domingo, 23 de mayo de 2010

"Recibid el Espíritu Santo".



EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
--Paz a vosotros
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.


Palabra del Señor.


COMENTARIO.

La fiesta del Espíritu.

Dicen algunos que vivimos un momento de grave crisis en la Iglesia. Las divisiones internas que no cesan. El escándalo de los abusos sexuales y su encubrimiento durante años por miembros de la jerarquía, que ha llegado a afectar a las más altas instancias eclesiales. El abandono de la Iglesia por parte de las poblaciones de los países más tradicionalmente católicos. Y muchas más cosas que se podían decir.
Me parece que los que dicen esas cosas a) conocen muy poco la historia de la Iglesia y b) tienen muy poca confianza en el Espíritu de Dios. Basta echar la mirada atrás, a nuestra propia historia para darnos cuenta que ha sido una aventura donde se ha entretejido la mano de Dios con la mano del hombre. La Iglesia es humana y bien humana. Sus dirigentes, sacerdotes, obispos, cardenales, papas, han sido también humanos. Las más diversas motivaciones les han animado. A veces ni tan puras ni tan santas como nos haría creer su cargo. Hemos –porque no hay ninguna razón para sentirnos de los “buenos” y con capacidad para juzgar a los otros– metido muchas veces la pata. Hemos cometido muchos errores. Hemos obrado mal en demasiadas ocasiones.

El Espíritu sigue vivo
Pero llevamos 2.000 años de historia y la Iglesia sigue adelante. Sigue habiendo personas que en el seno de comunidades cristianas normales permiten que la Palabra de Dios les llegue al corazón y que convierta sus vidas en testimonio del amor de Dios en medio de nuestro mundo. No puede haber más respuesta que decir que el Espíritu de Dios sigue vivo entre nosotros. Él es el que anima está perpetua fiesta de la fraternidad redescubierta que es la Iglesia. Él es el que hace que el perdón, la misericordia, la reconciliación sigan siendo la bandera que señala la presencia de Dios en el mundo. Nuestros campanarios no son el recuerdo de la condena ni del juicio ni de la ley. El tañir de las campanas recordaba, sigue recordando, que el Dios de la misericordia puso su tienda entre nosotros “para iluminar a los que viven en tinieblas, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Benedictus).
La fiesta del Espíritu comenzó aquel Pentecostés posterior a la muerte de Jesús. Cuando los discípulos se sentían abandonados y sin fuerzas. Cuando necesitaban encerrarse en una casa –¡hasta las ventanas tenían cerradas!– para sentirse seguros. Entonces llegó el Espíritu. Cayó sobre todos como el fuego que calienta y da vida, como llamarada que alumbra en la oscuridad.Y todo se convirtió en luz. Los que estaban encerrados en la oscuridad no pudieron menos que salir a la luz y entregar aquel fuego a todos los hombres y mujeres del mundo. No tenían miedo. Ni lo iban a tener en adelante. Porque su fuerza no venía de ellos mismos sino del Espíritu de Dios.

Sentir la fuerza del Espíritu

La fiesta del Espíritu no se terminó aquel día en Jerusalén. Se ha alargado hasta nuestros días. En toda la historia –en esa historia poblada de errores, de equivocaciones, de pecado, que es la historia de la Iglesia– el Espíritu no nos ha abandonado nunca. Ha suscitado siempre hombres y mujeres que han llevado la buena nueva del Evangelio por todos los rincones de la tierra, que han renovado la vida de las comunidades eclesiales, que se han comprometido con la justicia y con la dignidad de los hijos e hijas de Dios.
El Espíritu no nos ha abandonado nunca ni nos abandonará. Sólo que algunos se ponen gafas oscuras y no ven más que oscuridad y penumbra y tinieblas y terror. El Espíritu es fuente de confianza y esperanza. El Espíritu nos abre a la vida. Nos hace salir de los cuartos oscuros de la desesperación y mirar nuestro presente y nuestro futuro con gozo y con esperanza. El Espíritu nos hará superar las dificultades presentes como nos ha hecho superar otras en el pasado. Abrirá nuevos caminos. Nos sorprenderá con su creatividad, siempre marcada por la misericordia, por la compasión, por la vida.
Es tiempo de confiar. Es tiempo de dejarnos invadir por la alegría de saber que el Espíritu sigue presente en medio de nosotros, que la buena nueva de Jesús no se va a olvidar nunca, que seguirá tocando los corazones de muchos hombres y mujeres, que seguirá trayendo la paz a nuestros corazones. Porque la Iglesia no es la suma de los que la formamos. Es algo más. La Iglesia es la fuerza del Espíritu en marcha. Por eso, hoy celebramos, una vez más, la fiesta del Espíritu.

Fernando Torres Pérez cmf


"Las coordenadas del Espíritu"


Quizá la idea central es que hay que hacer silencio, acallar ruidos, quitar temores para comprender las dimensiones de Dios y del Espíritu. Un ejemplo claro de esa transformación obrada por el espíritu son los apóstoles, como pasaron del miedo a la valentía en el testimonio de su fe.
"Que podáis comprender... cual es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo". Ni podemos medir a Dios, ni podemos medir el Espíritu de Dios: Dios es inmenso. Pero necesitamos, de alguna manera, meter a Dios en nuestras coordenadas. El Espíritu actúa en estas cuatro dimensiones de nuestra geometría.

Anchura

Una de las dimensiones más hermosas del Espíritu es ensanchar los límites y los espacios de la caridad; ensanchar las paredes de la propia casa. Tendemos a encerrarnos en nuestro propio mundo. El Espíritu rompe nuestra estrechez, abre nuestra cerrazón, supera nuestros egoísmos.
Misión del Espíritu es la despojarnos de nuestros ruidos y nuestros miedos para, hacer posible la fraternidad. Los miedos: la inseguridad material e interior, la indefensión, la propia imagen, el pánico al dolor, la inquietud por no perder la tranquilidad, ... nos impiden ser bienaventurados y rompen la fraternidad y la comunión. Misión del espíritu es acercar a los distantes, unir a los dispersos y hacer entender a los distintos. Él es quien enseña la lengua común, la que todos entienden, basada en el amor, como sucedió en Pentecostés y como sucede cada vez que nos esforzamos por llegar al diálogo y la comprensión.
El Espíritu nos enseña a abrir caminos, tender puentes, suturar divisiones, sembrar reconciliaciones. El Espíritu nos capacita para vivir la comunión, no viviendo para sí, sino para los demás; urge la creación de verdaderas comunidades, donde la solidaridad y la fraternidad son el tejido de cada día.
El Espíritu que todo lo crea y lo recrea, cambia nuestro pequeño corazón por un corazón grande, "en el que resuenen una a una todas las indigencias y aspiraciones" de los hombres, todas las necesidades y proyectos de la humanidad.
Hay que reconocer que pecamos de estrechez y de cerrazón - los ruidos y los miedos -. Estamos excesivamente acostumbrados a nuestro ambiente, nuestros problemas, nuestras parroquias, nuestras comunidades, nuestros grupos y equipos... Somos excesivamente localistas y capillistas. Hay que ensanchar el corazón. Hay que ser verdaderamente "católicos" y ecuménicos. Hay que dominar nuestro afán de protagonismo, nuestro deseo de rivalizar y destacar, nuestro instinto comparativo. Hay que vivir la amplitud y la anchura del Espíritu.

Longitud

Por medio del Espíritu podemos llegar muy lejos, tan lejos como desee nuestro corazón, porque él hace cercano lo remoto. A Veces sentimos la angustia de nuestra limitación, de no poder llegar a quien nos necesita, de no poder dar respuesta a tantas urgencias. Quisiéramos acercarnos samaritanamente a todos los heridos y caídos del camino.
El Espíritu facilita estos deseos de presencia prolongada, porque él hace llegar a todas partes los deseos del corazón. Para el Espíritu no hay distancias. Él hace posible la común - unión de los santos y de lo santo. El amor llega primero, corre más que la luz, más que el pensamiento. El amor da rápidamente la vuelta al mundo. Es cuestión de ponerlo en marcha.
El Espíritu rompe nuestras limitaciones temporales y nos regala experiencias de vida eterna. El Espíritu da a nuestro tiempo densidad y peso de eternidad. El Espíritu redime el tiempo de su vanidad, lo carga de gracia, alargándolo hasta la eternidad.

Altura

El Espíritu nos levanta y eleva hasta la transcendencia. Nosotros tendemos a doblegarnos. El Espíritu de Jesús nos levanta, quiere hacernos crecer, estamos hechos para volar.
La altura la entendemos en sentido de personalización, de dignidad y libertad. El Espíritu es el gran personalizador. El hombre consciente es lo más alto de la creación, y la cima de esta cumbre es Cristo resucitado. Pero es el Espíritu el que eleva a Cristo del sepulcro, como lo hizo en el Tabor, como lo hace con todos los que se incorporan a la resurrección de Cristo.
El Espíritu es el principio de toda personalización, porque el Padre engendra al Hijo en el Espíritu de amor. El amor es el gran dinamismo personalizador. Soy persona en cuanto amo. El Espíritu personaliza nuestra vida, porque nos llena de amor, nos unge de bondad, nos inyecta generosidad, nos abre a ideales elevados.
Altura significa también libertad. El Espíritu nos eleva para que seamos libres. No nos quiere atados, agachados, hundidos, esclavizados. Los vientos del Espíritu son siempre liberadores. Cuando los discípulos recibieron en Pentecostés el viento del Espíritu, superaron sus miedos y ataduras, creció inmensamente su altura espiritual. Hoy sigue el Espíritu soplando sobre nosotros para elevarnos por encima de nuestras bajezas y nuestras tristezas. Y ya se sabe, si nosotros nos elevamos, podemos levantar a los demás, porque quien se eleva levanta el mundo.

Profundidad

No resulta difícil probar que somos tremendamente superficiales, que vivimos con ligereza, que nos relacionamos epidérmicamente, que ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos, que se nos escapa el misterio de las cosas, que no desciframos el signo de los acontecimientos. Pues el Espíritu viene en nuestra ayuda, nos adentra en las profundidades de la existencia. "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. Nadie puede sondear lo profundo del hombre sino el Espíritu que está dentro de él. Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2, 10 - 11).
Nuestra cultura o nuestras costumbres nos llevan a vivir hacia fuera, a aturdirse con los ruidos, a llenarse de cosas, a aceptar la levedad del ser. La gente necesita estar dentro de sí misma.
Con relación a Dios nuestra incapacidad de comprender es total. Nuestra mente está embotada como la de los discípulos de Emaús y no entendemos las Escrituras ni entendemos nada. Necesitamos, claro, el Espíritu de la Verdad, que nos "guiará hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). Él es el gran maestro interior; por eso, ya "no necesitáis que nadie os enseñe..., su unción os enseñará acerca de todas las cosas" (1 Jn 2, 27).
Guiados por el Espíritu podemos penetrar en el misterio de Dios. Dios está en la profundidad de todo. Dios no es tanto el Altísimo, sino el Profundísimo. "El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo el ser es Dios" ( P. Tillich ).
El Espíritu nos capacita para llegar al manantial de todo. Nos ayuda a entender el sentido de todo, incluso de lo que parece menos inteligible, como la cruz. Nos ayuda a conocer el secreto de nuestro ser, porque hay en nosotros zonas en las que no permitimos entrar ni a Dios. Nos adentra en el misterio de Dios.



NOTA: El siguiente comentario está sacado de un libro de Cáritas, de Rafael Prieto Ramiro; no recuerdo de qué año. Y está basado en la lectura que pongo a continuación, por lo que sería bueno sustituirla por la segunda de este domingo.
Lectura de San Pablo a los efesios (3, 14 - 19)
"Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien procede toda familia en los cielos y en la tierra, para que, conforme a la riqueza de su gloria, os robustezca con la fuerza de su Espíritu, de modo que crezcáis interiormente. Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que viváis arraigados y fundamentados en el amor. Así podréis comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y que os llena de la plenitud misma de Dios".



Pedro Crespo Arias.







Fuentes:
Pedro Crespo Arias
Fernando Torres Pérez cmf
Ángel Corbalán
Blog Parroquial San garcia Abad.

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