluya, Cristo ha resucitado !! (Evangelio dominical)




"Señor, ayúdanos, danos fuerzas para sepultar nuestro egoísmo, nuestro Placer, la infidelidad a nuestros compromisos, a nuestros principios, a nuestros valores, a nuestros deberes.

Que resucite nuestro amor al prójimo, nuestra entrega, nuestra fidelidad plena; que resucite en nosotros el ser hijos tuyos, verdaderos cristianos como Tu nos has enseñado y no como nosotros queremos ser.

Tú has sepultado por nosotros nuestras miserias humanas hasta entregar la vida y nos permites con tu infinita misericordia que volvamos nuestras vidas hacia Ti; con una vida más humana, digna, servicial, con más expectativas y esperanzas, llena de gozo.".


 

Hoy es el primer día de otra creación. En este día Dios crea "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Is 65,17; Ap 21,1)… En este día es creado el hombre verdadero, el que es "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26). Mira qué mundo se inaugura en este día, “este día que el Señor ha hecho " (Sal. 117,24)… Este día abolió el dolor de la muerte y dio a luz "al primogénito de entre los muertos" (Col 1,18). En este día… la prisión de la muerte ha sido destruida, los ciegos recobran la vista, "el sol que nace de lo alto, viene para socorrer a los que viven en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1,78s)…

Apresurémonos, nosotros también, hacia la contemplación de este espectáculo extraordinario, para no ser adelantados por las mujeres. Tengamos en las manos los aromas que son la fe y la conciencia, porque allí está "El buen olor del Cristo" (Lc 24,1; 2Co 2,15). No busquemos más "Al Viviente entre los muertos" (Lc 24,5), porque el Señor rechaza al que le busca así, diciendo: "No me retengas" (Jn 20,17)… No representes más en tu fe su condición corporal de servidumbre, sino adora al que está en la gloria del Padre, en "condición de Dios"; y olvida "la condición del esclavo" (Ef. 2,6-7).

 



Escuchemos la buena noticia que nos trae María Magdalena, más rápida que el hombre gracias a su fe… ¿Qué buena noticia nos trae? aquella que no viene "de parte de los hombres, ni a través del hombre, sino por medio de Jesucristo" (Ga 1,1). "Escucha, dice ella, lo que el Señor nos ordenó deciros, a vosotros, a los que llama sus hermanos: ' subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro ' " (Jn 20,17). ¡Qué bella y buena noticia! El que, por nosotros se hizo como nosotros, con el fin de hacernos sus hermanos… atrae a todo el género humano con Él hacia el Padre verdadero… El, el primogénito de muchos hermanos (Rm 8,29), de la nueva creación atrajo hacia él la naturaleza entera.




Lectura del santo Evangelio según san Juan


El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. En eso, llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.



COMENTARIO



La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe cristiana. En la Resurrección de Jesucristo está el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación.  Por eso, la celebración de la fiesta de la Resurrección es la más grande del Año Litúrgico, pues si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe... y también nuestra esperanza.

Y esto es así, porque Jesucristo no sólo ha resucitado El, sino que nos ha prometido que nos resucitará también a nosotros.  En efecto, la Sagrada Escritura nos dice que saldremos a una resurrección de vida o a una resurrección de condenación, según hayan sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra (cfr. Juan 5,29).


Así pues, la Resurrección de Cristo nos anuncia nuestra salvación; es decir, ser santificados por El para poder llegar al Cielo.  Y además nos anuncia nuestra propia resurrección, pues Cristo nos dice: “el que cree en Mí tendrá vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día” (Jn. 6,40).

La Resurrección del Señor recuerda un interrogante que siempre ha estado en la mente de los seres humanos: ¿Qué habrá en el más allá?  ¿Cómo será la otra vida?  ¿Habrá vida después de esta vida?  ¿Qué sucede después de la muerte?  ¿Qué es eso del Juicio Final?  ¿Hay un futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté bajo tierra, o esté hecho cenizas?

La Resurrección de Jesucristo nos da respuesta a todas estas preguntas.  Y la respuesta es la siguiente: seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. Juan 5,29 y 6,40).   Su Resurrección es primicia de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad. 

¿Cuándo sucederá esa resurrección prometida por Cristo?  No sucede enseguida de la muerte, porque en la muerte quedan separados el alma del cuerpo.  La muerte consiste precisamente en esa separación.  Pero la resurrección sí sucederá  en el “último día” (Jn.6, 54 y 11, 25); “al fin del mundo” (LG 48), es decir, en Segunda Venida de Cristo:  “Cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1ª Tes. 4, 16) (Catecismo de la Iglesia Católica #1001)

  ¿Quién conoce este momento?  Nadie.  Ni los Ángeles del Cielo, dice el Señor: sólo el Padre Celestial conoce el momento en que “el Hijo del Hombre vendrá entre las nubes con gran poder y gloria”, para juzgar a vivos y muertos.  En ese momento será nuestra resurrección: resucitaremos para la vida eterna en el Cielo -los que hayamos obrado bien- y resucitaremos para la condenación -los que hayamos obrado mal.

La vida de Jesucristo nos muestra el camino que hemos de recorrer todos nosotros para poder alcanzar esa promesa de nuestra resurrección.  Su vida fue -y así debe ser la nuestra- de una total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad de Dios durante esta vida.  Sólo así podremos dar el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene preparado desde toda la eternidad, donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está Jesucristo y como está su Madre, la Santísima Virgen María.

Por todo esto, la Resurrección de Cristo y su promesa de nuestra propia resurrección nos invita a cambiar nuestro modo de ser, nuestro modo de pensar, de actuar, de vivir.  Es necesario “morir a nosotros mismos”;  es necesario morir a “nuestro viejo yo”.   Nuestro viejo yo debe quedar muerto, crucificado con Cristo, para dar paso al “hombre nuevo”, de manera de poder vivir una vida nueva.  Sin embargo, sabemos que todo cambio cuesta, sabemos que toda muerte duele.  Y la muerte del propio “yo” va acompañada de dolor.  No hay otra forma.  Pero no habrá una vida nueva si no nos “despojamos del hombre viejo y de la manera de vivir de ese hombre viejo”  ( Rom 6, 3-11 y Col. 3,5-10).

Y así como no puede alguien resucitar sin antes haber pasado por la muerte física, así tampoco podemos resucitar a la vida eterna si no hemos enterrado nuestro “yo”.

Y ¿qué es nuestro “yo”?  El “yo” incluye nuestras tendencias al pecado, nuestros vicios y nuestras faltas de virtud.  Y el “yo” también incluye el apego a nuestros propios deseos y planes, a nuestras propias maneras de ver las cosas, a nuestras propias ideas, a nuestros propios razonamientos… cuando éstos no coinciden con la voluntad y los criterios de Dios.

Durante toda la Cuaresma la Palabra de Dios nos ha estado hablando de “conversión”, de cambio de vida.  A esto se refiere ese llamado: a cambiar de vida,  a enterrar nuestro “yo”, para poder resucitar con Cristo.  Consiste todo esto -para decirlo en una sola frase- en poner a Dios en primer lugar en nuestra vida y a amarlo sobre todo lo demás.  ¿No es esto sencillamente el cumplimiento del primer mandamiento: Amar a Dios sobre todas las cosas?   Y amarlo significa complacerlo en todo.  Y complacer a Dios en todo significa hacer sólo su Voluntad... no la nuestra.

Así, poniendo a Dios de primero en todo, muriendo a nuestro “yo”, podremos estar seguros de esa resurrección de vida que Cristo promete a aquéllos que hayan obrado bien, es decir, que hayan cumplido, como El, la Voluntad del Padre (Juan 6, 37-40).

La Resurrección de Cristo nos invita también a estar alerta ante el mito de la re-encarnación.  Sepamos los cristianos que nuestra esperanza no está en volver a nacer.  Mi esperanza no está en que mi alma reaparezca en otro cuerpo que no es el mío, como se nos trata de convencer con esa mentira que es el mito de la re-encarnación.

Los cristianos debemos tener claro que nuestra fe es incompatible con la falsa creencia en la re-encarnación.  La re-encarnación y otras falsas creencias que nos vienen fuentes no cristianas, vienen a contaminar nuestra fe y podrían llevarnos a perder la verdadera fe.  Porque cuando comenzamos a creer que es posible, o deseable, o conveniente o agradable re-encarnar, ya -de hecho- estamos negando la resurrección.  Y nuestra esperanza no está en re-encarnar, sino en resucitar con Cristo, como Cristo ha resucitado y como nos ha prometido resucitarnos también a nosotros.

Recordemos, entonces, que la re-encarnación niega la resurrección... y niega muchas otras cosas.  Parece muy atractiva esta falsa creencia.  Sin embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío?

Y ¿qué significa resucitar?  Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro propio cuerpo, pero glorificado.  Resurrección no significa que volveremos a una vida como la que tenemos ahora.  Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora, pues al reunirlos con nuestras almas,  serán cuerpos incorruptibles, que ya no sufrirán, ni se enfermarán, ni envejecerán.  ¡Serán cuerpos gloriosos!

La Resurrección de Cristo nos invita, entonces, a tener nuestra mirada fija en el Cielo.  Así nos dice San Pablo:  “Busquen los bienes de arriba ... pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra”  (Col. 3, 1-4).
¿Qué significa este importante consejo de San Pablo?  Significa que la vida en esta tierra es como una antesala, como una preparación, para unos más breve que para otros. Significa que en realidad no fuimos creados sólo para esta ante-sala, sino para el Cielo, nuestra verdadera patria, donde estaremos con Cristo, resucitados -como El- en cuerpos gloriosos.

Significa que, buscar la felicidad en esta tierra y concentrar todos nuestros esfuerzos en ello, es perder de vista el Cielo.  Significa que nuestra mirada debe estar en la meta hacia donde vamos.  Significa que las cosas de la tierra deben verse a la luz de las cosas del Cielo.  Significa que debiéramos tener los pies firmes en la tierra, pero la mirada puesta en el Cielo.

Significa que, si la razón de nuestra vida es llegar a ese sitio que Dios nuestro Padre ha preparado para aquéllos que hagamos su Voluntad, es fácil deducir que hacia allá debemos dirigir todos nuestros esfuerzos.  Nuestro interés primordial durante esta vida temporal debiera ser el logro de la Vida Eterna en el Cielo.  Lo demás, los logros temporales, debieran quedar en lo que son: cosas que pasan, seres que mueren, satisfacciones incompletas, cuestiones perecederas ... Todo lo que aquí tengamos o podamos lograr pierde valor si se mira con ojos de eternidad, si podemos captarlo con los ojos de Dios.

La resurrección de Cristo y la nuestra es un dogma central de nuestra fe cristiana.  ¡Vivamos esa esperanza!  No la dejemos enturbiar por errores y falsedades, como la re-encarnación.  No nos quedemos deslumbrados con las cosas de la tierra, sino tengamos nuestra mirada fija en el Cielo y nuestra esperanza anclada en la Resurrección de Cristo y en nuestra futura resurrección. 


Que así sea.




















Fuentes:
Sagradas Escrituras.
ACI.Prenssa
Homilias.org
Ángel Corbalán.

jueves, 17 de abril de 2014

Tiempo de Jueves Santo !!



Hoy la Iglesia Universal celebra el Jueves Santo en la Semana Santa que es la fiesta más importante del año litúrgico. El Triduo Pascual sigue al tiempo de Cuaresma y se prolonga en la alegría de los cincuenta días del Tiempo Pascual.

En el Jueves Santo se actualiza la Última Cena, el Lavatorio de los pies, la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, y la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

Es en este día que los presbíteros participan junto a su Obispo en las Catedrales de cada diócesis en la Misa Crismal, donde se bendice los santos óleos que serán utilizados en la celebración del sacramento del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos.

Este día por la noche y el viernes por la mañana, los fieles también realizan la tradicional visita a las siete iglesias.


Significado de la celebración



El Jueves Santo se celebra:


La Última Cena,

El Lavatorio de los pies,

La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio

la oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

En la mañana de este día, en todas las catedrales de cada diócesis, el obispo reúne a los sacerdotes en torno al altar y, en una Misa solemne, se consagran los Santos Óleos que se usan en los Sacramentos del Bautismo, Confirmación, Orden Sacerdotal y Unción de los Enfermos.

En la Misa vespertina, antes del ofertorio, el sacerdote celebrante toma una toalla y una bandeja con agua y lava los pies de doce varones, recordando el mismo gesto de Jesús con sus apóstoles en la Última Cena.

     a)  Lecturas bíblicas:

Libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14; Primera carta del apóstol San Pablo a los corintios 11, 23-26; Evangelio según San Juan 13, 1-15.

b) La Eucaristía

Este es el día en que se instituyó la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino. Cristo tuvo la Última Cena con sus apóstoles y por el gran amor que nos tiene, se quedó con nosotros en la Eucaristía, para guiarnos en el camino de la salvación.
Todos estamos invitados a celebrar la cena instituida por Jesús. Esta noche santa, Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre. Revivamos este gran don y comprometámonos a servir a nuestros hermanos.

b)    El lavatorio de los pies




Jesús en este pasaje del Evangelio nos enseña a servir con humildad y de corazón a los demás. Este es el mejor camino para seguir a Jesús y para demostrarle nuestra fe en Él. Recordar que esta no es la única vez que Jesús nos habla acerca del servicio. Debemos procurar esta virtud para nuestra vida de todos los días. Vivir como servidores unos de otros.

c)    La noche en el huerto de los Olivos

Lectura del Evangelio según San Marcos14, 32-42.:
Reflexionemos con Jesús en lo que sentía en estos momentos: su miedo, la angustia ante la muerte, la tristeza por ser traicionado, su soledad, su compromiso por cumplir la voluntad de Dios, su obediencia a Dios Padre y su confianza en Él. Las virtudes que nos enseña Jesús este día, entre otras, son la obediencia, la generosidad y la humildad.


Los monumentos y la visita de las siete iglesias

Se acostumbra, después de la Misa vespertina, hacer un monumento para resaltar la Eucaristía y exponerla de una manera solemne para la adoración de los fieles.
La Iglesia pide dedicar un momento de adoración y de agradecimiento a Jesús, un acompañar a Jesús en la oración del huerto. Es por esta razón que las Iglesias preparan sus monumentos. Este es un día solemne.

En la visita de las siete iglesias o siete templos, se acostumbra llevar a cabo una breve oración en la que se dan gracias al Señor por todo su amor al quedarse con nosotros. Esto se hace en siete templos diferentes y simboliza el ir y venir de Jesús en la noche de la traición. Es a lo que refieren cuando dicen “traerte de Herodes a Pilatos”.

La cena de pascua en tiempos de Jesús



Hace miles de años, los judíos vivían en la tierra de Canaán, pero sobrevino una gran carestía y tuvieron que mudarse a vivir a Egipto, donde el faraón les regaló unas tierras fértiles donde pudieran vivir, gracias a la influencia de un judío llamado José, conocido como El soñador.

Después de muchos años, los israelitas se multiplicaron muchísimo en Egipto y el faraón tuvo miedo de que se rebelaran contra su reino. Ordenó matar a todos los niños varones israelitas, ahogándolos en el río Nilo. Moisés logró sobrevivir a esa matanza, pues su madre lo puso en una canasta en el río y fue recogido por la hija del faraón.
El faraón convirtió en esclavos a los israelitas, encomendándoles los trabajos más pesados.

Dios eligió a Moisés para que liberara a su pueblo de la esclavitud. Como el faraón no accedía a liberarlos, Dios mandó caer diez plagas sobre Egipto.

La última de esas plagas fue la muerte de todos los primogénitos del reino.
Para que la plaga no cayera sobre los israelitas, Dios ordenó a Moisés que cada uno de ellos marcara la puerta de su casa con la sangre de un cordero y le dio instrucciones específicas para ello: En la cena, cada familia debía comerse entero a un cordero asado sin romperle los huesos. No debían dejar nada porque al día siguiente ya no estarían ahí. Para acompañar al cordero debían comerlo con pan ázimo y hierbas amargas. La hierbas amargas ayudarían a que tuvieran menos sed, ya que tendrían que caminar mucho en el desierto. El pan al no tener levadura no se haría duro y lo podían llevar para comer en el camino. Les mandó comer de pie y vestidos de viaje, con todas sus cosas listas, ya que tenían que estar preparados para salir cuando les avisaran.

Al día siguiente, el primogénito del faraón y de cada uno de los egipcios amaneció muerto. Esto hizo que el faraón accediera a dejar a los israelitas en libertad y éstos salieron a toda prisa de Egipto. El faraón pronto se arrepintió de haberlos dejado ir y envió a todo su ejército para traerlos de nuevo. Dios ayudó a su pueblo abriendo las aguas del mar Rojo para que pasaran y las cerró en el momento en que el ejército del faraón intentó pasar.

Desde ese día los judíos empezaron a celebrar la pascua en la primera luna llena de primavera, que fue cuando Dios los ayudó a liberarse de la esclavitud en Egipto.
Pascua quiere decir “paso”, es decir, el paso de la esclavitud a la libertad. El paso de Dios por sus vidas.




Los judíos celebran la pascua con una cena muy parecida a la que tuvieron sus antepasados en la última noche que pasaron en Egipto.

Las fiesta de la pascua se llamaba “Pesaj” y se celebraba en recuerdo de la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. Esto lo hacían al llegar la primavera, del 15 al 21 del mes hebreo de Nisán, en la luna llena.

Los elementos que se utilizaban en la cena eran los siguientes:

El Cordero: Al salir de Egipto, los judíos sacrificaron un cordero y con su sangre marcaron los dinteles de sus puertas.


Karpas: Es una hierba que se baña en agua salada y que recuerda las miserias de los judíos en Egipto.


Naror: Es una hierba amarga que simboliza los sufrimientos de los hebreos durante la esclavitud en Egipto. Comían naror para recordar que los egipcios amargaron la vida sus antepasados convirtiéndolos en esclavos.


Jarose: Es una mezcla de manzana, nuez, miel, vino y canela que simboliza la mezcla de arcilla que usaron los hebreos en Egipto para las construcciones del faraón.


Matzá: Es un pan sin levadura que simboliza el pan que sacaron los hebreos de Egipto que no alcanzó a fermentar por falta de tiempo.


Agua salada: Simboliza el camino por el Mar Rojo.


Cuatro copas de vino: Simbolizan cuatro expresiones Bíblicas de la liberación de Israel.


Siete velas: Alumbran dan luz. Esta simbolizan la venida del Mesías, luz del mundo.


La cena constaba de ocho partes:

1. Encendido de las luces de la fiesta: El que presidía la celebración encendía las velas, todos permanecían de pie y hacían una oración.

2. La bendición de la fiesta (Kiddush): Se sentaban todos a la mesa. Delante del que presidía la cena, había una gran copa o vasija de vino.
Frente a los demás miembros de la familia había un plato pequeño de agua salada y un plato con matzás, rábano o alguna otra hierba amarga, jaroses y alguna hierba verde.


Se servía la primera copa de vino, la copa de acción de gracias, y les daban a todos los miembros de la familia. Todos bebían la primera copa de vino. Después el sirviente presentaba una vasija, jarra y servilleta al que presidía la celebración, para que se lavara sus manos mientras decía la oración. Se comían la hierba verde, el sirviente llevaba un plato con tres matzás grandes, cada una envuelta en una servilleta. El que presidía la ceremonia desenvolvía la pieza superior y la levantaba en el plato.

3. La historia de la salida de Egipto (Hagadah) Se servían la segunda copa de vino, la copa de Hagadah. Alguien de la familia leía la salida de Egipto del libro del Éxodo, capítulo 12. El sirviente traía el cordero pascual que debía ser macho y sin mancha y se asaba en un asador en forma de cruz y no se le podía romper ningún hueso. Se colocaba delante del que presidía la celebración les preguntaba por el significado de la fiesta de Pesaj. Ellos respondían que era el cordero pascual que nuestros padres sacrificaron al Señor en memoria de la noche en que Yahvé pasó de largo por las casas de nuestros padres en Egipto. Luego tomaba la pieza superior del pan ázimo y lo sostenía en alto. Luego levantaba la hierba amarga.
 


4.Oración de acción de gracias por la salida de Egipto: El que presidía la ceremonia levantaba su copa y hacía una oración de gracias. Colocaba la copa de vino en su lugar. Todos se ponían de pie y recitaban el salmo 113.

5. La solemne bendición de la comida: Todos se sentaban y se bendecía el pan ázimo y las hierbas amargas. Tomaba primero el pan y lo bendecía. Después rompía la matzá superior en pequeñas porciones y distribuía un trozo a cada uno de los presentes. Ellos lo sostenían en sus manos y decían una oración. Cada persona ponía una porción de hierba amarga y algo de jaroses entre dos trozos de matzá y decían juntos una pequeña oración.

6. La cena pascual: Se llevaba a cabo la cena.
 


7. Bebida de la tercera copa de vino: la copa de la bendición.- Cuando se terminaban la cena, el que presidía tomaba la mitad grande de la matzá en medio del plato, la partía y la distribuía a todos los ahí reunidos. Todos sostenían la porción de matzá en sus manos mientras el que presidía decía una oración y luego se lo comían. Se les servía la tercera copa de vino, “la copa de la bendición”. Todos se ponían de pie y tomaban la copa de la bendición.

8. Bendición final: Se llenaban las copas por cuarta vez. Esta cuarta copa era la “Copa de Melquisedec”. Todos levantaban sus copas y decían una oración de alabanza a Dios. Se las tomaban y el que presidía la ceremonia concluía la celebración con la antigua bendición del Libro de los Números (6, 24-26).

Día de la Caridad:

En México, los obispos, han establecido que el Jueves Santo sea el día de la caridad. El objetivo de esto no es llevar a cabo una colecta para los pobres, sino mas bien el impulso de seguir el ejemplo de Jesús que compartió todo su ser.
















Fuentes:
Aci prensa
Sagradas Escrituras

Ángel Crbalán